El desierto es un lugar árido e inhóspito. No hay nada, ni lo más elemental. Allí se sufre todo tipo de incomodidades: la sed y el calor, las inclemencias del tiempo, los cambios bruscos de temperatura, las molestias de la arena, las privaciones y carencias materiales; no ya de las cosas fútiles, sino también incluso de las más necesarias. El desierto es un paraje solitario y silencioso. Es lo opuesto al ruido y a la algarabía, al consumismo, a la vida fácil y placentera de nuestras ciudades modernas. Es para gente austera y templada.
Por eso, la realidad física del desierto puede ser como un símbolo de la vida espiritual: es el lugar del desprendimiento de todo lo superfluo; una invitación a la austeridad y al retorno a lo esencial. Es allí en donde el hombre experimenta su fragilidad y sus propias limitaciones; el lugar de la prueba y de la purificación. Pero también el escenario más apropiado para una búsqueda renovada y madura de nuestro encuentro personal con Dios en la oración, en el silencio del alma y en la sencillez de lo esencial.

Gracias muy buen consejo para nuestra vida espiritual.Dios lo bendiga.