

Simone de Beauvoir una vez dijo: «Uno no nace mujer, se hace mujer» (on ne naît pas femme, on le devient). La idea que sigue a este pensamiento (haya sido o no la intención de Simone) es que el sexo no es un elemento dado por la naturaleza. No es algo que recibimos, en lugar de eso, es algo que podemos elegir.
Una sociedad civilizada y tolerante debería aceptar esta elección –mientras no haga daño a nadie–. Cualquiera que diga tal o cual cosa con respecto a que este comportamiento está errado o va en contra de la naturaleza humana es considerado como un retrógrado e intolerante. Como un amigo hace poco dijo: «tal vez lo que para ti sea natural, para otros no lo es». (Pero la razón solo le responde a mi amigo con otra pregunta: entonces, ¿cómo la palabra “natural” podría tener significado alguno?).
Mucho puede ser dicho acerca de este asunto, así que prefiero dar una serie de puntos para tener en cuenta cuando consideremos o hablemos sobre este tema. Como siempre, lo que busco ofrecer son posible ángulos (no necesariamente respuestas) que puedan ser útiles para el apostolado. Depende de ti el juzgar si estos puntos son apropiados para la persona con la que estás hablando.
1. Los “transgénero” no existen, las personas sí
Cuando hablamos sobre los transgénero, tenemos que tener conciencia de que en realidad estamos hablando de seres humanos con una tendencia de identificarse con el otro sexo y/o que han pasado por una operación de reasignación sexual. Para el bien de la discusión, continuaré utilizando el término porque no he sido capaz de encontrar otro; pero siempre ten en cuenta que los «transgénero» no existen, existen personas. Lo peor que le podemos hacer a alguien es reducir su identidad a un simple rasgo, a una tendencia, preferencia o comportamiento.
Cada persona tiene un nombre, una historia, sueños y pesadillas, anhelos y miedos. Dios los llama por su nombre. El tiene un plan para ellos. El los está amando en este mismo instante. Si les caemos de improviso así como un equipo de fuerzas especiales con un guión escrito lleno de ideas, no vamos a hacer ningún bien. El verdadero contacto personal y un corazón abierto son los ingredientes necesarios para cualquier encuentro. Así que pregúntate, como lo deberías hacer con cualquier persona que conozcas: ¿Qué es lo que los motiva a despertarse cada mañana? ¿Cuál es su novela favorita? ¿Qué quieren ser cuándo crezcan? ¿Qué es lo que más desean? En otras palabras, ¿quién (no qué) es esa persona?
2. Muchos errores han sido cometidos
No tengo duda de que personas muy buenas, con motivaciones sanas, sinceras e incluso con sólidas consideraciones teológicas, han cometido errores en la manera de tratar a estos hermanos y hermanas. Hay mucho aún que no podemos entender y eso nos asusta. Más aún, cada persona es un misterio, un universo por descubrir dentro y fuera de ellas. Momentos de malos entendidos, discrepancias y odios exacerbados han provocado heridas que tomarán tiempo en cicatrizar (y pido unas sentidas disculpas si este es tu caso). Por esta razón, debemos ser humildes, pacientes y comprensivos. Muchas de las verdades teológicas de nuestra fe católica, que llenan nuestras vidas con tanta luz, son para muchos incomprensibles, o en el mejor de los casos, difíciles de entender.
Cuando hablamos con aquellos que no comparten nuestra fe, hay que ser extremadamente paciente y pedirles a ellos que también lo sean con nosotros. No tenemos todas las respuestas y no deberíamos tener problema en admitir esto. Recordemos que lo que quiere Dios para ellos, es que sean la mejor versión de sí mismos que pueden ser. Aliéntenlos a continuar buscando su voz, incluso en los lugares más inesperados. Si ellos están abiertos a aprender más, no les enseñen de frente el catecismo; llévenlos primero a una parroquia, a una capilla a rezar o recen juntos la parábola del Hijo Pródigo.
Siempre debemos empezar por la amistad. La auténtica amistad no solo es el camino que nos permite entender de mejor manera la verdad, sino también de encontrar la motivación que nos permita continuar por ese camino. Nadie cambia –nadie debería –solo por cumplir con una norma. Traten de llegar a conocer la historia de la otra persona. Aprendan a reír juntos. Aprendan a llorar juntos. Comparte tus propias fortalezas y debilidades. Si descubres las palabras «debes» y «tienes que» desparramadas en tu discurso, te invitaría a que asumas una posición más de invitación, de animar y de dar un humilde testimonio. Como siempre, la caridad y la amistad son los maestros más efectivos. Invítalos a conocer a tu grupo de amigos, invítalos a la Iglesia. La comunión, vivir en comunidad le hace bien a todos.
Con todo esto en mente tenemos que ser humildes y reconocer que la situación que ellos viven es compleja. Siempre, y sobre todo cuando sea necesario, consulta con alguien que tenga experiencia (un buen psicólogo que sea católico o al menos abierto a la fe) para que pueda dar un consejo con mayor profundidad.
3. La diferencia entre aceptar y establecer una figura legal
Estar en contra de cierta legislación o de cierta proclamación de derechos no implica que uno sea un fanático o un «hater». Dicho esto, las batallas legales que se llevan a cabo están trayendo serias y dolorosas consecuencias para aquellos que desean permanecer fieles al punto de vista católico en la esfera pública.
Muchas veces los argumentos se enfocan en la punta del iceberg ignorando o negando la existencia de las inmensas consecuencias que aún no han emergido. La pregunta no es si los debemos reconocer y amar. Esto es evidente. La cuestión es cómo debemos hacer esto, y es ahí donde hay muchísimos desacuerdos.
4. ¿Cuál es la relación entre mi cuerpo y mi identidad?
La sexualidad humana no es simplemente el resultado de una biología arbitraria con la que podemos hacer lo que nos plazca. Tiene un valor en sí misma, una razón de ser, una dignidad esencial. Colocarla debajo de un bisturí y tratar de seccionarla es convertirla en un mero objeto. Nuestro cuerpo no es algo «exterior» o separado de nuestra identidad. Es verdad que somos más que nuestro cuerpo, pero en algún sentido, sí somos nuestro cuerpo. El cuerpo –y tal vez el rostro, por sobre todo– es de alguna manera un sacramento que se encarna en nuestra identidad, posibilitándonos el contacto y el relacionarnos con otros, mientras que apunta, a la vez, hacia un misterio mucho más grande y misterioso.
En virtud de esta unión trascendental con un alma espiritual, el cuerpo humano no debe ser considerado como un mero complejo de tejidos, órganos y funciones, así como tampoco puede ser evaluado de la misma manera que el cuerpo de los animales; sino como una parte constitutiva de la persona humana a través de la cual se manifiesta y se expresa. La ley moral natural expresa y establece los propósitos, derechos y deberes los cuales son basados en la naturaleza corporal y espiritual de la persona humana. Así pues, esta ley (natural) no puede ser entendida como un simple conjunto de normas para el nivel biológico solamente, sino que debe ser definida como un orden en dónde el hombre fue nombrado por el Creador a dirigir y regular su vida y acciones y en particular hacer uso de su propio cuerpo.
La primera consecuencia puede ser deducida de estos principios: una intervención en el cuerpo humano no solamente afecta los tejidos, los órganos y sus funciones, sino que envuelve a toda la persona humana en sus diferentes niveles. Envuelve, de esta manera, de una manera implícita y sin embargo real, un significado moral y una responsabilidad. El Papa Juan Pablo II reafirmó fuertemente esto cuando se dirigió a la Asociación Mundial de Médicos cuando dijo:
«Cada persona humana, en su singularidad absolutamente única, está constituida no sólo por su espíritu, sino también por su cuerpo. Así, en el cuerpo y por el cuerpo, se llega a la persona misma en su realidad concreta. Respetar la dignidad del hombre supone, en consecuencia, salvaguardar esta identidad del hombre «corpore et anima unus», como dice el Concilio Vaticano II (Constitución Gaudium et spes, 14, par. I). Sobre la base de esta visión antropológica se deben encontrar los criterios fundamentales para las decisiones que han de tomarse cuando se trata de intervenciones no estrictamente terapéuticas, por ejemplo intervenciones que miran a la mejora de la condición biológica humana».
5. ¿Puede nuestro sexo ser cambiado?
No depende de nosotros el decidir si somos hombres o mujeres. Depende de nosotros el cómo vamos a vivir nuestra masculinidad y nuestra feminidad. Un distinción importante tiene que ser hecha entre sexualidad y genitalidad. La segunda se refiere a los órganos, el acto y nuestra capacidad de interacción sexual. Lo primero, al mismo tiempo que incluye lo segundo, es más amplio y se refiere más bien a una forma de ser (femenina o masculina), actuando, pensando, hablando, etc. Nuestra sexualidad es algo íntimamente ligado a nuestra identidad y no puede ser quitado de ahí como si fuera algo externo a quienes somos. Así pues, mientras que la genitalidad puede ser modificada por procedimientos médicos, nuestra sexualidad no. Como dijo el Diácono Keith Fournier, abogado católico:
«La eliminación de los genitales y la fijación de unos construidos artificialmente que son absolutamente incapaces de ovulación o de la concepción, en el caso de un varón transexual que trata de ser una mujer, o la generación de espermatozoides, en el caso de una mujer transexual tratando de ser un hombre, no cambia la estructura de la realidad. La eliminación constituye la mutilación y la construcción de órganos artificiales que no tienen función reproductiva no altera el género o sexo de la persona. La ciencia médica confirma que nuestra identidad como hombre o mujer afecta incluso a nuestro cerebro. Además, incluso la apariencia física debe ser sostenido por dosis masivas de hormonas sintéticas».
De una manera similar el Colegio Americano de Pediatras ha dicho:
«Nadie nace con un género. Todos nacemos con un sexo biológico. El género (la conciencia y sentimiento de uno mismo como hombre o mujer) es un concepto sociológico y psicológico, no un concepto biológico objetivo. Nadie nace con conciencia de sí mismo como hombre o mujer; esta conciencia se desarrolla con el tiempo y, como todos los procesos de desarrollo, puede desviarse a consecuencia de las percepciones subjetivas del niño, de sus relaciones y de sus experiencias adversas desde la infancia. Quienes se identifican como «sintiéndose del sexo opuesto» o como «algo intermedio» no conforman un tercer sexo. Siguen siendo hombres biológicos o mujeres biológicas».
** Debemos aclarar que el Colegio Americano de Pediatras es una asociación de sin fines de lucro, de pediatras y otros profesionales de la salud. No debe ser confundida con la Academia Americana de Pediatría.
6. ¿Qué hacemos con los dones recibidos?


Como católico creo que nuestro Dios es un Dios que ama la diferencia. Las diferencias son dones de la creación. El sexo, por ejemplo, viene del latín secare que significa dividir en dos o cortar. Lo que vemos hoy, es una dificultad o incluso un rechazo de esta diferenciación. Al respecto de esto el Papa Francisco en una Audiencia General dijo:
«Por ejemplo, yo me pregunto si la así llamada teoría del gender no sea también expresión de una frustración y de una resignación, orientada a cancelar la diferencia sexual porque ya no sabe confrontarse con la misma. Sí, corremos el riesgo de dar un paso hacia atrás. La remoción de la diferencia, en efecto, es el problema, no la solución».
La pregunta es, ¿qué hacemos con ese don? Creo que la mejor respuesta es reconocerlo y cultivarlo. Imaginemos que luego de recibir un regalo de alguien vamos y lo intercambiamos por algo más. Si verdaderamente creyéramos que el regalo era lo importante, podríamos llamar a este acto libertad. Pero si te das cuenta de que el regalo, sobre todo es un medio para cultivar una relación, considerarías este intercambio como una verdadera ofensa. No hay mayor respuesta a un regalo/don que reconocer que precisamente es un regalo, para ser apreciado en todos sus detalles y cultivar este regalo para que también se convierta en regalo para otros.
En este sentido, el papa Francisco en su exhortación apostólica Amoris Laetitia, llega a esto:
«La educación sexual debería incluir también el respeto y la valoración de la diferencia, que muestra a cada uno la posibilidad de superar el encierro en los propios límites para abrirse a la aceptación del otro. Más allá de las comprensibles dificultades que cada uno pueda vivir, hay que ayudar a aceptar el propio cuerpo tal como ha sido creado, porque una lógica de dominio sobre el propio cuerpo se transforma en una lógica a veces sutil de dominio sobre la creación […] También la valoración del propio cuerpo en su femineidad o masculinidad es necesaria para reconocerse a sí mismo en el encuentro con el diferente. De este modo es posible aceptar gozosamente el don específico del otro o de la otra, obra del Dios creador, y enriquecerse recíprocamente».
7. No te distraigas, no es solo que el problema sea que no sabemos qué somos, sino para qué somos de esta manera
De nuevo, que nuestros cuerpos y nuestra sexualidad sean dones, no significa que siempre los veamos de esta manera, de hecho, muchas veces los dones de Dios pueden ser interpretados como maldiciones. En este sentido, los que están a favor del divorcio, del matrimonio homosexual, o de los derechos transgénero, creo que están diciendo algo legítimo: la existencia humana es dramática. Así también, los transgénero tienen un punto: nuestra sexualidad y genitalidad recibida tienen un límite. Todos nosotros, todos los días, descubrimos nuestros límites y a veces esto nos golpea como un martillo.
Envejecer en un sentido, es un reconocimiento progresivo de nuestras habilidades y nuestros límites. Poco a poco, mientras nos despertamos en la mañana y nos miramos al espejo, escuchamos la voz que dice: «¿Ese soy yo?, ¿esto es todo?, ¡quiero más!». La vida es un límite viviente. Nuestra existencia en su totalidad es contenida y en algún sentido definida por dos momentos de límite extremo: el nacimiento y la muerte. Soy limitado justo en lo que he recibido, mi cuerpo, mi mente, mi sexualidad, mi historia, mis padres, mi familia, mis seres queridos, mis amigos, etc.
La pregunta es si esos límites son considerados puramente negativos, o en su lugar, como una fuente de identidad, alegría e incluso servicio hacia otros (un hombre sabio una vez me dijo: no vas a servir al mundo a través de tu perfección, sino a través de tus límites. Aceptar tus límites, no solo hace que otros vean lo que puedes hacer sino quién eres). Uno no es definido solamente por lo que desea y decide, sino por sus renuncias y sacrificios.
De acuerdo a nuestro sexo, masculino o femenino, vivimos y percibimos el mundo, en una forma única y limitada. Sin embargo, estos límites son los que permiten la dinámica de la complementariedad que surge y en la que nos volvermos servidores y somos servidos por otros. Los límites se convierten en algo así como la tela con la que se tejen relaciones, amor y comunión. Como cristianos, el creer en la creación nos lleva a reconocer no solo la fuente de todo lo que tiene vida, sino el hecho de que existe una razón, un por qué motivado por el amor como centro de toda la existencia (incluso cuando está envuelto en dolor y sufrimiento). Dios me creó de una cierta manera, en un cierto tiempo, en ciertas circunstancias, por una razón. Lo que no significa que El mande ciertos sufrimientos y castigos (de ninguna manera!), así nuestra fe nos confirma –incluso en situaciones de gran sufrimiento, o enfermedad– que este dolor no es el que tiene la última palabra. Y solo a través de la oración este sentido puede ser descubierto. Dios es realmente el Señor de la historia. Bajo su mirada, ninguna lágrima o dolor pasan desapercibidos, pero solo en Cristo, en nuestro encuentro con Él, lo podemos descubrir. Así pues, más que negar los límites, el reto está en descubrir el por qué. Ayudando a otros no solo a que se sobrepongan a los límites sino que descubran un significado para ellos, es tal vez el acto más grande de caridad. Si somos incapaces de descubrir el por qué, nuestros límites nos llevarán a la rebelión o a la desesperación (o a ambos). En este sentido el comentario de Kierkergaard sobre la desesperación es muy acertado: para él la desesperación consiste en no querer ser uno mismo sino querer desesperadamente ser alguien más. Y así rehusarse a ser responsable por uno mismo. Considera a la vida como una suerte de lotería. Y cuando llegan momentos duros, en lugar de hacerse cargo, es mejor querer convertirse en alguien más, en alguien diferente. Esta locura hace pensar que cuando las cosas no nos gustan, lo mejor es «transformarse», volverse otro. Como ponerse un abrigo y cambiárselo cuando ya no le gusta. Finalmente nunca se llega a saber quién es y cada vez se aleja más de quien realmente es.
8. ¿Quién no quiere salir del closet?
Como la reina Elsa de la película Frozen, para recordar esa canción que tan bien conocemos, quién no desea «ser libre» y mostrarle al mundo quién realmente somos. No soñamos con un mundo que celebre la auténtica identidad, que acepte todo lo que eres tú? Yo creo que este es el verdadero deseo de mujeres y hombres que se han declarado como homosexuales, transgénero, etc.
Los deseos son el motor del corazón humano que nos mueve a la acción: deseo de amor, de amistad, de logro. Son la gramática que nos ha dado Dios para a través de los cuales estamos llamados a escribir nuestra historia.
Aun así, no todos los deseos son buenos y saludables. El corazón humano está lleno de deseos de todo tipo. Es como un campo que tiene hierba verde y también mala hierba. Discernir entre ambos no es tan fácil. Muchas veces decodificamos el mensaje de nuestro corazón de una manera errada. La idea cristiana de concupiscencia simplemente reconoce que algunos de esos deseos son buenos, mientras que otros, debido al efecto del pecado en nuestra vida (tanto nuestro pecado como el de los otros) son malos. Desde el comienzo los cristianos nos hemos tomado muy enserio la enseñanza de Jesús de estar vigilantes, acentuando la necesidad de proteger el corazón de uno.
Felizmente nuestra fe nos ofrece un excelente criterio de discernimiento: Cristo. Tan escandaloso como pueda sonar, lo que Cristo hizo en la Cruz, fue «salir del closet», mostrarse (y aquí reclamo el verdadero sentido de esa frase que hoy está cargada de ideología). Dios vino y se mostró al mundo como quién es: Amor. Haciendo esto, también nos reveló nuestra propia identidad humana y nos invita a mostrarnos de la misma manera. No se trata de cambiar por afuera, sino por el contrario, dejar que la conversión se logre en el interior. No se trata de someter al mundo a mis deseos, sino poner mis deseos al servicio de los otros.
9. Las opiniones que cambian como el viento y luego se transforman en huracanes
El novelista italiano, Luigi Pirandello, una vez dijo: «mi opinión es algo que sostendré –bueno– hasta que encuentre algo que la haga cambiar». El tema hoy de los conceptos sobre normalidad, naturaleza, derechos humanos, es que parecen mutar tan rápido como los sistemas operativos de Apple.
Esto no es necesariamente una cosa mala (muchos de los cambios han sido muy buenos). Aún así debemos preguntarnos cuál es nuestro punto de referencia. Así como lo vemos en el clip de esta antigua película, la pistola desnuda, dejamos que nuestras opiniones cambien por las razones equivocadas.
Las instituciones religiosas aún pueden tener aún una opinión, pero cada vez es más débil (o al menos con menor influencia) a medida que el tiempo pasa. Incluso más allá de estos hechos (Matrimonio homosexual, derechos transgénero, etc.) lo que importa es qué o quién se está convirtiendo en la fuente de la “revelación” en nuestra sociedad actual.
¿A quién le corresponde definir lo que es normalidad?, ¿a quién, naturaleza? Si no es algo revelado (perspectiva religiosa) y es entendida por la razón (fe y razón siempre tienen que ir juntas), entonces esto se convierte en mero deseo. Si esto es así, seamos francos, la «naturaleza» sería aquella cosa con la que juegan los que tienen más dinero, poder y capacidad de control de la opinión pública.
10. ¿Si eliminamos la razón, entonces qué queda?
Joseph Backholm, el director del Instituto de Política Familiar de Washington, recientemente entrevistó a un número de estudiantes pertenecientes a la generación «millenials» con respecto a la habilidad de la gente para definirse así mismos dejando de lado la naturaleza. Veamos los resultados: Como vemos no se trata de relativismo moral, es un codigo moral libre de hechos, completamente nuevo basado en el consentimiento y en el daño. O, debería decir, una muy inmediata y superficial manera de entender el daño. En esencia, la nueva moralidad se resume en: «haz lo que quieras –mientras lo que hagas no me haga daño a mi o a cualquiera en una manera en que inmediatamente lo reconozca–. La nueva inmoralidad es cualquier acto de «intolerancia» que proponga interferir con esta radical autonomía». (Fuente: NationaReview.com)
Thomas D. Williams publicó un artículo en Cruxnow.com que expone algunos puntos a considerar:
«Todo esto puede sonar como apertura y tolerancia, pero hay un lado más insidioso sobre ellas. Hace veinticinco años, San Juan Pablo II dijo que permitir el predominio del deseo sobre la razón va a terminar llevando a la sociedad hacia un precipicio. En su encíclica Centesimus annus, escribió que en la organización política del estado, la única alternativa a la razón es la voluntad. Si las cosas no se basan en lo que se es, entonces deben basarse en lo que queremos que sean.
El «nosotros» en cuestión es siempre el más fuerte, ya sea que expresen una mayoría o simplemente al grupo de interés más potente.
Después de haber vivido tanto el nacionalsocialismo y el comunismo marxista, Juan Pablo, sostuvo que la diferencia real entre el totalitarismo y la democracia no es tanto la concentración de poder en una sola persona o un partido frente a un sistema de pesos y contrapesos, sino más bien la comprensión fundamental de la verdad objetiva en sí. El totalitarismo, dijo, se basa en «voluntarismo» o la supremacía de la voluntad sobre la razón, donde una ley coloca el deseo al servicio de la razón.
De acuerdo con Juan Pablo, «el totalitarismo nace de la negación de la verdad en sentido objetivo. Si no existe una verdad trascendente, con cuya obediencia el hombre conquista su plena identidad, tampoco existe ningún principio seguro que garantice relaciones justas entre las personas». En un estado totalitario, la voluntad del gobernante se convierte en el único criterio de la buena moral y del mal. En el caso de una democracia, la voluntad del gobernante se convierte en la voluntad de la mayoría.
Por lo tanto, Juan Pablo escribió que un Estado que se «erige por encima de todos los valores no puede tolerar que se sostenga un criterio objetivo del bien y el mal más allá de la voluntad de los poderosos, ya que tal criterio, en determinadas circunstancias, podría ser utilizado para juzgar su comportamiento.»
Es en este sentido que la tan citada frase de San Juan Pablo II puede ser entendida en su sentido más profundo: «Una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto»».
Es muy triste ver la gente como quiere negar la naturaleza. Es querer cambiar la ley de la vida , así como la voluntad de Dios.