

Siempre me han llamado la atención las puertas, y con ellas sus detalles: si son nuevas o viejas, estrechas o anchas, modernas o antiguas, con aldabas curiosas y creativas o perillas simples, de colores fuertes o apagados. Lo cierto es que las puertas nos representan también a nosotros, siendo todos diferentes, especiales y con características particulares.
Nuestras puertas o aldabas, al igual que las fotografías, pueden ser sencillas, detallistas, humildes, cuidadosas, abiertas, delicadas, alegres, tristes, divertidas, creativas; pueden ser también herméticas, cerradas bajo mil candados y llaves, aisladas, individualistas o mostrar también una apariencia distinta a lo que hay en el interior. Lo cierto es que cada puerta, cada aldaba, tiene un propio estilo, una propia “personalidad” y una propia impronta o sello de su creador que la distingue.
Cuando invitamos a una persona a nuestra casa, un familiar, un amigo o un conocido, debemos abrir la puerta para que conozcan qué hay detrás de las paredes, qué hay en el interior de nuestro hogar e intimidad; debemos abrirla para que entren. Lo mismo sucede en nuestra vida. Cada uno tiene una puerta interior y depende de nosotros abrirla y dejar entrar a las personas, las experiencias, el compromiso y el amor en nuestro corazón; debemos abrirla para hacernos más sensibles a la realidad y dejarnos tocar por ella, debemos abrirla para que conozcan quiénes somos.
Somos nosotros quienes decidimos si queremos abrir la puerta de nuestro interior y permitir que las personas entren a conocer el hogar que habita en cada uno de nosotros. Somos nosotros quienes ponemos los límites y decidimos cuánto queremos abrir nuestra puerta, ¿un poco?, ¿mucho?, ¿queremos amar y dejarnos amar? , ¿qué nos impide no abrir nuestra puerta de par en par?, ¿el miedo, la comodidad, el dolor, la falta de compromiso?
Abramos nuestra puerta a Aquél que más nos conoce y nos ama, para así aprender a abrir también la puerta a los demás. “Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo” (Ap 3, 20).
Dinámica o actividad recomendada:
Se me ocurre usar estas imágenes para iniciar un dialogo sobre las puertas y aldabas del corazón de cada uno… ¿tenemos las puertas abiertas o cerradas?, ¿de qué color son nuestras puertas, colores que preanuncian confianza y hospitalidad o cautela y peligro? ¿Con qué imagen representarías la aldaba que da a la puerta de tu interior? Es muy interesante imaginar – incluso dibujar – todas estas cosas e iniciar un dialogo que podría ser muy existencial y profundo.
Un film muy interesante que gira entorno a la metáfora de las puertas abiertas y cerradas es «El Erizo». En este link pueden encontrar la guía apostólica que hicimos de la película.
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