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No son pocas las parejas que han aceptado y se han acostumbrado a vivir con el malsano inquilino de la pornografía. Se piensa, ingenuamente, que por encontrarse entre los linderos del matrimonio un bombardeo visual de este tipo no puede tener mayores consecuencias. Sin embargo, las tiene; a veces es síntoma de que algo no va bien en la relación, en otras ocasiones puede ser la causa del desequilibrio… sea como sea, el video-testimonio que publicamos hoy, junto a los comentarios de nuestros blogueros asociados, nos puede ayudar a abrir un debate enriquecedor sobre este problema familiar (familiar, sí, porque no queda sólo en la pareja) y darnos algunas luces para nuestra vida y nuestro apostolado.

Manuel Rodriguez (Perú), autor del blog: «Roncuaz»

Concuerdo con cualquier persona de sentido común en decir que la pornografía es tóxica. La razón es lógica: viola la naturaleza íntima del acto sexual poniendo todo en el nivel de una fantasía de poder, de consumo del otro, y al ser fantasía es imposible que conduzca a algún tipo de felicidad por la simple razón de que sólo se puede ser feliz en la vida real, no en una vida ficticia pseudolúdica y perversa como es el mundo porno. Ahora mi parte aguafiestas para con el vídeo. Me parece peligroso que la señora en cuestión enfoque la ruptura de su matrimonio en un solo elemento como la pornografía. En realidad habría que preguntarle porqué no rechazó que su novio la viera, porqué una vez que vio el problema no reaccionó para salvar su matrimonio, porqué se hizo adicta sin luchar, porqué terminó su relación. Como lo veo la pornografía con todo lo mala que puede ser es una ocasión y no una causa de la ruptura, como cualquier vicio nos atrapa y predispone al egoísmo pero siempre se puede rescatar la relación si se lucha por ella. Y lo veo peligroso porque se puede convertir en una perfecta excusa para abandonar lo que nunca se debe abandonar. Muchas veces es más un síntoma que una enfermedad en sí, como con la masturbación que es un acto egoísta y compulsivo objetivamente, le pregunta no es por el acto sino por las razones de fondo que nos conducen a él. Yo creo que esta pareja no hablaba claro desde un principio y por eso la pornografía prendió y reemplazó a la relación. Puede sonar duro y puede ser equivocado lo que digo pero es una hipótesis que me ha dado la experiencia.

Susana Hortigosa (España), autora del blog: «Y en tu camino seré el andar»

Hay muchos motivos por los que una persona adulta (la adolescencia tendríamos que tratarla, tal vez, de otra forma) puede acercarse a la pornografía. Porque es placentero y “no hace daño a nadie”. Porque me produce timidez acercarme a una mujer real. Porque no sé cómo relacionarme con el sexo opuesto. Porque llego agotado a casa, después de un día de dar y dar sin recibir nada a cambio, y me merezco un pequeño acto egoísta. Porque me hace olvidar la soledad durante un rato. Porque es lo que hace todo el mundo. Porque…

Me pregunto si tenemos motivos para no hacerlo. Si dejar campar mis instintos a sus anchas es lo saludable, si vivo en una cultura del Carpe diem sin pensar en las consecuencias, si el sexo es solo un producto más para usar como me apetezca, si identifico “moral” con “represión” y “represión” con “infelicidad”, si no tengo con qué llenar este inmenso vacío, entonces… ¿por qué no?

Lucía María M. Alcalde (España), miembro de Arguments y autora del libro «Me debes un beso»

¿Qué pasa dentro de una persona para que llegue a considerar que ver pornografía no es algo de lo que avergonzarse? Creo que es cuestión de educar la sensibilidad. Puedes tener un alma delicada con una gran sensibilidad a base de llenarte de belleza, de amor auténtico. Si, por el contrario, empiezas a consumir “sucedáneos” del amor para ir rellenando tu corazón, éste acabará acostumbrándose a eso que le das, y será incapaz de reconocer el amor y la belleza verdaderos, porque “donde está tu tesoro, ahí está tu corazón” (Mt 6, 21).

A veces pecamos de ingenuos al pensar: “bah, esto no me afecta”, y con esta excusa nos tragamos escenas inconvenientes de películas; pasajes de libros poco recomendables; conversaciones que no tendríamos delante de nuestra madre; letras de canciones que hablan del sexo desde un punto de vista que no compartimos. Y la sensibilidad se estropea poco a poco si no la cuidamos, si no tenemos fijo el corazón donde tiene que estar: en Dios.

Pilar V. Padial (España), autora del blog: ¡Vive!: Celebra la vida

«Para quienes crecieron en un ambiente cristiano o están acostumbrados a vivir la castidad, la pornografía tiene claras connotaciones negativas: se ve bien que no beneficia a nadie. Sin embargo, hay muchas personas que piensan, equivocadamente, que puede ser una manera de poner sazón en su matrimonio o de mitigar la soledad del célibe. Sólo cuando lleguen las nefastas consecuencias, verán la verdad. “El que no está conmigo está contra mí; el que no recoge conmigo desparrama.” (Lc 11, 23). Lo que no construye el amor, lo destruye, lo que no nos acerca a Dios, nos aleja de Él y, al alejarnos de Él, lo hace del prójimo. Muy especialmente lo hace de quien es conmigo una sola carne, el cónyuge, el vínculo más estrecho en este mundo. Todos esos pequeños vicios que no arrancamos de raíz cuando aún son incipientes, crecen y envenenan el amor, sean celos, mal genio, cerrar las fuentes de la vida…o la pornografía. Arranquémoslos apenas despunten.»

Néstor Mora (España), autor del blog «EclesiasTIC»

El video muestra la punta del iceberg de una de las muchas distorsiones que la sociedad crea sobre nosotros. La punta de iceberg es la disponibilidad de la pornografía como algo cotidiano y aceptado. ¿Por qué se ofrecen atajos afectivos y nosotros los aceptamos de tan buen gusto? La respuesta es doble: porque el afecto es algo que no valoramos en los demás, pero es necesario para nosotros. La segunda, porque a través del comercio de afectos, se gana mucho dinero. Nos venden lo que necesitamos y es imposible encontrar en la medida que se nos ofrece.

La pornografía destruye. Cierto. Pero también destruye a constante oferta de estímulos sexuales encubiertos. Destruye que se venda un desodorante porque atraerá personas guapísimas del sexo opuesto. Destruye que en los carteles de las películas aparezcan actrices y actores retocados con photoshop para ser irrealmente deseables y que para disfrutar de ellos “sólo” tengamos que pagar la entrada del cine. El video tiene razón, pero sólo aborda la punta de un problema mucho mayor: la comercialización y banalización de nuestros afectos, instintos y emociones.

P. Joan Carreras del Rincón (España), autor del blog: «Nupcias de Dios»

«En las Escrituras la carne es una realidad sagrada: la unión del hombre y la mujer, mediante su entrega recíproca, es la imagen de Dios en la tierra y signo sacramental de la Eucaristía. El único que se goza en la pornografía es el diablo. Quienes participan en ella son víctimas, títeres de un guiñol diabólico. Se gozan los demonios de manera parecida a como unos terroristas disfrutan viendo cómo es pisoteada la bandera del país al que odian. Los seres humanos que participan en la pornografía denigran la imagen divina que hay en ellos. Su pecado, por lo general, es de debilidad, buscando una brizna de felicidad en el señuelo de la carne encuentran el vacío y la soledad. Y es precisamente esta perdición la que causa el regocijo de los demonios. Ellos son seres espirituales y no tienen goces carnales, pero sí tienen envidia del gozo carnal, es decir, la comunión de los esposos en el amor».