«¿Y ahora qué? ¿Ya no hay nada para mí?» Me han preguntado. Entiendo que el salir de un grupo puede ser difícil, también estuve en uno de jóvenes y la experiencia fue la misma: «¿cuál es mi lugar en la Iglesia?». Muchos amigos míos se encuentran o encontraron en esa misma situación y muchos se perdieron en el camino. Por eso, primero que nada te invito a que no te desanimes, es necesario avanzar. Así como vamos por grados en la escuela, lo mismo pasa en la fe. Hay que saber que cada grupo tiene herramientas que ofrecer y que luego, de la mano de Dios, nos toca discernir qué es lo que Él quiere para cada uno de nosotros, la cuestión es avanzar en nuestro camino. Ningún niño se queda en el cuarto año toda la vida.

Es por eso que hoy quiero compartir algunos puntos que me han servido (a mi y a otros) cuando he optado por dejar un grupo juvenil; porque ya era tiempo, necesitaba avanzar, cumplí la edad límite u otras circunstancias.

1. No descuidar los sacramentos

Es importante seguir cercano a la Iglesia por medio de tu parroquia y sobre todo por medio de los sacramentos, por ello es importante tener cuidado de no dejarlos.  Has salido de un grupo de jóvenes, no de la Iglesia. Hago énfasis en dos de los sacramentos:

La reconciliación: Cada vez que sea necesario y cada vez que caemos es importante arrepentirnos y con mucha humildad acercarnos al Señor a reconocerlo, pedir perdón y esforzarnos por no caer en lo mismo.

La Eucaristía: Dice Pío XII en su encíclica «Mediator Dei»: «Constantemente el divino Redentor repite aquella invitación: «Permaneced en Mí». Y por el sacramento de la Eucaristía Cristo habita en nosotros y nosotros en Cristo; y así como Cristo, permaneciendo en nosotros, vive y obra, así nosotros, permaneciendo en Cristo, por El vivamos y obremos» (MD 160). La Eucaristía es la fuente y la cima de toda vida cristiana (LG 11) y Juan Pablo II (hoy santo) recordará que la Iglesia vive de la Eucaristía (EE 1). No nos privemos de algo tan importante y necesario: permanecer en Cristo como los sarmientos en la vid.

2. No descuidar la vida de oración

La oración es nuestra mejor herramienta. Es ahí, en ese diálogo íntimo con Dios, donde podemos poner en sus manos nuestras tristezas pero también nuestros deseos y dudas. Es la oración la brújula que nos indicará a dónde ir ahora, pues es Dios con quien hablamos y quien nos habla. ¡Es un auténtico diálogo! Por eso es importante preguntar al Señor: «¿qué quieres de mi?, ¿en que te puedo servir?».

3. Analizar cuáles son los dones y talentos que Dios nos dio

Dios nos ha dado dones y talentos para ponerlos al servicio de los demás. Sería bueno que a la luz de la oración le preguntes al Señor que debes hacer con ellos. O bien, si no sabes cuales son, preguntar a Dios por ellos: «¿Cuáles son mis dones y talentos?, ¿qué debería hacer con ellos para servir a los demás?». Si ya tienes claro cual es tu misión en la Iglesia sería bueno purificar esa intención. Preguntarnos qué buscamos con eso realmente, si es en verdad para dar gloria a Dios o a nosotros mismos. Por ejemplo, hace tiempo quería coordinar el grupo de jóvenes en el que estaba, no tuve oportunidad pues salí del grupo antes de llegar a la coordinación, sin embargo, con el tiempo, me di cuenta de que lo que buscaba además de servir a Dios era el reconocimiento o quizá el poder que eso me daba. Y por ello doy gracias a Dios que no me permitiera alcanzar ese deseo pues creo que no habría traído nada bueno. Con esto introduzco el siguiente punto.

4. Tener intención recta 

Si ya hay un deseo de servir en la Iglesia de esta u otra forma (ej. quiero estar en el grupo parroquial de liturgia, de catequesis, colaborar como lector, etc.). Sería bueno acercarse al Señor y preguntar qué es lo que realmente busco y así confirmar que se tiene una intención recta con Él: «¿Es realmente este deseo, un auténtico anhelo de servirte o solamente quiero sobresalir y ser reconocido o cumplir un capricho?», como me pasaba a mí en el tiempo del grupo de jóvenes.

5. Acercarse la parroquia a la cual se pertenece

Primero que nada al párroco y preguntar si hay algo concreto en lo que se puede apoyar a la comunidad o bien si ya se ha discernido a la luz de la oración un posible quehacer, puedes proponérselo o incluso pedir ayuda para discernir. A mi me pasó algo gracioso. Fui con mi párroco, a quien por razones de la vida conocía, y le pregunté en qué podría ayudar e. Su respuesta fue que todo estaba lleno, y bueno, al tiempo me incorporé a otra comunidad.  Son cosas que pasan, te comparto esto para que no te desanimes  y no te des por vencido.

6. ¿Otro grupo juvenil, un grupo parroquial o ninguno de los anteriores?

A estas alturas muy probablemente tus opciones se traduzcan en tres:  

1. Integrarte a otro grupo juvenil, en el de universitarios, por ejemplo, o alguno con una espiritualidad distinta.

2. Si no te experimentas llamado a integrarte a otro grupo juvenil (como me pasó a mi), quizá te funcione integrarte a un grupo parroquial. Por ejemplo el de catequesis, lectores, liturgia, monaguillos o algo por el estilo.

3. Ninguno de los anteriores. «¿Cómo así?, ¿voy a hacer nada?» Me refiero a que no es obligatorio para un católico pertenecer a un grupo parroquial pero si a la comunidad. ¿Y como se hace eso?. Fácil: Santificando el diario vivir desde nuestra ocupación. Dice la constitución dogmática «Lumen Gentium» que laicos son aquellos hombres y mujeres que no gozan de los sagrados ordenes (sacerdocio) o del estado religioso (monjes y religiosos) o sea tú y yo: estudiante, médico, profesor, barrendero o albañil, joven o adulto, soltero o casado. Que vivimos el aquí y el ahora. Si te cuesta vivir tu fe solitariamente (que es muy probable) incorpórate a un grupo juvenil o parroquial que te dé ánimos para perseverar, métodos de oración, métodos de estudio y demás herramientas. Ya eso te tocará a ti discernirlo.

7. Recordar: en la fe no hay «break»

«Ya salí del grupo, me daré un merecido descanso», me han comentado muchos. Un descanso del grupo como tal, puede ser, de la fe: los sacramentos, la oración, las obras de caridad y la constante lucha por la santidad, nunca. La fe no es algo que podemos pausar y reanudar cuando queramos, aquí está en juego la salvación de nuestra alma. Si es cansancio lo que se siente, es válido descansar, pero recordando que como bautizados estamos llamados a santificar el día a día, a guardar los mandamientos y a ser fieles en lo poco o mucho que se nos confíe.

Estas recomendaciones no llevan un orden cronológico, además sé  que cada persona es distinta y quizá de estos puntos solo uno o dos te sirvan, quizá los otros ya los tienes claros, no lo sé, por eso te propongo los reflexiones, antes de optar por algo y espero que te sean útiles. Si estás viviendo este proceso, ten la certeza de que estarás en mis oraciones y te ruego me tengas en las tuyas.

Me gustaría saber qué otro elemento añadirías a esta lista 😉


Escrito por Bernardo Dueñas.