
A veces el mundo me resulta insostenible. No sé si es por mi propia intolerancia o tal vez simplemente sea soberbia. Creerme un poco mejor que los demás, incapaz de mirar más allá. Las pocas veces que he leído sobre los ermitaños, he creído entender sus razones para abandonarlo todo y vivir en completa soledad, dedicados a la oración y contemplación constante.
Hoy la Iglesia conmemora a san Pablo el ermitaño y sorprendentemente entendí que huir del mundo no tiene sentido. San Pablo era un hombre de fe que se vio obligado a huir al desierto para escapar de aquellos que perseguían a los cristianos por su fe.
Para conocer más la vida de este santo, te comparto un video con algunos datos sobre su vida y cuatro cosas que aprendí al conocer su historia.
1. San Pablo el ermitaño no era un cobarde
Creo que se conocía muy bien. Sabía que él no podría sobrevivir tantas torturas y tormentos y que tal vez producto del miedo y del dolor cabía la posibilidad de renunciar a su fe. Antes incluso de encontrarse en esta situación prefirió huir.
Encontró refugio en unas cavernas donde había una fuente de agua cercana y una palmera que proporcionaba sombra. Su plan no era aislarse de todos, era algo temporal, hasta que la ciudad fuera segura y pudiera regresar. Cuenta la historia que un cuervo lo visitaba todos los días y le entregaba un pedazo de pan, para ser exactos la mitad de uno.
2. En el silencio la oración se hace más profunda
Dios sin embargo tenía otros planes para él. San Pablo se dio cuenta que en el desierto su oración se hacía más profunda y podía escuchar claramente la voz de Dios. San Pablo no estaba solo. Pasó más de 70 años en el desierto. Su cuerpo ya se hacía viejo y la nostalgia por volver a ver otro rostro humano se hacía presente.
«Mira cómo Dios es bueno» decía san Pablo el ermitaño, y Dios tan bueno le envió un gran amigo que lo acompañó casi hasta la hora de su muerte, san Antonio Abad. La historia de la amistad de ambos santos la puedes encontrar aquí.
3. Del mundo no podemos huir
Lo que he aprendido de esta historia y de este gran santo es que del mundo no se huye, se huye de la maldad. Que no se trata de quedarte escondido, sino de buscar a Dios siempre y en todo momento. Que, aunque parezca que no tenemos nada, Dios provee. Y que siempre hay que estar al servicio de los demás, aunque parezca que no tenemos a nadie al lado.
4. Amor extremo, dejar todo por amor a Dios
Lo que nos enseñan los santos ermitaños como san Pablo, no se trata de la soledad y del aislamiento. Se trata de un amor extremo. Un amor que tiene que ver con los demás, pues pasarse la vida entera suplicando por otros, aquellos que ni siquiera conoces, solo puede significar un amor tan grande que necesita espacio, el espacio de toda tu vida.
Estos santos nos enseñan de una manera radical que cuando uno deja todo por amor a Dios, Dios cuida, provee, acompaña y consuela. Que el ser humano no está hecho para la soledad. Así pues, lo rodea con su compañía, con las grandezas de su creación. La comunión, la comunidad se vive siempre, incluso cuando el hombre pareciera que está solo. Dios acompaña siempre.
La importancia de cultivar una vida de fe no se trata de «religión», se trata de amistad, de amor, de compañía constante. No se trata de renegar del mundo ni huir de él para estar a salvo. A salvo solo se está al lado de Dios.
Si eres devoto de este gran santo, cuéntanos en los comentarios qué es lo que más te gusta o te llama la atención de su historia. ¡San Pablo, ruega por nosotros!
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