

En muchas ocasiones, cuando las cosas van mal, escuchamos o usamos la frase «estamos en las manos de Dios». La mayor parte de las veces, sin embargo, creo que usamos esa frase de un modo muy banal o con una especie de «pensamiento positivo» que tiene más de resignación que de esperanza. Con facilidad asumimos que Dios debería resolver todo según lo que nosotros creemos que es lo mejor. Es una esperanza inmadura, a veces caprichosa, y sumamente frágil.
La esperanza en ningún momento supone pasividad. Dejar todo «en manos de Dios» no significa renunciar a nuestro grano de arena. Estar en manos de Dios no significa que Él va a resolver todo como nosotros quisiéramos. Tampoco que va a eliminar el sufrimiento o el dolor como por arte de magia. Quizás llegue un momento en donde realmente no hay nada que podamos hacer, pero aún así, no podemos renunciar a alimentar la fe, la esperanza y la caridad en cualquier situación, por más desesperada que sea. Quizás sea eso lo único que Dios nos pida.
Estar en manos de Dios significa, en última instancia, saber que su amor por nosotros es incondicional, y que pase lo que pase, nada nos puede apartar de ese amor. ¿Hay algo que nos pueda dar mayor seguridad? Incluso si nosotros nos apartamos de Él, Dios nunca se aparta de nosotros. Significa también que incluso males objetivos que nos ocurran pueden jugar a nuestro favor si los enfrentamos de su mano. Ya lo decía San Pablo: «sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que lo aman» (Rom 8,28).
Si bien esperar supone mirar al futuro, la preocupación por el mañana no puede hacernos olvidar el presente en el que tenemos que incluir a Dios. Quizás muchas veces nos preocupamos excesivamente por el mañana cuando nuestra mayor preocupación debería ser, en este preciso momento del presente, tomar a Dios de la mano y creer en sus promesas. Solo así el mañana vendrá con los frutos de Dios y con las fuerzas para enfrentar un nuevo día.
San Pedro nos invita a dar razones de nuestra esperanza (1Pe 3,15). ¿Cuáles podrían ser esas razones? Anoto algunas, aunque sin duda hay más.
1. No se espera sin razón… pero al final solo hay una razón para esperar
Esa única razón es la confianza en las promesas de Dios, quien es el único que nunca falla. No hay tiempo asignado para su cumplimiento, pero sin duda, Dios nunca falta a su palabra. Toda otra razón esta fundada sobre esta.
2. La esperanza esta en Dios, no en mí
No podemos esperar que todo salga según yo quiero o pensar que todo lo puedo solo. Un error que cometemos con mucha frecuencia: identificar esperanza con el cumplimiento de aquello que quisiera o sueño, y además suponer que todo depende solo del esfuerzo que le ponga a lo que emprendo.
3. Alimentar nuestra esperanza
Que es también alimentar nuestra vida de fe y de caridad. Estar en gracia, recurrir a los sacramentos, y algo muy importante que no siempre hacemos: traer a nuestra memoria las bendiciones de Dios en nuestra vida y todos los momentos donde hemos visto con claridad que nos ama por encima de todo. Qué pensamientos consentimos hace una gran diferencia en cómo enfrentamos los momentos de dificultad.
4. El testimonio de los santos
¡Son tantos y nos dan también razones para la esperanza! Si otras personas vivieron situaciones tan difíciles, y no perdieron la esperanza, también nosotros podemos lograrlo. Dios quiere ayudarnos, nos abre puertas y nos acompaña en todo momento.
5. La muerte buena consejera, también para tener esperanza
Parece paradójico, pero lo es. ¿Por qué? Primero porque Jesús venció a la muerte y nos recuerda que no hay nada que venza al amor de Dios. En segundo lugar porque considerar lo efímero de nuestra vida, y que estamos solo de paso, nos pone la mirada en la meta final. No se trata de mirar la meta para olvidarnos del presente, sino iluminar el presente con la meta final, que es el amor misericordioso de Dios que nunca nos abandona y nos acompaña en este preciso instante. Dios, en este mismo momento, nos está mirando con amor.
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