




La pregunta por nuestra identidad ligada a nuestras raíces es una de las interrogantes a la que debemos responder si queremos encontrar sentido a nuestro obrar y nuestro despliegue personal. Como cristianos estamos llamados a ayudar a encontrar a otros ese primer fundamento, sustento y raíz: Dios. El ha puesto en nuestro camino muchas personas con una búsqueda constante de esa identidad.
Hoy nuestros blogueros asociados reflexionan sobre este tema tratado en este bonito video. ¡Estamos seguros les será de mucha utilidad y hará mucho bien en su apostolado y en sus propias vidas!
Luis Javier Moxó
Autor del Blog: Echad vuestras redes.



Nuestras raíces no son casuales. Alguien eligió para nosotros una familia concreta: padre, madre, abuelos y si acaso hermanos también. Nuestra forma de ser va haciéndose en ese entorno. Si tenemos la suerte de llegar a una familia con valores, en una situación social y económica más o menos saludable, nuestro desarrollo podrá ser más o menos satisfactorio.
Las raíces de nuestra propia familia realmente son importantes para nuestro bienestar. Ser acogidos, respetados y amados por los nuestros es no solamente algo a lo que tenemos derecho, sino que nos hace realmente felices. Un entorno agradable. Pasar el tiempo con la familia, no aislarse egoístamente en los propios intereses, compartir todos los momentos, estar pendientes de ayudar y servir a los demás de modo generoso es algo que espera nuestra familia de nosotros.
Cuando alguien de la familia se nos va todo eso se echa de menos y se sufre enormemente el vacío, la pérdida de un contacto más directo. Es como si realmente las raíces de nuestra vida subieran hacia el cielo buscando apoyo, amparo, consuelo, aunque la fe nos llame a la esperanza de un reencuentro.
Pienso que la palabra clave aquí es “reconocer con agradecimiento lo recibido” a través de nuestra familia, pero también “reconocer y recordar las raíces de nuestra Humanidad” que es lo que nos une a la familia humana. ¿Qué trato tenemos con aquellos que Dios ha escogido como hermanos nuestros? ¿En qué medida les vivimos conectados a nuestra vida? Somos la familia de los hijos de Dios.
Néstor Mora
Autor del Blog: Eclesias TIC



No siempre es posible saber de dónde vienes, porque procedes de muchas partes y de ninguna en concreto. En ese caso comprendes lo que la Carta a Diogneto nos indica: (Los cristianos) “habitan en sus propias patrias, pero como extranjeros; participan en todo como los ciudadanos, pero lo soportan todo como extranjeros; toda tierra extraña les es patria, y toda patria les es extraña”. La verdadera patria y origen del cristiano es Dios.
Quien olvida su pasado, no puede comprender su presente. Quien olvida de donde viene, pierde las raíces que le sostienen cuando sopla la tempestad. Quien olvida de donde viene, nunca podrá regresar. Quien mira a su pasado sin agradecimiento, no podrá ver esperanza en el futuro. Quien olvida sus raíces, es como un matojo manejado por el viento de lo actual, lo que está de moda. Quien olvida sus raíces no puede alimentarse de los errores y aciertos de quienes le precedieron. Quien olvida quien le dio la vida, se verá incapaz de darla a otro ser. Quien olvida que Dios es el comienzo, la razón de todo, la tierra que nos sostiene y nos alimenta, la luz que nos guía y la solidez que da esperanza; se convierte en una chispa entre dos negras y profundas nadas.
Pilar V. Padial
Autora del Blog: “¡Vive! celebra la vida!”



Este video encaja a la perfección con un tema que estudiamos estudiando estos días en la Universidad. Resumido, vendría a decir que la riqueza heredada genera más riqueza y quien no la ha recibido lo tiene bastante negro. Estoy de acuerdo y creo que puede extrapolarse a todo tipo de riqueza, no sólo la económica: salud, amor, acogida, paz, estudios, integración. Visto humanamente, sólo desde la carne y la sangre, eso sería muy injusto aunque hermoso para quienes lo gozan.
Afortunadamente Dios vino a romper este círculo de fatalidad y ofrecer riquezas mayores a los pobres, a los mansos, a los que sufren, a los que lloran… También pueden recibirlas quienes viven felices, pero no pueden conformarse con la mera dicha natural. Deben nacer de nuevo, como Jesús enseñó a Nicodemo.
Los agraciados harían bien en pensar que su familia se extiende más allá de la carne y la sangre. Los desfavorecidos también lo deben pensar y creer que Dios no deja huérfano o en la estacada a nadie.
Santi Casanova
Autor del Blog: Narraluz



¿Y si el origen no es el amor? ¿Y si el lugar de donde uno viene ha sido causa de sufrimiento y dolor? ¿Y si volver a las raíces nos lleva a un infierno del que hemos escapado? ¿Por qué identificamos «origen» con «raíces»? ¿Son acaso lo mismo? La raíz no es el lugar de donde vengo sino aquello que me «agarra», que me «sostiene», que me «alimenta», que «busca» y «recorre»… ¿Vienen dadas las raíces o uno las desarrolla? ¿Uno tiene raíces o uno se enraíza? Las personas que somos afortunadas y que podemos mirar atrás y descubrir amor en el pasado estamos obligados a agradecer. No todo el mundo puede decir lo mismo. No todos hemos sido deseados, queridos, buscados, respetados… Y esta es tarea también para el creyente: ¿Cómo testimoniar a ese Dios origen de todo? ¿Cómo mostrar el rostro de Aquel que, más allá de lo vivido, sí te ha deseado, querido, buscado y respetado desde el principio?
P. Joan Carreras del Rincón
Autor del Blog: Nupcias de Dios



¿Tener raíces o enraizarse? Buena pregunta, Santi Casanova. En la naturaleza, esa pregunta no tiene sentido, pues sólo tiene raíces aquel árbol que es capaz de echarlas, es decir, de enraizarse. Entre nosotros los hombres, en cambio, suceden ambas cosas. «En la biología de la generación está inscrita la genealogía de la persona» se afirma en la Carta a las familias n. 9. Que está inscrita significa que se ofrece como signo de la filiación divina: «el hombre es la única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma» (GS 24). Así debe ser también en la familia. Así debería ser. Si lo es efectivamente, entonces existen raíces que provienen de la gratuidad del amor; si no lo es en absoluto, la persona crece sin raíces. En el primer caso, el estupor ante el hecho de ser amado por sí mismo facilita la respuesta agradecida por la que el hombre hace don de sí mismo. En el segundo, esa vocación a la entrega difícilmente se descubre. En todo, puesto que la genealogía de la persona se halla en Dios y Él busca siempre al hombre, incluso cuando la persona no tuviera raíces humanas siempre sería posible que se enraizara mediante el don de sí a los demás y secundando los impulsos de la gracia divina.
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