

«En septiembre iniciaré un máster». «¡Ya fijamos la boda! Será el 18 de octubre». «Sí, iremos toda la familia a la playa en vacaciones». «Estoy esperando un ascenso (y creo que me lo darán)». ¿Será que nuestros planes, tan asombrosos o tan comunes como estos, se alinearán a los planes de Dios?
Tal vez no te sorprendas si comenzara a decirte que nuestros planes no siempre coinciden con los de Dios. Ya lo habrás escuchado antes.
Incluso, puede ser que tú mismo hayas dado este consejo a algún amigo frustrado por un proyecto que no funcionó: «los planes de Dios son mejores que los nuestros».
Pero es cierto que si, de pronto, una realidad distinta a la que preveíamos entra de contramano y colisiona con nuestro sueño… en el choque resultan heridos. ¿Quiénes? Dependiendo de quienes hayan estado a bordo del anhelo: nuestro orgullo herido, nuestra capacidad de soñar herida, nuestra esperanza herida, nuestra fe herida…
Los daños pueden ser mayores o menores, según varios factores. Pero en ellos no me detendré, solo te diré (aunque lo adivines): un sueño roto duele y recuperarse – así como a la esperanza, la ilusión, la confianza, etc. – toma tiempo.
Pero en esa distancia entre el punto A – nuestro dolor actual – y el punto B – el momento en el que lo vamos aceptando, fructificando, amando, alegrándonos con él – pueden pasar muchas cosas. Hay otro viaje que emprendemos para dejarnos transformar por una propuesta que Dios nos hace y que puede cambiar nuestra vida o al menos la forma en que miramos la misma.
Es toda una peregrinación hacia la Voluntad y el amor de Dios.
Una compañera me envió una noticia – te la comparto a continuación – sobre una chica que fue a peregrinar a Jerusalén, pero sus planes terminaron en otro lugar.
¿Qué tienen que ver unos planes arruinados con mi relación con Dios?
Dije que, mientras procuramos sacar – encontrar – el sentido a una decepción, pueden pasar muchas cosas. Claro que hay «decepciones» y «decepciones», las pequeñas y las descomunales. Quiero hablarte de las segundas y destacar algunas cosas que nos ayudan mucho en la maduración espiritual y humana.
La primera es que entramos dentro de una oportunidad fantástica: enfrentarnos con Dios. Ya sea con enojo – respetuoso –, ya sea con lágrimas que no se acaban, ya sea con dudas o preguntas.
Son sentimientos muy profundos. Por eso, se crece en una gran intimidad y confianza al tocar temas tan delicados como lo es un corazón roto. Solo Él ve – de verdad y por completo – nuestra vulnerabilidad.
Los amigos más cercanos comparten cosas en común. Ahora, tenemos un corazón desnudo y desgarrado que poner frente a un Corazón expuesto y atravesado.
Y aprendemos a rezar una oración sencilla pero que será la más potente que podríamos pronunciar: «Señor, no tengo nada».
Dios mío, si tus planes eran otros, ¿por qué me dejaste soñar algo distinto?
Muchas veces hemos escuchado preguntas como «¿Por qué Dios permite…?» y similares. Si somos personas de fe, tenemos respuestas – más o menos profundas y que podrían «cerrarnos» en mayor o menor medida – como «Dios respeta la libertad de las personas», «de todo Él puede sacar un bien», «los planes de Dios son diferentes y más perfectos».
Pero la pregunta que nos desconcierta incluso a los católicos con una sólida formación puede ser: «si en la oración o el discernimiento vi que Dios quería algo – y era bueno – ¿por qué no salió». Miremos el ejemplo del video que puse más arriba: una peregrinación a Jerusalén suena como algo muy bueno, pero acabó no siendo el «punto final», no era realmente el plan.
Pero hay muchos ejemplos. Una persona que ve su vocación al matrimonio y nunca llegó a casarse. Un consagrado que no puede perseverar – por motivos ajenos a él – en su vocación – aquí te recomiendo ver la historia de san Rafael Arnaiz –. Casados y generosos, pero que no pueden formar una familia por no poder concebir. Misioneros que por motivos de salud deben volver a su patria. Añade todos los ejemplos que se te ocurran.
De verdad, es un misterio. ¿Cómo encontrar sentido a lo que parece un sinsentido?
Independientemente a que es eso, un misterio, pienso dos cosas. La primera, es una oportunidad para forjar la confianza en Dios. Él nos pide un salto de fe que tal vez no pida, con la misma intensidad o términos, a otros. ¡Qué linda amistad y qué amor más serio el que nos propone!
Lo segundo, es que hemos de recordar que la vocación no es una cosa estática. Que el «sí» que damos al entregarnos a lo que vemos como la Voluntad de Dios, se renueva cada día, con nuevas invitaciones.
Ver la vocación y decir «sí» no es la meta. Es la partida. Y el recorrido que esa vocación comporte puede tomar muchas formas. Pero siguen siendo lindas, aunque no las «sintamos» así» – recuerda el video de arriba, ¡en Jerusalén la protagonista «no sentía nada»!–.
Y tal vez el final no sea el esperado. De vuelta, como en el video, al final no se trataba de Jerusalén, sino de su abuela…
Las sorpresas escondidas y las caricias divinas
Puede que todo lo que te he dicho suene como un camino de martirio, pero no. Hay cosas lindas. Aunque en «lo macro» podamos pensar «esto no es lo que quería», en el día a día sí hay muchas cosas que llegan de improvisto para sacarnos una sonrisa.
Dios es el enamorado más enamorado. No nos quiere infelices, sabe exactamente lo que nos remueve y nos las entrega. Quizás de maneras no esperábamos, pero que igual nos llenan de una gratitud.
De hecho, aprendemos a ser muy agradecidos por las pequeñas cosas. Te seré sincera, no sé cómo explicarte esto. Pienso que es porque, como hemos experimentado una gran desilusión, sentimos con mayor fuerza lo que enciende una pequeña ilusión.
La sensibilidad cambia. Lo que antes podría haber pasado a nuestro lado sin que nos demos por enterados, ahora nos llama la atención como si cruzara con luces y sirenas.
Lo que no sabías que necesitabas
Finalmente, quiero hacerte un spoiler, pero hablaré desde la experiencia. Me ha pasado que un gran proyecto que tuve no resultó como se suponía que debía resultar. No fue fácil – y, a veces, vuelve a ser difícil – recuperarse de la pena que eso implicó.
Pero también es cierto que en retrospectiva se ven cosas que en el momento, por estar muy cerca, no se veían. Algo así como esas ilustraciones con juegos ópticos que esconden una imagen y solo se distinguen al alejarse de ellas.
Y la respuesta, rebosante de sorpresa, es: «¡me has dado lo que no sabía que necesitaba, has entendido lo que no sabía cómo expresar, Tú respondes a las oraciones que no sabemos formular».
Simplemente bello!!
Excelente!