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¿Por qué hacemos el bien a los demás? ¿Te lo has preguntado? En el video de hoy una compañia de seguros tailandesa nos regala una publicidad que nos invita a plantearnos seriamente esta pregunta. ¿Hago el bien por la gratitud que recibo de los demás? ¿Porque haciéndolo me siento en paz? ¿Por qué? y por otro lado, ¿quienes hacen el bien incomodan porque hacen que confrontemos nuestros anhelos más profundos con nuestra cobardía y egoísmo, o más bien estimulan con su ejemplo a imitar esas buenas acciones? Junto con nuestros blogueros asociados trataremos de desmenuzar estas preguntas:

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Manuel Rodriguez (Perú), autor del blog: «Roncuaz»

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La bondad es un asunto de fe. Sólo creyendo que brotará es que uno se anima a sembrarla aunque no la vea en este mundo. Y el milagro ocurre matemáticamente, cuando uno se decide a hacer un bien, no digamos el bien en general, un bien, por pequeño que sea, dejarle el sitio a otro, limpiar algo, dar una limosna, acompañar a alguien solitario, en fin, cualquiera de las viejas obras de misericordia por pequeña e invisible que sea, ocurre que la bondad brota multiplicada en alguna parte. Es como una cuestión física, como una especie de masa que no puede ser comprimida y siempre encuentra un espacio para salir. Y el resultado es siempre visto por el corazón y justamente por eso ordena la razón y las emociones. No es un asunto emocional, es en realidad un asunto espiritual y justamente por ello mucho más real que lo racional o emocional. La bondad es el resultado de un conocimiento más hondo e inteligente de la realidad, la tradición más vieja y sensata de la humanidad lo llamó siempre Amor.

Pilar V. Padial (España), autora del blog: ¡Vive!: Celebra la vida

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“No hay buena acción sin castigo”. Últimamente, oigo mucho esta frase que responde a un ánimo desengañado, desencantado… Un tono vital que se respira en el aire de nuestra sociedad en crisis. Y, lo cierto, es que se cumple muchas veces: las mejores acciones tienen, a menudo, como respuesta el mal en vez de gratitud o correspondencia. No hay más que ver cómo respondimos a Quien “todo lo hizo bien”, Jesús.
Pero esto sino un espejismo que oculta una gran realidad más profunda. Algo grande se mueve en los corazones ante un acto auténticamente generoso, realizado con amor puro. Se levantan entonces, a menudo, las resistencias, los demonios rechinan los dientes… Pero no hay que dejarse engañar: el amor cambia el mundo y vale la pena. Todos llevamos en el corazón la regla de oro: “obra respecto al otro como quisieras que te hicieran a ti”. El premio llega siempre de la mano de Dios de uno u otro modo aunque no nos demos cuenta inmediatamente, es la felicidad.

Fran del Nido (Argentina), autor del blog: «Apóstol Totus Tuus»

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Vemos un hombre que no tiene nada, no es famoso, no aparecerá en la TV. Es un don nadie. A los ojos de los hombres de hoy, el podría morir sin pena ni gloria y el mundo seguiría girando igual, pues eso es lo que es, un globo que gira.
Pero si vemos las cosas desde la perspectiva de Dios, cambian radicalmente los parámetros. Hay que ir a lo pequeño, a lo cotidiano. Hay que amar en lo pequeño, para luego poder amar en lo grande. Así se gesta la civilización del amor. Así se riega el granito de mostaza, para que luego crezca fuerte y grande.

Néstor Mora (España), autor del blog «EclesiasTIC»

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Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. ¿Dónde lo verá? En todas partes y en todas las personas que se crucen en su camino. En toda circunstancia Dios está presente, delante de nosotros. Espera que trabajemos junto con El. Nosotros ponemos nuestra insignificantes voluntad y fuerza. El pone la capacidad de transformarnos haciendo el bien.

Si el mundo es un violín desafinado, sucio y roto, Dios espera que lo reparemos y afinemos. Dios nos dará la partitura con la nos uniremos al canto de la creación

P. Joan Carreras del Rincón (España), autor del blog: «Nupcias de Dios»

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¿El personaje del vídeo es irreal? Ya sé que es de ficción, pero la pregunta es si resulta irreal. Al verlo, a una le asalta la misma sensación que cuando se lee el sermón de la montaña, que anima a poner la otra mejilla a quien te ha golpeado en la cara. Hay algo de exagerado, como si no fuese de este mundo. ¡Dar la pechuga de pollo al perro es mucho más que proporcionarle una migaja de pan! Si lo enfocamos desde el punto de vista de la ética, está claro que no hay nada que hacer. Exigir comportamientos de este tipo resultaría ridículo. ¡Tampoco nuestro personaje lo hace por deber! Es más una especie de sobreabundancia del bien que lleva dentro. Eso es lo que hace con nosotros el buen ejemplo: nos anima a emularlo. Aquí no hay manera de quedar atrapado en planteamientos de mero cumplimiento. En la parábola del juicio final, los condenados no lo son por haber incumplido los mandamientos de Dios sino por no haber tenido misericordia, es decir, por haber faltado a la esencia misma de los Mandamientos, que es el amor.