

De todas las escenas de la Pasión de Nuestro Señor, la que más me impresiona es cuando Jesús reclama porque un soldado del Sumo Sacerdote lo abofetea. Como es una escena plena de vida, me gustaría trasncribirla entera:
«El sumo sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de su doctrina. Jesús le contesto:»Yo he hablado abiertamente al mundo; yo he enseñado continuamente en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada a escondidas. ¿Por qué me preguntas a mí? Pregunta a los que me han oído de qué les he hablado. Ellos saben lo que yo he dicho». Apenas dijo esto, uno de los guardias que estaba allí le dio una bofetada a Jesús, diciendo: «¿Así contestas al sumo sacerdote?» Jesús respondió: Si he faltado al hablar, muestra en qué he faltado; pero si he hablado como se debe, ¿por qué me pegas?».
Nuestro Señor reclamaba justicia
¿Por qué reacciona Nuestro Señor a la bofetada, si antes no había reaccionado a nada y después tampoco reaccionó a ninguna de las injustas agresiones que recibió? Parece como si en medio de su pasión, Nuestro Señor nos hubiera querido catequizar sobre algo más. La pregunta de Jesús no hace alusión al golpe en primer lugar, sino que lo deja para lo último, así que lo que le importa no es el golpe, sino el error que comete el guardia al golpearlo. Nuestro Señor se movía en el orden del Ser, y el orden del Ser exige la verdad, y la verdad está intrínsecamente atada a la justicia.
El comercial que comparto hoy es un video publicitario de las tarjetas Visa, en el que se ve a varias mujeres que no reclaman cuando hay un trato injusto, y por esa falta de reclamo pierden dinero. Cada una de las mujeres no reclama en una situación particular, y por ello pierden sumas de 12, 85,y 150 dólares. Una de ellas, al final, decide «hablar de dinero» y entonces consigue un aumento de 5500 dólares. El lema del video es por lo tanto «Hablemos de dinero». Yo no quiero seguir la directiva de Visa (aunque un aumento de sueldo no me vendría nada mal) pero sí quiero hablar sobre la justicia.
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Definiciones
¿Qué cosa es la justicia? Según el Catecismo de la Iglesia Católica, «La justicia es la virtud moral que consiste en la constante y firme voluntad de dar a Dios y al prójimo lo que les es debido. La justicia para con Dios es llamada “la virtud de la religión”. Para con los hombres, la justicia dispone a respetar los derechos de cada uno y a establecer en las relaciones humanas la armonía que promueve la equidad respecto a las personas y al bien común. El hombre justo, evocado con frecuencia en las Sagradas Escrituras, se distingue por la rectitud habitual de sus pensamientos y de su conducta con el prójimo. “Siendo juez no hagas injusticia, ni por favor del pobre, ni por respeto al grande: con justicia juzgarás a tu prójimo” (Lv 19, 15). “Amos, dad a vuestros esclavos lo que es justo y equitativo, teniendo presente que también vosotros tenéis un Amo en el cielo” (Col 4, 1)».
Esta justicia es una de las cuatro virtudes llamadas «cardinales», es decir que todas las otras virtudes giran y se agrupan en torno a estas cuatro. Y dan clave de la importancia de la virtud de la justicia. El libro de la sabiduría dice «¿Amas la justicia? Las virtudes son el fruto de sus esfuerzos, pues ella enseña la templanza y la prudencia, la justicia y la fortaleza (Sb 8, 7)».
Hay que exigir justicia
Prudentemente, pero con fortaleza. Templadamente pero hay que pedirla. Las virtudes cardinales casi siempre van juntas, y si nos ponemos a pensar, todas las virtudes tienden a agruparse. La castidad es la templanza, la prudencia, la fortaleza y la justicia aplicada a nuestra vida sexual. Todas las virtudes están entrelazadas, y cada virtud tiene un «ámbito de aplicación» en el que se ejerce.
La virtud de la justicia, como dice el Catecismo, es la constante y firme voluntad de «dar al otro lo que es debido», y abunda en especificaciones: cuando le damos lo que es debido a Dios, es la virtud de la religión, y cuando le damos lo que es debido a los hombres, estamos en el ámbito de la justicia humana. Pero ambas están unidas: somos sujetos de justicia en tanto que somos hijos de Dios, y somos actores de la justicia por tener y practicar las virtudes, que en el fondo son como reflejos de la Gracia en nuestra vida. «El objetivo de una vida virtuosa consiste en llegar a ser semejante a Dios» (San Gregorio de Nisa, De beatitudinibus, oratio 1).
El Catecismo de la Iglesia Católica dice más adelante: «Las virtudes humanas adquiridas mediante la educación, mediante actos deliberados, y una perseverancia, mantenida siempre en el esfuerzo, son purificadas y elevadas por la gracia divina. Con la ayuda de Dios forjan el carácter y dan soltura en la práctica del bien. El hombre virtuoso es feliz al practicarlas».
¿Qué debemos exigir?
La respuesta fácil es «todo aquello que sea justo». Pero muchas veces nos cuesta mucho distinguir lo que a nosotros nos parece justo de lo que otros consideran justo. Y muchas otras queremos ceder para evitar el conflicto, o porque nos sentimos magnánimos, o porque tenemos miedo de confrontar. Como te dije antes: las virtudes van «anudadas», y tendremos que soportar con fortaleza la injusticia, luego evaluar prudentemente lo que creemos que es justo. Pero cuando estemos seguros de que que se está cometiendo una injusticia, tendremos que apelar a la fortaleza para pedir justicia… ¡Con caridad!
¿Qué pasa si no exigimos justicia?
Muchas veces nos parece que no deberíamos exigir justicia. Tal vez porque lo que es injusto es «pequeño». Todo eso pueden parecer excusas geniales mientras juntamos el coraje como para confrontar al que es injusto. Pero, como dice el video, las injusticias tienen consecuencias: en el caso del comercial, es pérdida de dinero. Pero hay otras injusticias que tienen consecuencias más importante que 12, 85, o 150 dólares: menoscaban la dignidad humana nuestra o de alguien más.
El ejemplo más rápido que se me ocurre es el de los modernos ataques contra la dignidad humana, lo que el Papa Francisco llama la «cultura del descarte». Si no protestamos, si no nos oponemos con fortaleza, los estados avanzan hacia un totalitarismo en donde es el estado quien decide quién es digno de vivir y quién debe morir. Y nuestra resistencia a la injusticia tiene que ser constante y efectiva, para que los poderosos del mundo entiendan que no pueden vulnerar la dignidad humana de nadie.
¿Cómo debemos exigir justicia?
En primer lugar, en el orden de la caridad. Y caridad, como decía Santa Teresa de Jesús «es andar en verdad». No podemos faltar a la verdad para exigir justicia. Por eso Nuestro Señor reaccionó a la bofetada del soldado exigiendo que se respetara la verdad. (Chiste aparte, como Él es el camino la verdad y la vida, en última instancia estaba pidiendo que se le respetara a Él). Pero en el fondo de la cuestión tiene que quedar patente esto: si voy a cometer una injusticia para subsanar otra injusticia, entonces no estoy quitando injusticias del mundo, sino acumulándolas.
San Pablo, en la primera de Corintios nos dice «el amor no se alegra de la injusticia; se alegra de la verdad». ¡Qué excelente definición! No podemos alegrarnos de la injusticia, e inmediatamente, y como contraposición, ¡Debemos alegrarnos de la verdad! Entonces nuestro servicio a la justicia tiene que tomar esta dirección: somos servidores de la justicia en tanto que somos servidores de la verdad.
¿Sirve de algo pelear contra las injusticias?
¡Claro que sirve! Aun cuando nuestra batalla sea pequeña, estamos colaborando a hacer un mundo más justo. Si solo impedimos una cosa pequeña que no suceda, ya vamos a ser «agentes de la Liga de la Justicia» ad-honorem. Podemos ser superhéroes en nuestra vida cotidiana, ayudando a los que tal vez no tengan nuestra fortaleza o nuestra claridad para ver las injusticias. Si vemos que un hermano está siendo acosado en el trabajo, y no reaccionamos para que cese el acoso, somos cómplices y corresponsables de esa injusticia. Pero si nos paramos y pedimos que no se cometa esa injusticia, ¡Podemos hacer del mundo un mundo mejor!
El Papa Francisco dijo, en la exhortación apostólica «Gaudete et exsultate»:
«Cuánta gente sufre por las injusticias, cuántos se quedan observando impotentes cómo los demás se turnan para repartirse la torta de la vida. Algunos desisten de luchar por la verdadera justicia, y optan por subirse al carro del vencedor. Eso no tiene nada que ver con el hambre y la sed de justicia que Jesús elogia.
Tal justicia empieza por hacerse realidad en la vida de cada uno siendo justo en las propias decisiones, y luego se expresa buscando la justicia para los pobres y débiles. Es cierto que la palabra «justicia» puede ser sinónimo de fidelidad a la voluntad de Dios con toda nuestra vida, pero si le damos un sentido muy general olvidamos que se manifiesta especialmente en la justicia con los desamparados: ‘Buscad la justicia, socorred al oprimido, proteged el derecho del huérfano, defended a la viuda’ (Is 1,17). Buscar la justicia con hambre y sed, esto es santidad».
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