

Debo empezar diciendo que últimamente me he sentido muy impaciente. Sabemos lo importante que es la virtud de la paciencia para nuestra vida, y de modo especial, para nuestra vida espiritual.
Y si hablamos de vida espiritual, aunque ya hubiésemos tenido alguna experiencia para aprender a vivirla, cuando nos toca dar otro paso importante en la vida, pareciera costarnos como si fuera la primera vez. Mi intención con este artículo es brindar algunas claves para aprender a vivir un poco mejor la virtud de la paciencia.
¿Paciencia para qué?
Muchas veces debemos ser pacientes para discernir qué quiere Dios de nosotros, y descubrir, poco a poco, cuál es su plan para nuestras vidas. Pero quiero hablar de «otro tipo» de paciencia. Algunas veces sucede que ya tenemos bastante claro lo que quiere Dios para nuestra vida, pero por razones diversas, esa claridad hacia nuestro futuro se puede demorar mucho tiempo para hacerse realidad.
Ese tiempo de espera es muy duro, empiezan —no siempre, por supuesto— a meterse en tu corazón el miedo, la confusión, la incertidumbre o la idea «peregrina» de que esa certeza, puede ser que no se realice como lo habías esperado.
¿Por qué es importante la paciencia en este proceso?
La paciencia es la virtud que nos permite soportar contratiempos y dificultades para el fin que esperamos. Implica un sufrir y tolerar las contrariedades y adversidades con fortaleza y sin lamentarse. Como les decía previamente, un primer paso en la paciencia es discernir qué quiere Dios para nuestra vida.
Pero el segundo paso, también es muy importante, porque no se trata de hacer lo que Dios quiere a nuestra manera. Ni tampoco debemos pensar que lo que ya tenemos claramente discernido, es nuestro plan. Precisamente, es la voluntad de Dios que, mediante su gracia hemos podido descubrir.
Dicho esto, es más fácil comprender que el «cómo» y el «cuándo» deben hacerse en nuestra vida, es según su voluntad. Recordemos las palabras de la Virgen: «¡Hágase en mí según tu Palabra!» (Lucas 1, 38). Y no lo dice solamente cuando el Ángel Gabriel le invita a ser la madre del Salvador, sino a lo largo de toda su vida.
Cuando se ve obligada a dar a luz al Rey de reyes en un pesebre (Lucas 2, 1-20). Cuando se asombra por la visita de los pastorcitos (Lucas 2, 8-20) y los reyes magos (Mateo 2, 1-12). Cuando tiene que huir de Herodes (Mateo 2, 16-18), cuando encuentra a Jesús después de buscarlo por tres días (Lucas 2, 41-51) o cuando están en las Bodas de Caná (Juan 2, 1-11).
Y cuántas otras veces vive experiencias que sobrepasan su comprensión. Su actitud espiritual debe ser una enseñanza para nosotros: «Guardaba y meditaba todas estas cosas en el corazón» (Lucas 2, 19).
Dios necesita tiempo para obrar en nuestras vidas
Si ya has tenido en tu vida algunas experiencias espirituales, sabes muy bien que siempre se toma su tiempo. Las cosas del espíritu nunca suceden de la noche a la mañana. Mejor dicho, necesitamos tiempo para digerir y comprender lo que nos quiere enseñar el Señor.
Si nos dejamos llevar por el apuro y la impaciencia, es fácil que adoptemos ideas equivocadas y que sean fruto del «mal espíritu». En el camino de la vida espiritual, nuestro corazón es como una tierra de cultivo, donde se siembran semillas de trigo y cizaña.
Si nos apuramos, y queremos tomar decisiones rápidas, queriendo sacar todos los obstáculos del camino para cumplir nuestras metas, podemos —probablemente— matar el trigo, quitando la cizaña. Esa «sensación de apuro» que solemos experimentar… esa impaciencia que quiere «obligarnos» a hacer las cosas sin esperar, suele ser un criterio espiritual para tener en consideración, para descubrir que nos está «empujando» el mal espíritu.
El Señor nos enseña que debemos dejar que las dos semillas crezcan hasta el tiempo de la cosecha, para que sepamos separar con claridad los pensamientos malos —cizaña— que tenemos en el corazón, de los que —realmente— son santos (Mateo 13, 24-30).
Siempre podemos aprender
Esto toma tiempo. Sin embargo, en ese tiempo de espera paciente el Señor nos enseña muchas cosas, y nos prepara para poder vivir el camino que nos tiene pensado, de forma madura y consciente. El tiempo es como el crisol, donde se fragua la espada, haciéndola consistente pero flexible para las pruebas, o donde se purifica el oro, para quitarle las impurezas.
Ese crisol, es ese fuego de la paciencia, que nos va purificando, moldeando, forjando, educando y disponiéndonos para vivir lo que, previamente, sabíamos, pero todavía no estábamos preparados para hacer. La misma actitud para discernir que quiere Dios de nosotros, es la actitud para discernir «cómo y cuándo» quiere hacerlo realidad Dios en nuestras vidas.
Te invito a qué reflexiones cómo obra Dios en tu vida. ¡Deja que actúe con su amor y pueda ayudarte, pacientemente, a descubrir el camino por el que serás auténticamente feliz! Ponte en las manos del Espíritu y déjate iluminar por la gracia.
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