Abrir cualquier red social y no encontrarse con algún debate, en el más alturado de los casos, sobre alguna currícula escolar en cualquier país de Latinoamérica, es casi un milagro. Es que ahora estas currículas incluyen la “perspectiva” o “enfoque” de género. Esta tendencia de incluir la ideología de género en la enseñanza de la sexualidad en las escuelas empezó en Europa y rápidamente se ha propagado a varios países de Sudamérica. Las batallas más encarnizadas se llevan a cabo en las redes sociales entre los padres que reclaman la intromisión del Estado en la educación de sus hijos en cuanto a su sexualidad y valores, y los que defienden este nuevo currículo por afirmar que estaría enfocado en defender lo diferente, prevenir el acoso escolar y educar a los niños en igualdad.

He leído varios comentarios, también he leído el currículo de mi país al detalle, he visto algunos currículos de otros países y creo que antes de emitir cualquier opinión, como padres tenemos que tener en cuenta lo siguiente:

En primer lugar, y dada la importancia y delicadeza del tema, son los padres o la familia la única escuela posible para la educación sexual de los niños. Esto es así porque los padres son los primeros en llegar a la vida del niño, de hecho se la dan, y son los formadores y educadores por excelencia. El colegio y el mundo sociocultural vienen mucho después y serán colaboradores o no de acuerdo a las realidades que se manejen.

La sexualidad y la moral se aprenden de los padres y de la familia principalmente. Es deber y responsabilidad de la familia promover una visión positiva de la sexualidad de acuerdo a la edad del niño, lo íntimo y lo privado irá siendo inculcado en el niño desde temprana edad y de acuerdo a sus etapas de desarrollo, no antes de ni después. No solo así se le da herramientas al niño para su propio cuidado personal sino que se colabora directamente en su formación emocional.

La dificultad e incluso el problema viene cuando ni siquiera los mismos padres manejamos estos conceptos y preferimos dejárselos a la escuela… o a la calle. Es importantísimo formarnos, sobre todo en nuestros tiempos en donde muchas veces el Estado deja de lado políticas y medidas para el bienestar de la familia, o la misma sociedad no aporta en cuanto al recto cuidado y la apropiada educación en virtudes de nuestros hijos.

Si no estamos informados y formados, empezamos a opinar sin fundamento o simplemente llevados por el calor del momento, haciendo caso casi ciego a lo que las noticas y las redes sociales nos dicen, para bien o para mal. Dejamos de ser agentes y nos convertimos en seguidores que ponen su confianza en los líderes de opinión. Ya hemos visto que muchas veces estos líderes tampoco están bien formados y en no pocos casos pueden ser movidos por intereses propios.

Entonces pues, ¡a formarse! El bien de nuestros hijos está en nuestras manos. Dicho esto, aquí les dejo algunos puntos a considerar y en los que debemos formarnos para luego cuando revisen o lean los currículos escolares que los Estados quieren o empiezan a imponer, puedan opinar con fundamento y sepan que como padres tenemos la libertad de seguirlos o no.

1. Niños y niñas son diferentes

El desarrollo físico y emocional de los niños y las niñas es diferente e incluso se dan en momentos distintos, como ejemplo: Es real que en los primeros años escolares las niñas presentan un desarrollo en el lenguaje superior al de los niños, luego a medida que los años pasan las habilidades se van “equiparando”, pero muchas se desarrollan de manera distinta, tanto físicas como emocionales, porque hombres y mujeres somos distintos, nuestros cerebros son distintos y funcionan de distinta manera. Este es un dato científico. No somos iguales, somos complementarios.

2. El no discriminar se enseña en casa

De nada sirve que se empiece a hablar de diferencias en orientaciones sexuales (que se darán en la mayoría de los casos en la edad adulta) a niños que no entienden aún lo que esto significa. Lo que hay que enseñar es que hay que aceptar a todos por ser quienes son. Sin importar diferencias físicas, culturales o económicas, enseñar que niños y niñas tienen igualdad de oportunidades y desarrollo en todos los aspectos académicos y familiares. Que hay que aceptarse, protegerse y respetarse. Que la fortaleza física superior del hombre tiene que ver, tal vez, con el cuidado y protección de sus amigas mujeres. Y la delicadeza y ternura femeninas harán lo propio con sus amigos varones… las diferencias nos complementan y eso se enseña en casa desde cómo papá trata a mamá y viceversa.

3.  La intimidad y el pudor son guardianes de nuestros hijos

Para hablar de sexualidad en la escuela se tiene que tener mucha delicadeza y se debe cuidar de no fomentar que el niño deje atrás su intimidad y pudor. No se trata de mostrar desnudos y nombrar todos los tipos diferentes de niños que existen, porque la verdad es que existen hombres y mujeres y en casos extraordinarios niños con ambos genitales o con genitales que no se pueden diferenciar, pero estos son casos extraordinarios y hablarle de esto a un niño muy pequeño puede crear una gran confusión. Y un niño no debería ir por ahí tratando de ver dentro de los pantalones de otro niño para saber quién es. Este es un tema delicadísimo y que debería tratarse con seriedad y no con la liviandad de un catálogo o un afiche. Se trata de enseñarles a cuidar su cuerpo y que nadie tiene derecho a vulnerarlo, pues es un espacio que a cada ser humano le pertenece.

4. La identidad va más allá de la genitalidad

La identidad es algo dado, no es algo construido. Nacemos hombres o mujeres, y vamos descubriendo a través de nuestro desarrollo en la vida nuestras habilidades, nuestras fortalezas y debilidades, vamos desarrollando nuestra personalidad con ayuda de los padres en primer lugar, la escuela y la sociedad. Reducir la identidad a una orientación sexual (que normalmente se evidencia explícitamente en edad adulta) es reducir al ser humano a solo un aspecto que ni siquiera es el más importante, pero que sin embargo si no es bien enfocado puede afectar las otras áreas de desarrollo. Eduquemos integralmente, no sólo un aspecto que puede incluso afectar la vida de nuestros hijos en el futuro. Eduquemos de acuerdo a sus edades.

5. Un niño no puede tomar decisiones solo

Un niño no está plenamente desarrollado, ni siquiera en la adolescencia. Pretender hacer caso a todas las exigencias y demandas que tiene un niño a ojos cerrados es ser negligente. Si un niño muestra tendencias o comportamientos similares a las del sexo opuesto, la labor de los padres es acompañarlo y encaminarlo a lo largo de su desarrollo. El cuerpo cambia a los largo de la infancia y la adolescencia, las hormonas, las conexiones neuronales, cambian. No es real que si un niño dice ser una niña (o viceversa) a temprana edad esto se vaya a mantener a lo largo de la vida, ni tampoco significa que directamente vayamos al médico más cercano a pedir que nos cambien al niño por niña. Primero hay que acompañarlos hasta el desarrollo pleno (que llega en la adultez) y en el transcurso de ese tiempo buscar las causas de dichas afirmaciones. Cada caso será distinto porque cada ser humano es distinto. Si no sabemos lo que pasa en la mente por qué directamente vamos a cambiar el cuerpo… estos cambios muchas veces son irreversibles y traen consecuencias serias. Es la vida de nuestros hijos, hay que tomarla con responsabilidad.

6. La educación en virtudes genera una sociedad más plena

Educar en virtudes es la tarea que necesitamos cumplir, si educamos a nuestros hijos en virtudes acabamos con la discriminación, con la transgresión, con la falta de respeto, con la intolerancia y fomentamos seres humanos más plenos, aptos para vivir en una comunidad diversa, con creencias sólidas que podrán ser defendidas y mantenidas en el tiempo.

«La cultura moderna y contemporánea ha abierto nuevos espacios, nuevas libertades y nuevas profundidades para el enriquecimiento de la comprensión de esta diferencia. Pero ha introducido también muchas dudas y mucho escepticismo. Por ejemplo, yo me pregunto si la así llamada teoría del género no sea también expresión de una frustración y de una resignación, orientada a cancelar la diferencia sexual porque ya no sabe confrontarse con la misma. Sí, corremos el riesgo de dar un paso hacia atrás. La remoción de la diferencia, en efecto, es el problema, no la solución» (Papa Francisco – Catequesis «La Familia: Varón y Mujer» Abril 2015).