sagrada familia de nazaret

Hoy contemplamos a la Sagrada Familia de Nazaret. Bueno, acabamos de vivir la Navidad y nos hemos – no sé si tú también, pero supongo que sí – sentado junto al pesebre. En las figuras de porcelana, arcilla o madera – hay tantas opciones – hemos visto la misma escena que vemos cada año. A un Niño Jesús con los brazos abiertos hacia su padre y su Madre. A san José con el cayado, mirando a Aquel de quien le habían hablado en sueños. A María con las manos sobre el pecho, rezando, admirando como en un ensueño el milagro que se le había anunciado.

De verdad es una bella época para contemplar. Con la misma mirada de san José clavada en Jesús y el cariño ininterrumpido de la Virgen, nosotros también clavamos la mirada y compartimos el cariño ininterrumpido que debemos a Dios.

Pero esta escena, conmovedora, delicada, sobrecogedora, no acaba el 25 de diciembre. Quedan algunos días para trasladarnos a Belén. Y luego, nos mudaremos a Egipto, más tarde viviremos con la Sagrada Familia en Nazaret. ¡Qué impresionante es esta invitación que recibimos todos los años y cada día!

Como dije al principio, hoy es el día de la Sagrada Familia y tenemos la oportunidad, como unos invitados a la casita de Nazaret, aprender de las virtudes que se vivían en ese hogar. Escuchar a Jesús, María y José y llevarnos al día a día un pedacito de la familiaridad que los tres quieren tener con nosotros.

1. Ser obedientes no es una humillación

sagrada familia de nazaret

Cada uno de los tres nos muestra, con su propia personalidad, lo que es obedecer al Padre. La Virgen sorprendida por el anuncio del arcángel, proclama «he aquí a la esclava del Señor». San José «inmediatamente» ejecuta las indicaciones que se le transmiten en sueños.

El Evangelio también nos dice que Jesús, luego de la escena en la que se pierde y es encontrado en el templo, hablando con los doctores de la Ley, volvió a casa con sus padres y «les obedecía en todo», mientras crecía en sabiduría. ¡Y era Dios!

2. ¡Danos paciencia, Señor!

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No ha de ser fácil mudarse de aquí para allá. Pero fue precisamente lo que le tocó a la Sagrada Familia; de Nazaret a Belén, a Egipto, a Nazaret… pero sin quejas emprendían la marcha ahí donde el Padre indicaba. Sí, es un gesto de obediencia, pero también de paciencia. De esperar a que Dios indicara sus próximos planes.

También cuando las cosas no salen como pensábamos, podemos ejercitarnos en la paciencia. Cuando nos sentimos desamparados y el Señor guarda silencio, podemos ejercitarnos en la paciencia. Cuando nos sentimos solos y el camino se hace duro, podemos ejercitarnos en la paciencia.

Los caminos largos y cansadores pueden llevar a un gran destino.

3. Aprender a guardar silencio

¡Cuántas veces queremos dar nuestra opinión sobre algo! ¡Cuántas veces queremos ser escuchados! Pero, muchas otras veces, también el silencio es más prudente.

Un fragmento de las «Letanías de la humildad» reza:

Del deseo de ser alabado,

del deseo de ser honrado,

del deseo de ser aplaudido,

del deseo de ser preferido a otros,

del deseo de ser consultado

Guardando silencio crecemos en humildad, sin esperar que nos consulten, que quedemos bien, que recuerden nuestra opinión – especialmente cuando después queremos decir «te lo dije» -, cuando queremos aconsejar (sin que nos lo hayan pedido) o cuando queremos, simplemente… discutir.

4. Y aprender a escuchar

De la mano de la virtud anterior, está el saber escuchar. Porque podemos guardar silencio, pero pensando en nuestro interior «este no tiene la razón», «qué estupidez lo que este dice», «no sabe nada».

El silencio viene precedido de la escucha. La Virgen oyó al ángel y, sin muchas palabras, obedeció – ¿ves cómo varias virtudes están unidas? Si crecemos en una, ¡crecemos en muchas! – y san José, sin decir palabra, obedeció, porque escuchó lo que Dios quería de Él. Ambos acogían con sencillez la palabra que les era transmitida. No solo en lo extraordinario – como la aparición de un ángel – sino en las pequeñas cosas del día a día – «María guardaba todas estas cosas en su corazón», leemos en el Evangelio -.

Jesús escuchaba las necesidades de los hombres. Le interesaba lo que cada uno se acercaba a contarle. ¡Él tenía tanto que decir! Pero se tomaba el tiempo para oír a la gente – que era mucha -, y oírle de verdad.

Nosotros rezamos y rezamos, pedimos y pedimos. Y Dios – que imagino que ha de estar muy ocupado – «se toma el tiempo» de escucharnos… ¿por qué nos cuesta tanto prestar oídos a nuestros hermanos?

5. Confiar es difícil… pero vale la pena

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Te he hablado de situaciones muy difíciles que tocaron a la Sagrada Familia – frío, pobreza, incertidumbre, incomodidad, etc. – y que vivieron con paciencia y obediencia. Pero también mucha confianza en que nada sucede sin que el Padre lo quiera. Y lo que quiere el Padre, es lo mejor.

La verdad es que me rebelé muchas veces contra la frase «los tiempos de Dios son perfectos». No es agradable escucharlo cuando hay dolor, hay dudas, hay esperas que parecen no tener sentido. No es fácil cuando nada parece tener sentido.

Pero el abandono y la confianza en que todo tiene un por qué rinde sus frutos. No en el tiempo y, muchas veces, no en la manera en la que esperamos. Pero sí, tiene un por qué. Y sí, vale la pena.