

Muchas veces nuestra realidad se ha vuelto un tanto confusa. Tantas veces hemos experimentado la soledad, el abandono, el miedo. Tal vez, en muchos momentos nos hemos planteado ¿cuál es el sentido de la vida?, ¿para qué estoy en el mundo?, ¿por qué llevo en mi corazón tantos anhelos a veces tan difíciles de cumplir?, ¿por qué existen realidades tan difíciles que causan tanto dolor? ¿Habrá alguna explicación para esto?
1. Nuestra realidad reclama la comunión



Cuando fuimos creados por Dios, fuimos hechos para la comunión. Es decir, para entrar en relación con Él, con nosotros mismos, los demás y la creación entera.
Desde el primer momento de la creación, Dios nos miró con amor y dijo «no es bueno que el hombre esté solo» (Gn. 2,18). Necesitamos de Dios, necesitamos de los demás para entendernos a nosotros mismos, para amar y sabernos amados.
Cuando la persona se desliga de este fin para el cual fue creado, entonces queda a la deriva. Pareciera que poco a poco todo en nuestra vida empieza a carecer de sentido. De esta manera, podríamos decir que el amor de Dios – y solo su amor – es el que nos permite comprender nuestros anhelos interiores, que siempre han estado ahí plasmados, pero que no siempre hemos hecho plenos en nuestro estilo de vida.
2. Nuestras opciones libres traen consecuencias



Todos hemos querido hacer la voluntad de Dios en nuestras vidas. Queremos ser buenos porque nuestra naturaleza es, en esencia, buena al venir de Dios que es amor y que es Santo.
Sin embargo, hemos de entender que así como queremos elegir el amor de Dios como camino de vida, es en un proceso gradual y paciente donde Dios nos va llamando por nuestro nombre a seguirlo por su camino.
En la amistad con Jesús, la fuerza y el afán no aparentan ser parte de su pedagogía. En ese proceso de encontrar respuestas, sin querer, hemos tomado opciones que van en contra de ese propósito de amor con el cual Dios nos pensó. Esto al final nos hiere y nos divide interiormente dejándonos insatisfechos. A esta división interior, consecuencia de nuestras elecciones, es lo que comúnmente denominamos «pecado».
La realidad del pecado no es un invento de la Iglesia. Es la fiel muestra de que somos libres para decidir y que nuestras decisiones, buenas y malas, traen frutos buenos y frutos malos. Que tantas veces nos hieren a nosotros, a Dios y a los hermanos.
3. Viviendo, ¿en oscuridad?



Ante esta dinámica en la que nos movemos día a día, tantas veces nos queda una sensación de oscuridad. Es la realidad que todos hemos podido vivir.
Muchas personas que han compartido su testimonio han expresado que a pesar de poder conseguir muchas cosas en términos materiales y económicos, llega un punto de la propia vida donde se plantean la pregunta ¿y ahora qué sigue?, ¿qué más hago?
Parece que nuestro corazón reclama algo más, que nada en el mundo lo puede llenar. Dios, que es eterno e infinito, ha puesto en el corazón de nosotros, sus hijos, el anhelo de una vida semejante a la suya: eterna e infinita. Nada material en el mundo puede saciar ese anhelo.
4. Una luz en medio de las tinieblas



«El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida» (Jn. 8,12), es una de las frases que más llena de esperanza nuestros corazones. Jesús no ha venido a cancelar nuestros sueños, sino a enseñarnos la manera de hacerlos plenos.
En un pasaje del Evangelio, un joven rico se acerca a Jesús con una pregunta que tal vez nosotros hoy también nos hacemos: «Maestro bueno, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?» (Mt 10,17). Jesús le responde «¿Por qué me llamas bueno? Solo Dios es bueno». Le responde así porque:
«Solo Dios puede responder a la pregunta sobre el bien, porque él es el Bien. En efecto, interrogarse sobre el bien significa, en último término, dirigirse a Dios, que es plenitud de la bondad» (Juan Pablo II, Veritatis Splendor, #6).
En ese sentido, solamente quien decide acercarse a Cristo puede entender que a su lado nuestros anhelos e ideales más profundos se hacen vida. La desesperanza, entonces, es la actitud de fondo que llena el corazón de quien se siente dejado a su suerte en un mar de incertidumbre.
Solamente es el encuentro con Cristo lo que nos devuelve la certeza de su presencia amorosa en nuestras vidas. La persona que se sabe amada por Dios naturalmente empieza a vivir en la esperanza. Y esta es una virtud que nos da Dios para aprender a esperar su acción en medio de nuestra vida.
5. Dejar que Jesús toque nuestros anhelos más profundos



Jesús tiene mucho por decir al hombre de hoy. Si nos dejamos tocar por su amor, no tardaremos mucho en descubrir que Jesús ha venido a iluminar nuestros anhelos más profundos. Con su respuesta al joven rico:
«Jesús (lo invita) a ir mucho más allá de la satisfacción de sus aspiraciones y proyectos personales, y le dice: “¡Ven y sígueme!”. La vocación cristiana nace de una propuesta de amor del Señor, y sólo puede realizarse gracias a una respuesta de amor: Jesús invita a sus discípulos a la entrega total de su vida, sin cálculo ni interés humano, con una confianza sin reservas en Dios» (Benedicto XVI).
Por eso, dejemos que Jesús toque nuestros anhelos. ¡No temamos ponernos nuevamente con confianza en sus manos!
Los autores Gary e Isabela cuentan con un proyecto, Volver a lo esencial, donde tratan más temas sobre el amor humano.
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