Me llegó un correo de la aerolínea en la que viajaba con un mensaje urgente que decía que quienes teníamos ticket a Cracovia debíamos tomar en cuenta que del 26 al 31 de julio era la Jornada Mundial de la Juventud y que por tanto los tiempos de llegadas y salidas, así como los controles en el aeropuerto tardarían más debido a la gran cantidad de gente que habría, y ¡cuánta razón tenían!

Desde el día en que llegué me encontré con miles de peregrinos de todas partes del mundo que habían ’invadido’ Cracovia y sus alrededores; cientos de jóvenes de todas las edades con banderas y entre cánticos se habían tomado las calles de la ciudad. Lo que se vivía allí era una fiesta, la alegría de los peregrinos se impregnaba en el ambiente y se sentía más que nunca la presencia de Dios en medio de todos los que estábamos ahí.


Cracovia


Entre ríos de gente, me abrí paso hasta unos policías y les pregunté cómo podía llegar a Chrzanów, la pequeña ciudad a una hora de Cracovia donde me habían asignado. La amabilidad de cada persona con la que me encontraba me sorprendió y desde ese momento emprendí mi viaje a uno de los mejores fines de semana de mi vida. Hablé con muchos en el camino, intercambiando los pocos conocimientos que teníamos sobre mapas, direcciones y las palabras básicas en polaco que habíamos logrado entender. Pero en realidad nadie se sentía perdido, todos nos sentíamos acogidos por el resto de peregrinos y siempre con la seguridad de saber que estábamos yendo en una sola dirección, la del encuentro con Cristo.

Al día siguiente de mi llegada, tuve la oportunidad de visitar algunas iglesias de las muchas que hay en Cracovia (dicen que, si Roma no fuera Roma, Cracovia sería Roma), además de los santuarios de Sor Faustina y San Juan Pablo II. Allí empecé a entender un poco mejor el sentido de mi viaje a nivel personal y espiritual. Cada instante de reflexión y oración era una oportunidad para ir descubriendo el sentido de ese viaje en específico y del viaje de la vida, para mí en especial el de este último año.

En el Santuario de Sor Faustina la visita fue muy especial porque justo, sin saberlo, llegué a la capilla cuando empezaron a rezar, aunque al inicio fue en polaco, cuando miré mi reloj lo entendí todo, eran las 3 en punto: ¡hora del Rosario de la Misericordia! Esta devoción difundida por la propia Sor Faustina y seguramente rezada por ella cientos de veces precisamente en esa pequeña capilla donde también está su tumba y una reliquia de sangre, fue para mí un milagro, un momento de esos que te hacen sentir un poquito más cerca del cielo.


Sor Faustina


La siguiente parada era el «Campus Misericordiae», el lugar donde sería la vigilia y la misa con el Papa al día siguiente. Cuando inicié mi caminata, me encontré con Josma, una chica de India que había ido también por su cuenta y que en el poco tiempo que compartimos parecía como si nos hubiéramos conocido de toda la vida porque a pesar de venir de países y culturas tan distintas, compartíamos una identidad única por pertenecer a la Iglesia e intentar ser seguidoras de Jesús. Después de un par de horas, al llegar al campo, nos despedimos porque debíamos encontrarnos con nuestros respectivos grupos, pero nos fuimos con la alegría de haber sido grandes compañeras de camino.

Como siempre, las palabras del Papa en la vigilia fueron maravillosas y sería muy difícil resumir todo lo que dijo en un par de frases, pero algo que me impactó mucho y que dio también sentido al camino recorrido fue:

«Jesús no es el Señor del confort, de la seguridad y de la comodidad. Para seguir a Jesús, hay que tener una cuota de valentía, hay que animarse a cambiar el sofá por un par de zapatos que te ayuden a caminar por caminos nunca soñados y menos pensados, por caminos que abran nuevos horizontes, capaces de contagiar alegría, esa alegría que nace del amor de Dios, la alegría que deja en tu corazón cada gesto, cada actitud de misericordia». (Papa Francisco, Campo de la Misericordia, Cracovia 2016).

El Papa también habló de los conflictos en el mundo y cómo debemos cambiar las barreras por puentes. Con estas palabras hicimos un momento de silencio y de oración intensa. Después de algunas oraciones y canciones estábamos listos para ir a dormir, allí a la intemperie, sin comodidades, pero con la alegría de compartir este momento con tantos otros iguales a nosotros.


Peregrino


Finalmente, llegó el día de la misa, nuevamente el Papa Francisco nos sorprendió con sus palabras haciendo referencia a la historia de Zaqueo, el recaudador de impuestos que recibe a Jesús en su casa. Nos habló de que debemos superar los obstáculos de la comodidad, la vergüenza y de la tentación de pensar que no estamos a la altura de Cristo para recibirlo en nuestro corazón porque a los ojos de Dios todos somos muy valiosos.

Ese día el sol fue bastante intenso y la comida escasa, pero debíamos emprender nuestro rumbo a Cracovia a unos 12 km del Campus Misericordiae. A pesar del cansancio y de que hubo muchas personas que incluso se desmayaron, los demás peregrinos seguían cantando y caminando con energía. En ese momento, el pensamiento de cómo aguantó Jesús el Camino al Calvario, maltratado y triste eran razones suficientes para seguir con alegría y ofrecerlo por todas las necesidades que hay en nuestro mundo.

Mi viaje a la JMJ culminó con una satisfacción indescriptible. Fue la combinación perfecta entre sentirme parte de la Iglesia Universal, reafirmar mi fe y mi identidad, de aprovechar cada paso que damos para crecer espiritualmente y entender que salir de la zona de confort vale la pena porque nos encontraremos con cosas tan maravillosas que ni siquiera podemos imaginar, pero claro todo esto es por la Misericordia de Dios que no tiene límites.

¡Nos vemos en Panamá en 2019!