

Hace un tiempo comencé a trabajar en un colegio de las teresianas. Cuando tuve mi entrevista para el colegio me presentaron a san Enrique de Ossó. Yo no lo conocía y, para serte sincera, había pensado que el colegio pertenecía a la comunidad de los carmelitas.
Cuando me hablaron de san Enrique y me contaron que él era el fundador del colegio y de la Congregación de Hermanas de la Compañía de Santa Teresa de Jesús, me llamó la atención. Así que, como es normal, me puse a investigar quién fue este santo y su influencia en la Iglesia católica.
Lo primero que encontré es que san Enrique de Ossó fue un sacerdote que contribuyó a mantener viva la fe cristiana en España, con una fidelidad inquebrantable a la Iglesia y la Sede Apostólica.
Estas dos palabras – «fidelidad inquebrantable» – hoy me hacen pensar en lo importante que es, aun en las mayores dificultades, los que seguimos a Cristo, lo amamos y servimos, no dejemos que nada quiebre nuestra fe.
San Enrique vivió tiempos difíciles, sufrió enormes dolores y aun así confió siempre en Dios. Su fe y esperanza estuvieron siempre puestas en Aquel que nunca nos falla. A continuación te comparto tres enseñanzas suyas que siguen vigentes (hoy más que nunca).
1. ¡Es muy importante tener referentes claros!
Una de las cosas que más me llamó la atención de san Enrique fue su profundo amor a santa Teresa de Ávila. Cuando empecé a profundizar en la vida de san Enrique me di cuenta de que en la época en la que él vivió, santa Teresa —siendo una de las santas más importantes que ha nacido en España— había sido un poco olvidada.
Dios se valió de este hombre, para que las enseñanzas de la santa volvieran a tener la fuerza que se merecen.
San Enrique dedicó su vida a estudiar las enseñanzas de Teresa y a divulgarlas por todos los medios que le fueron posibles. Inició una revista, escribió reflexiones sobre su enseñanza y hasta fundó una congregación religiosa con su nombre.
Es increíble pensar que él pasó de largo y no dejó su nombre en lo que hacía. Tenía claro que su gran amor, después de Jesús, era Teresa. Hasta tal punto que hablaba de Jesús, de Teresa y de Teresa y su Jesús, vinculando siempre a la santa con el amor que los unía en todo lo que hacía.
San Enrique es un modelo de lo que hace tener amigos en el Cielo. La mejor amiga de san Enrique fue siempre santa Teresa. Eso me lleva a preguntarme y preguntarte ¿cuál es ese amigo en el Cielo al que le pides que interceda por ti? ¿Tienes algún amigo en el Cielo que desees que todos conozcan?, ¿hablas de él constantemente?
Tener amigos que estén con Jesús siempre será un regalo, ¡piénsalo! Vale la pena difundir el amor de Dios y el amor que Él tiene por sus amigos. Para que todos tengamos algún amigo en el Cielo a quien hacerle guiños en los momentos de dificultad.
2. San Enrique de Ossó nos explicó cómo difundir el amor de Dios
Además del amor que tenía por Teresa, san Enrique creía en los jóvenes y en la importancia de enseñar y de guiarlos hacia la única verdad que los hará libres: Dios mismo.
Fue un catequista incansable. Escribió un libro que me ha sido de gran utilidad: «Guía práctica para el catequista». En este libro nos recuerda a todos los que queremos enseñar sobre Dios y queremos que los niños y jóvenes conozcan al Dios del Amor, que «nadie puede dar lo que no tiene».
También que «antes de enseñar, debemos estudiar, aprender bien y mucho». Debemos tener una «instrucción sólida, ideas claras, exactas sobre lo esencial del dogma y moral, sobre el símbolo, los sacramentos, etc.».
Recordemos: nadie da lo que no tiene. Si queremos enseñar, debemos llenarnos de Dios, por medio de la oración y la recepción de los sacramentos. No podemos hablar de Dios si no buscamos conocerlo y acercarnos más a Él en la Iglesia —en la adoración y visitándolo en el Sagrario donde siempre nos espera—.
3. La oración, siempre en primer lugar
Por medio de las enseñanzas de Teresa, un gran regalo en la vida de san Enrique fue el cuarto de hora de oración. Para él era fundamental que – como mínimo – tengamos un cuarto de hora que le dediquemos al Señor.
Quince minutos en los que nos unamos a Dios. Un tiempo para hacer presente ante Dios nuestra realidad y la de las personas que nos rodean, pidiéndole su gracia para que Él sea el motor y guía de nuestras vidas.
Ese fue el mensaje de su vida: ser siempre fiel a las mociones del Espíritu Santo, movido por una intensa vida de oración.
El santo vivió como apóstol que transmite la fuerza del Evangelio, animada por la comunión constante con Dios y por un amor inmenso a la Iglesia. Fue un sacerdote según el corazón de Dios, quien, en una época hostil a la Iglesia – anunció valerosamente el Evangelio con su palabra, su vida y su ejemplo.
Me encantó la idea de tener 15 minutos diarios de oración, gracias por recordarmelo!!