qué es el esfuerzo

Hoy quiero compartir contigo una breve reflexión sobre el esfuerzo, realizada en un comercial realizado por la marca de agua Aquarius. Te invito a que veas el comercial. Acompáñame así a descubrir el valor que tiene el esfuerzo que tú y los demás hacen en sus vidas.

Lo más probable es que tú, al igual que yo, hayas tenido muchos momentos en los que te preguntas: ¿para qué me esfuerzo tanto si nada cambia en mi vida?

En esos momentos de fuerte prueba, cuestionamos el sentido de la lucha que venimos librando para salir adelante. Y si todo parece seguir igual, entonces, ¿para qué?

Todo comienza desde el amor y la confianza

Para iniciar nuestra reflexión, te propongo que recordemos aquella parábola del Evangelio de San Mateo en la que nuestro Señor nos narra la historia de un hombre que, antes de marchar, llama a tres de sus siervos y les encomienda su hacienda. Cada uno de ellos recibió, según su capacidad, cierta cantidad de talentos para que los administraran durante su ausencia (Mt 25, 14-30).

Ya sabemos que estos «talentos» corresponden a los dones que, por amor a nosotros y en un acto de indecible confianza, Dios nos ofrece. Para que, con ellos, colaboremos con Él durante nuestra vida en la construcción de su Reino.

Ahora bien, también encontramos en el Evangelio de San Lucas una parábola que corresponde con la de los talentos. Es la parábola de las minas (Lc 19, 11-27). En ella, el dueño, al hacer entrega de esas minas, dice a sus siervos: «negociad hasta que vuelva».

¿Qué significa esto en nuestra vida? Que el Señor, movido por su infinito amor por nosotros, nos confía y encomienda la administración de unos talentos o dones. Espera que, al recibirlos, sintamos el llamado a responder amorosamente, actuando como Él lo haría. «Negociando», es decir, esforzándonos en multiplicarlos y ponerlos al servicio de los demás, de modo que sean aprovechados y produzcan frutos.

Siempre generosos, sin cálculos o miedo a perder

De aquí entendemos que nuestro Señor califique de «siervo malo y perezoso» y «siervo malo» (Mt 25, 26; Lc 19, 22) a aquellos que no pusieron sus talentos (o minas) a producir.

Por temor y pereza, no respondieron a la confianza depositada en ellos. Su nula disposición para esforzarse, arriesgarse y actuar como el Señor esperaba de ellos, acaba no solo en la condena de su actuación. Acaba en la pérdida definitiva de todo lo que se les había concedido.

De igual manera, al calificar como «siervo malo y perezoso» y «siervo malo» a quien esconde bajo tierra el talento que le fue confiado o guarda la mina en un lienzo, nuestro Señor también está rechazando su falta de generosidad.

Sabemos que quien es poco generoso, hace siempre cálculos de los riesgos que implica su actuación. Se deja llenar de miedo y, para no perder nada, prefiere no arriesgarse y ocultar lo que tiene. Pero nuestro Señor quiere mostrarnos, con estas parábolas, que la actitud correcta es la opuesta.

Así exista la posibilidad de perder, incluso lo poco que tengamos, nuestro deber es intentar multiplicarlo y compartirlo con los demás. Como Él lo hace con nosotros.

Para reforzar este mensaje, el Señor nos dice que aquellos siervos que comprendieron que debían cuidar lo encomendado como el dueño lo hubiera hecho – y, por ello, se esforzaron y arriesgaron negociando – no solo no perdieron nada, sino que ganaron el doble.

Esto mismo es lo que sucede con nuestros talentos cuando se ponen al servicio de los demás. Dios los multiplica infinitamente, pues, como sabes, Él no se deja ganar en generosidad.

¿Vale la pena el esfuerzo?

Todo lo que te he dicho hasta ahora puede ayudarte a ver que la respuesta debida a la confianza que Dios ha depositado en ti al concederte tus talentos no se logra sino mediante tu esfuerzo. Ese esfuerzo, por más que te cueste, te hace crecer como persona. Te permite conocerte mejor a ti mismo, descubrir tus potencialidades y multiplicar todo lo bueno que hay en ti.

Cuando respondes con gratitud y generosidad a la generosidad de Dios y te haces consciente de que tu esfuerzo va a ser recompensado, que siempre va a redundar en tu propio beneficio y en la construcción del Reino en la tierra, te das cuenta de que vale la pena el trabajo por el que tienes que pasar. Aunque sientas en ocasiones desaliento.

Dios no te pide que ganes, sino que te dispongas y sigas adelante en ese esfuerzo. Si pierdes, la parábola que hemos visto juntos te muestra que, en realidad, no pierdes. Al contrario: a la larga, ganas mucho.