

¿Te imaginas dedicarte al apostolado y no conseguir un solo converso? Parecería de terror, ¿no? Sin embargo, esa es la historia del gran santo francés san Charles de Foucauld. Es que la espiritualidad de san Charles no se basa tanto en la vida pública de Jesús, donde sus prédicas y milagros se hacen visibles, sino que se inspira en los 30 años anteriores.
San Charles se dio cuenta de que lo usual en la vida apostólica es enfocarse en 2 procesos: «siembra» de la Palabra de Dios y la «cosecha» de conversos. Sin embargo, antes de esto, es necesario el «desbrozamiento». Es decir, la preparación del terreno. Hay que limpiar la tierra, eliminar las piedras y/o cualquier obstáculo que pueda interferir en la conversión nuestra y de nuestro prójimo.
San Charles se fijó que la vida escondida de nuestro Señor también tuvo un propósito y un alto contenido de enseñanza, pues es un modelo de santidad en la vida ordinaria. Lo genial de este santo es que tuvo la suficiente humildad como para dedicarse al proceso -aparentemente ingrato- del desbrozamiento, pues los frutos no son inmediatos.
¿Qué tiene que ver esto conmigo y contigo?
Llevándolo a nuestra realidad, vemos que hay personas que, por sus circunstancias actuales o por su propia historia cultural y/o familiar, aún no pueden recibir propiamente la semilla del Evangelio, pues les sería muy ajena.
Tal vez ya tienen prejuicios fuertemente arraigados o experiencias que han creado cierta resistencia. Para esas personas, el apóstol (nosotros) debe trabajar en el desbrozamiento. De forma que, con su vida y testimonio, se pueda eliminar cualquier prejuicio que perturbe la siembra fecunda de la Palabra de Dios.
A continuación te presento algunas formas de hacer apostolado (que no sabías que eran apostolado), según las enseñanzas que el predicador católico Christian Huerta nos da de san Charles de Foucauld y de un escrito del Papa León XIII (La práctica de la humildad).
1. ¡Concéntrate en el momento presente!
Ten paciencia y no te afanes demasiado con lo que sucedió en el pasado o lo que traerá el futuro. Los padres de la iglesia nos enseñan que lo único que tenemos es el momento presente. El «ahora».
Es allí mismo donde podemos servir a nuestro Señor. Entender la vida de esta forma nos ayudará a combatir la ansiedad, no solo nuestra, sino también la de nuestro entorno.
2. Ser humilde… sí, también entra en el apostolado
«La madre de todas las virtudes es la humildad» (santa Teresa de Calcuta). Asimismo, santa Teresa de los Andes decía: «Todas las virtudes sin humildad son soberbia». Como para coronar la idea, hay que recordar que solo de la virtud de la humildad nuestro mismo Señor dijo: «Y aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón, y sus almas encontrarán alivio» (Mt 11, 29).
No hay forma de que podamos experimentar la paz de nuestro Señor si somos soberbios. ¿Por qué? Porque se necesita humildad para balancear tanto la confianza en sus designios, como el dejarnos inspirar y guiar por Él para la toma de decisiones. Estos 2 aspectos son las 2 caras de una misma moneda que representa sabernos manejar en la vida. De ahí que nuestro Señor nos dice que nuestras almas hallarán descanso.
La humildad no solo produce frutos en nuestra propia vida, sino que nos hace accesibles a los demás. Para alcanzarla, debemos pedirla ferviente e insistentemente, pues llega a nosotros por gracia y no por mérito. Estar conscientes de esto es en sí mismo un regalo. Es un buen recordatorio de lo que nos dice San Pablo: «¿Qué tienes que no hayas recibido?» (1 Cor 4, 7).
3. El apostolado de la sonrisa
Dicen por ahí: «Uno no tiene la culpa de la cara que tiene, pero sí de la que pone». Sonreír no solo le hace bien a nuestra propia salud mental e incluso física; sino que le hace bien a los demás, pues puede mejorarles el día.
¡Sonreír es fundamental para el apostolado! La sonrisa puede cambiar la atmósfera del grupo, el clima laboral, aliviar las tensiones innecesarias y aumentar la calidad de vida. Si se te hace difícil sonreír a ciertas personas, sonríele a Cristo que vive dentro de todos.
4. Procura ser lo mejor que puedas ser
El que ama al Señor es el mejor en lo que hace, pues no hace las cosas por cumplir, sino por amor a su Señor. El Papa León XIII nos aconseja:
«Haz todas las cosas, por pequeñas que sean, con mucha atención y con el máximo esmero y diligencia; porque el hacer las cosas con ligereza y precipitación es señal de presunción»
Presunción que es enemiga acérrima de la santidad (y, por lo tanto, del apostolado). Al dar lo mejor de nosotros podemos inspirar a otras personas a que se esfuercen: «Mira que te mando que te esfuerces seas valiente» (Jos 1, 9).
Más aún, podemos fomentar en ellas la atracción al bien y, por lo tanto, a nuestro Señor, el Bien Supremo. Decía Elizabeth Leseur: «El que se eleva, eleva al mundo consigo».
5. Discierne sin condenar
No asumamos lo peor de los demás, sino que hagamos el esfuerzo de comprender. El camino más fácil es juzgar. Se requiere de amor e inteligencia para comprender a nuestro prójimo. Como lo comenta el Padre Bernardo Hurault:
«Cuando miramos nuestra propia vida, nos damos cuenta de que los que nos han ayudado fueron los que supieron soportarnos y comprendernos, y no los que nos juzgaron y nos condenaron»
Si bien es cierto que es un acto de misericordia corregir a los demás, no debemos ser duros si nuestro deseo sincero es «sacar la paja del ojo ajeno». Pensemos que si nuestro Señor nos puso este ejemplo es para que nos demos cuenta de con qué cuidado y delicadeza tenemos que dirigirnos a nuestro prójimo al corregirlo si, efectivamente, tuviéramos que sacarle una pelusa del ojo.
6. No hables mal de otras personas (ni permitas que otros lo hagan)
El Papa León XIII nos aconseja, primero, experimentar compasión por la persona criticada y por la persona que critica a los demás (el maldiciente). No es necesario condenar abiertamente la postura de aquel que critica, indignándose o haciendo aspavientos al respecto.
Esa actitud más que santa sería santurrona. El amor es creativo. Siendo que nuestra misión es ser «otros Cristos» en la Tierra y amar a los demás como Él nos ama, podemos balancear la conversación y decir algo bueno de la persona en cuestión. O tratar de ver su actuar desde otra perspectiva. Tal vez, también podemos sutil y hábilmente cambiar de tema.
7. El apostolado de la amabilidad
Ser amable puede ser un apostolado que se puede describir de muchas formas. Desde siendo pacientes con los defectos u errores honestos de los demás hasta alegrarse y/ elogiar alguna característica de los que nos rodean. Está escrito:
«Revístanse de sentimientos de tierna compasión, de bondad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia. Sopórtense y perdónense unos a otros si uno tiene motivo de queja contra otro. Como el Señor los perdonó, así también hagan lo mismo»(Col 3, 12).
Al respecto, hay una frase que se ha hecho muy popular recientemente: «Cuando te sientas tentado a perder la paciencia con alguien, acuérdate cuán paciente ha sido nuestro Señor contigo».
Por otro lado, el Papa León XIII aconsejaba:
«no ahorres reconocimiento o elogios sinceros a los demás, pues al reconocer los méritos o cualidades de tu prójimo, reconoces y agradeces simultáneamente a nuestro Señor, que distribuye dones y beneficios para que se dispongan al servicio de su pueblo»
Ser amables requiere salir de nosotros mismos para poder prestar atención a las cualidades de los demás. Necesitamos ser humildes para tener la grandeza de reconocer lo bueno en el otro y la gracia del Espíritu Santo para hacerlo honesta y elocuentemente.
Finalmente, tengamos en cuenta que muchos de los que nos rodean – sobre todo en sociedades latinoamericanas – probablemente conocen la ley de Dios o han escuchado algo de ella. Sin embargo, su vida no refleja dicho conocimiento.
San Pablo resumía esta experiencia como «no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero» (Rom 7, 19). En efecto, «Pablo describe así la situación del hombre que conoce los mandamientos de Dios, pero que no ha encontrado su amor: no es un hombre salvado, sino más bien dividido»(Padre Hurauld).
Bonus: un consejo adicional
En este sentido, si de verdad queremos hacer apostolado entre nuestros hermanos y hermanas, es nuestro llamado hacerles conocer el amor de nuestro Señor, su ternura y delicadeza.
Pidámosle a la Madre que gane para nosotros la gracia de poder transmitir a los demás lo que significa experimentar el abrazo de nuestro Dios, su cariño y sus cuidados. La emoción intensa y felicidad profunda que sentimos cuando nos damos cuenta de su amor. Cuando en un momento de claridad caemos en cuenta de cómo un Dios tan grande, eterno e infinito nos ama, verdaderamente nos ama.
¡Buen apostolado! 😉
Gran aprendizaje y crecimiento espiritual, el que he obtenido, con está lectura… hacer el bien, amar a Dios, Él es quien en verdad nos ama… gracias
Muchas gracias por el artículo y por las referencias. Especialmente interesante la del Papa León XIII.