¿Qué sentido tiene la vida? Es una pregunta que me hago siempre y que cuestiono a Dios. Si nos ama, ¿para qué  sufrir tanto? ¿Por qué tanta discordia? Cuestiono al mundo, a la persona que tengo al lado. Cuestiono a mis padres, ¿por qué no darme más herramientas para vivir mi vida? Me cuestiono a mí, ¿por qué no he aprendido ya lo que tengo que hacer?

Mirar nuestra vida a la luz de Jesús

Jesús, pudiendo vivir como Dios en ese Edén eterno, decidió venir a nuestro caótico mundo y ser Hombre. ¿Para qué? Si yo, siendo humana, quiero irme ya corriendo. Me la paso fantaseando con esa eternidad de gozo.

Cuando me doy cuenta de que el mismo Dios quiso venir acá, a este mundo, pienso que algo muy grande debe de haber encontrado.  Dios sería un tonto si sufriera sin sentido.

Voy entendiendo que Jesús vino a enseñarme a tenerme paciencia, a tenerle paciencia a Dios y paciencia al mundo. Vino a mostrarme una vida de gozo, a pesar del dolor.

A cada día le basta su propio afán

Él vino a enseñarme que vivir quejándose no consigue la paz ni la muerte más rápido. A cada día le basta su propio afán: si es pasar con los amigos y comer, si es trabajar, ir a estudiar, tener que aclarar temas con las autoridades, ir a acompañar a los que sufren, estar con la familia, caminar solo por el desierto y contemplar, hacer sentir a otros que Dios los ama incondicionalmente. Jesús me forma en lo cotidiano.

Pienso que Jesús compuso las parábolas por experiencia interna de lo que iba siendo la vida, Su vida con nosotros. Me pregunto si cada reflexión la hacía también para encontrar consuelo de Dios, Su Padre, en un camino que parecía muchas veces difícil, sin sentido, arduo, atemorizante, casi de huérfano.

Pero Jesús no se quedó en las confusiones, ni en la traición ni en la soledad. Más bien logró encontrarles sentido en el corazón de Dios que nos habla en todas las cosas de la vida. Ese el primer sentido de vivirla.

La misión salvadora de Jesús

30 años toma a Jesús evidenciar su misión y, cuando finalmente la muestra, mil obstáculos aparecen. Sabe que no será fácil. Algunos amigos lo abandonarán cuando todo sea más crítico, quienes lo juzguen serán nada menos que los mayores en la pirámide social y Él será un perseguido. Y aún así, nos dice: «nadie me quita la vida, Yo la entrego».

Jesús caminó Su camino y Él se convirtió en el nuestro. Jesús no quiso acabar con todos los males, no quiso dejar satisfechos a todos, no quiso convencer a los opositores sobre el Reino para hacerse amigo de todos y vivir en una realidad perfecta. El respetó nuestra libertad y mostró el sentido del dolor.

¿Por qué no dejó el mundo perfecto? ¿Qué quiso demostrar? Jesús reta no sólo a los que vivieron en Su tiempo, sino a todos, en todos los tiempos. La idea que tengo yo de vida plena, ¿es acabar con todos los obstáculos, dejar a todos felices con quien soy, hacer entender todo a todos? Tal vez eso no sería respetar el pensamiento y la libertad de cada uno. Tal vez eso no significaría amor.

Quizá la respuesta es vivir un día a la vez. «A cada día le basta su propio afán» (Mt 6, 34), encontrando lo que Dios me pide hoy, eso que me llena de amor y llena a otros de ese amor. Aquello que dejará fruto y podrá traer aunque sea un poco de luz, amor y provecho al mundo que hoy me toca, aunque sea en un pueblito desconocido, oprimido por un reino, en las periferias del mundo, sin mucho éxito con los grandes del entorno, haciendo lo que hoy más deja sentir que Dios está aquí.