(Post Comunitario) ¡Usarte hasta asfixiarte! Una macabra utopía tecnológica
Captura de video
Catholic-Link.com – En esta nueva entrega de Post Comunitarios, les presentamos un corto animado que se desarrolla en París. Es la historia de L3.0, un robot que vive solo, que funciona perfectamente, pero que le falta algo para ser feliz: amar. Sin embargo, al final del video surge una interrogante que responder: ¿qué pasaría si dejamos todo en manos de la tecnología?
Junto a nuestros Blogueros Asociados trataremos de profundizar esta pregunta. No dejes de compartirnos tu opinión sobre el video y sus comentarios
Es el miedo clásico que comenzó con la bomba de Hiroshima, un mundo en el que la vida se ha extinguido y solo queda el remedio que la tecnología ha podido hacer de ella. El afán desmedido y enfermo de control termina siempre así. Recuerda fuertemente el cuento «Soy Leyenda» de Matheson en 1964: la ciudad abandonada y convertida en selva que clama por la humanidad. Es ya un tópico, pero algo diferente me parece ver en este video: el fin de la vida humana o, lo que es lo mismo, su conversión a figura de papel, es visto como un hecho anodino que si bien puede generar cierta nostalgia es asumido como algo natural y hasta lúdico. No veo una denuncia o un reclamo, más bien un ejercicio técnico vacío. En ese sentido expresa muy bien el sentir de la época: no hay nada en qué creer, solo se espera lo inevitable ya previsto en lo que vivimos hoy.
«¡Qué bello es París! Solo una vez allí y jamás se puede alejar su recuerdo del corazón… ¡Qué hermoso el templo del Sacré Coeur con su adoración perpetua (vista desde la ventana del robot protagonista! Uno queda extasiado y desbordado de tanta belleza… ¡Qué bellas son las mariposas! Nunca olvidaré los buenos ratos pasados observándolas volar… ¡Qué bella es la vida, en fin! ¡Qué bella, si se vive por amor! Nuestro infeliz protagonista no ha tenido quién le eduque en el arte de amar. No ha gozado del privilegio de una cálida familia, de un entorno que le enseñe a amar. Y es que a amar se aprende amando pero también viendo amar. Nuestro corazón lo anhela pero solo podemos ir aprendiendo poco a poco cómo saciar este anhelo sin destruir la alteridad.
El robot protagonista es un superdotado, bien preparado, funciona perfectamente, pero carece de lo principal para ser feliz ¿No estaremos construyendo una sociedad de individuos un poquito así? »
Yo he pensando en el drama de la filosofía racionalista y en la crítica que Kierkegard dirigió a Hegel, cuando defendió la primacía de la existencia sobre la esencia, de lo singular sobre lo universal y de la libertad sobre la necesidad. ¿Por qué? Porque el robot protagonista parece ser el logotipo de la razón humana, abierta «aparentemente» a todo lo real y al mismo tiempo incapaz de producir la vida. La realidad, la existencia, la singularidad y la libertad vienen de Dios. El hombre vive de acuerdo con su dignidad de persona solo en la medida en que acoge la vida y respeta la libertad del otro. En el momento en que quiere convertirse él mismo en único criterio de realidad, en ese momento se deshumaniza, convierte a todos en objetos -monigotes inertes de papel- y él mismo sufre la soledad que es imagen del infierno.
¿Puede comprender la vida quien no la comparte?, ¿puede dar valor a algo, quien no hace suyo ese algo?, ¿qué valor tiene guardar recuerdos vacíos, cuando ya no forman parte de nuestra vida?
La vida no es una realidad mecánica, como muchas personas creen. La vida no puede separarse del Camino y el Camino de la Verdad. Una vida llena de realidades falsas está vacía. Una vida que discurre por caminos falsos, no tiene sentido. La vida sólo cobra sentido cuando la Verdad la llena y se anda por el Camino que Dios nos señala. Lo complicado es tirar todas las formas vacías que nos engañan. Por muy reales que sean, son sólo eso: formas vacías, muertas y sin sentido.
Cristo es Camino, Verdad y Vida. Ya sabemos dónde ir, qué vivir y qué creer.
Amar y ser amado es una exigencia del corazón humano. Tal vez la más apremiante. Cuando se ama, todo es colorido, lleno de vida e ilusión. Cuando no se ama, nada nos entusiasma: ni siquiera si se vive en la ciudad del amor por excelencia, como es París.
Ahora bien, la amistad no es algo que se pueda exigir. El amor no se adquiere por imposición, sino a través de la donación de la propia persona al otro. Y amar a alguien implica no solo darle mi corazón, sino saber respetar su libertad. Cuando esto no se da, encarcelamos a los demás en estereotipos y fórmulas cargadas de orgullo y egoísmo, obligándolas a que sean figuras hechas a nuestro propio antojo. Y eso, desafortunadamente, solo mata el amor. Tarde o temprano.
¿El resultado? Que nos quedamos totalmente vacíos, sin la posibilidad de amar ni de ser amados: llenos en nuestro corazón de figuritas de esos seres queridos que pudimos amar, pero que solo permanecen como sombras de lo que pudieron ser. Y tú, ¿cómo amas?
Lo que no se ve. Eso es lo más importante del vídeo para mí. Lo que se intuye pero no sale. Lo que sugiere pero no muestra. Un París de tonos ocres, una música que nos cita con la melancolía en algún rincón del corazón, esas calles vacías, esa casa donde el silencio retumba a golpe de manecilla de reloj. Tal vez es la desesperanza, lo que nos queda cuando nos hemos acostumbrados a vivir sólo alrededor de nosotros mismos, anhelando compañía y, a la vez, dilapidando cada pequeña rendija de luz que llega a nuestra vida. Desesperanza, esa enfermedad que nos convierte en coleccionistas de sombras, de muñecos, de figuras, de experiencias inanimadas; esa enfermedad que culpa a Dios de lo que nos pasa pero que, a la vez, aniquila toda mano tendida que nos llega desde el cielo.
Necesitamos amigos. Somos seres relacionales. Pero los amigos son regalos frágiles de Dios. Primero: regalo de Dios. Segundo: frágiles, por tanto hay que cuidarlos. Nadie nos enseña a amar, nadie nos enseña a ser amigos. Pero todos vamos aprendiendo torpemente a ello. Con errores y con aciertos muchas veces desapercibidos.
Por eso, junto el verbo amar debería ir siempre asociado el sustantivo libertad. Porque amar no es solo satisfacer una necesidad básica humana, si solo se tratara de eso, estaríamos utilizando a las personas (hoy te necesito, mañana no). El amor es mucho más, acepta al otro tal cual es (ama incluso sus defectos) y tiene tal poder en nosotros que es restaurador, liberador y acrecentador de nuestras virtudes y cualidades. El gran Maestro: Jesús en todas sus actitudes de donación incondicional.
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