

Hasta Dios se preocupó de que su Hijo tuviera mamá, así de importantes son en la vida de una persona, Dios lo sabe y Jesús lo experimentó en carne propia, sintió su excepcional amor y cuando veía que su humanidad frágil se desvanecía, se preocupó por ella, por su cuidado, por que no quedara sola. Sin duda, la maternidad es un don, no solo para las mujeres, sino también para los hijos.
Felices todos los que tenemos a nuestra madre con vida, aquellos que las hemos podido disfrutar, aquellos que hemos podido darles el don de jugar con sus nietos. Felices también aquellos que, aunque quizás no las tienen cerca o las perdieron hace mucho, recibieron de ellas el don de la vida, la generosidad amorosa de aceptarlos en su vientre y de traerlos a este mundo. Las mujeres que con amor han abrazado el don de la maternidad saben que eso las potencia, las hace crecer y como enseña la Iglesia, las convierte en co-creadoras con Dios.
No es necesario destacar mucho la importancia de una madre en el desarrollo de una persona, nosotros quienes tenemos fe, somos testigos en primera fila de como, muchas veces fue mamá quien nos acompañó en los primeros pasos de la vida espiritual, con esas oraciones de niño en aquellas noches con dolor de panza o pesadillas.
Las mamás son excepcionales, no podemos hacer un ranking o un “top ten”, porque sería injusto (aunque seguro el primer lugar es para la mía, el segundo para mi esposa y el tercero para mi suegra… si no la coloco a ella en la lista me mata), pero hay madres que, por las situaciones en que han tenido que vivir su maternidad, tal como le tocó a la Virgen María, tienen un lugar destacado en la historia de la humanidad y podemos catalogarlas como súper mamás, pues han llevado la experiencia de maternidad y del amor a sus hijos, muchas veces muy por encima de sus propias fuerzas.
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