

Mi esposo y yo tenemos 3 hijos. Los tres aún son muy pequeños. El segundo es hombre y al parecer tiene una simpatía especial. Cuando lo ven por la calle me dicen, frecuentemente, frases como esta: «Qué lindo niño. Cuando sea grande seguro traerá a las chicas como locas». Varias veces he sonreído y me animado a responder: «Ojalá Dios lo quiera y sea sacerdote»
El escándalo de ser sacerdote
No pocas veces he recibido una mirada escandalizada o una palabra de reproche ante semejante deseo. ¿Cómo podría desear tal cosa? ¿Sacerdote? Tengo la sensación de que si digo que quisiera que fuera ingeniero o que simplemente traiga a las chicas como locas la reacción sería distinta.
En muchos lugares el tener se ha convertido en un indicador de éxito y valor. Y al parecer los hijos forman parte de este tener. Tengo dinero, tengo dos autos, una casa, un puesto importante, tengo hijos.
Olvidamos que nuestros hijos son una hermosa misión y simplemente los empezamos a tratar como una más de nuestras pertenencias, proyectando en ellos un futuro ya dirigido, planificado y muchas veces ni siquiera consultado, un futuro que de pronto nos «asegure» el éxito a nosotros los padres.
Los hijos no son nuestros
Creo que en algún momento me he repetido esta frase varias veces y estoy segura que me hará falta repetírmela varias más durante la vida. Es algo duro y difícil de aceptar tanto para las madres como para los padres.
Ellos son fruto de nuestro amor y los hemos cargado en vientre y en el corazón. La unión y el amor que tenemos con nuestros hijos son muy profundos. Dejarlos ir y aceptar que no son nuestros en cierta manera puede ser difícil.
Pero es bueno recordar que los hijos nos han sido encomendados por Dios y son eso: una encomienda y un regalo a la vez. Es nuestra misión, nuestro deber y privilegio formar estos niños para que logren ser hombres y mujeres buenos y felices. Pero no solo es eso, como católicos nuestra misión además es formarlos en la fe, en el amor a Dios. Y es aquí donde quiero ahondar.
Dios nos hizo y somos suyos
Somos suyos no en sentido simple de posesión que expuse líneas arriba. Sino en el sentido de ser suyos, cuidados de cerca de una forma especial y diferente para cada uno. Creados para el amor, para ser felices. Nos tiene un plan especial para cada uno. Y nos dio la libertad para elegir seguir ese plan.
Como padres y primeros formadores de la fe de nuestros hijos es importante que estemos abiertos a recibir esa misión que Dios tiene para nosotros y que Dios también tiene para nuestros hijos. La relación que ellos formen con El será única y personal así como es la nuestra.
Y qué hermoso debe ser para un padre ver los frutos de esa semilla de fe que fuimos sembrando en el corazón de nuestros hijos a través de un llamado vocacional a ser sacerdote. Para que este llamado sea escuchado, es muy importante criar a nuestros hijos en un ambiente de libertad, de virtud, de entrega, de generosidad.
La vocación religiosa es un llamado muy hermoso. Es un don de Dios que se recibe en la fe y es cultivada en la oración. Dios llama a quién El elige. Creo firmemente que como padres podemos colaborar mucho ayudando a nuestros hijos a discernir en un ambiente de absoluta libertad, su vocación y que ellos puedan responder a ese llamado.
Desear lo mejor para mis hijos
Si como padre quiero lo mejor para mi hijo, que esa definición de lo mejor no esté limitada simplemente a que tenga las mejores cosas, los mejores juguetes, que vaya al mejor colegio, a la mejor universidad.
Lo mejor para mis hijos es que sean felices y esa felicidad incluye y depende de la respuesta que den al llamado que Dios les hace a cumplir su plan.
Si quiero lo mejor para mi hijo no es ilógico que como madre católica desee que Dios llame a alguno de mis hijos para que lo sirva desde cerca. Para que ayude a los más necesitados, para que consuele a los afligidos, para que lleve la fe a los que no la tienen o la han perdido. ¡Qué regalo más grande debe ser tener un hijo religioso y ser testigo de esa unión tan cercana con Dios, tan exclusiva, tan feliz!.
Ver a estos seminaristas tan felices, siendo hombres bien formados, inteligentes, atractivos para la humanidad, llenos de valores me llena de entusiasmo. No puedo evitar el deseo de ver una entrega y felicidad tal en mi hijo.
San Juan Pablo II nos decía: «Estad abiertos a las vocaciones que surjan entre vosotros. Orad para que, como señal de su amor especial, el Señor se digne llamar a uno o más miembros de vuestras familias a servirle. Vivid vuestra fe con una alegría y un fervor que sean capaces de alentar dichas vocaciones. Sed generosos cuando vuestro hijo o vuestra hija, vuestro hermano o vuestra hermana decida seguir a Cristo por este camino especial. Dejad que su vocación vaya creciendo y fortaleciéndose. Prestad todo vuestro apoyo a una elección hecha con libertad.»
Y así resumo que el deseo de los padres debe ser la felicidad de sus hijos, ayudarlos a discernir libremente, generosamente y apoyarlos en esa decisión sin miedo, confiados en que van a cumplir el plan de Dios; ya sea la vocación al matrimonio o la vocación a una vida consagrada a Dios siendo sacerdote.
Desde que nació mi hijo se lo ofrecí a Dios para si es su voluntad mi hijo fuera sacerdote .
Que obra par mí .
Pero Dios no lo ha querido así y tengo que haceptar la decisión de Dios y la de mi hijo .
Solo Dios sabe cuál es la misión para mi hijo .
Pero me también Dios sabe cuánto me hubiera gustado a mí que hubiera sido sacerdote .
Además hubiera sido un buen sacerdote .
Ojala por lo menos pueda ser diácono o catequista .