

El otro día estaba viendo una película y un personaje le preguntó a otro: ¿Cuál es tu mayor deseo? Me puse a pensar, si me preguntaran a mí ¿qué respondería?
Esta pregunta tan sencilla y tan frecuente, me llevó a reflexionar sobre cuántas veces en la vida nos han preguntado esto. Cuando en el cumpleaños nos dicen antes de apagar las velas que pidamos un deseo o cuando en algún lugar te dicen, tira una moneda al poso y pide un deseo.
En la literatura y el cine, conocemos muchas historias que involucran este tema, el de los deseos. Parece que en el fondo todos quisiéramos que el genio con la lámpara nos concediera los nuestros.
1. Todos guardamos deseos en el corazón
Pero más allá de la ficción de los cuentos, todos tenemos deseos. ¿Por qué? ¿Está mal tener deseos? ¿Está mal pedirlos? Cuando pedimos que se cumplan ¿a quién se los pedimos?
No está mal tenerlos. Deseamos la salud, que las cosas mejoren, que se descubra la cura contra alguna enfermedad. Deseamos un buen trabajo, que un familiar encuentre la salud, algunos desean encontrar a la chica o chico
ideal para conformar una familia y así la lista puede continuar.
Anhelamos desde las cosas más profundas e importantes, a las cosas más vanas o menos importantes. Todas estas responden al deseo que tiene el ser humano del bien, de lo bello y de la verdad, en el fondo el deseo de ser feliz.
2. Entre tantos deseos, ¿qué pasa con los malos?
Creo que los deseos buenos han sido puestos por Dios en lo más profundo de nuestro ser. Pero hay un dato que no podemos olvidar: también hay deseos malos y estos responden a la distorsión de estos grandes anhelos.
Distorsión causada por el pecado que hace que nos desviemos buscando o anhelando algo malo como si fuera bueno, es casi como un espejismo. Este dato no es irrelevante, pues sin él nos costaría entender mucho de nosotros mismos.
El mismo san Pablo lo explica diciendo: «Queriendo hacer el bien, hago el mal que aborrezco, mi proceder no lo comprendo» (Rm. 7,15).
Es importante que sepamos identificar esos malos deseos y luchemos por erradicarlos de nuestra mente y corazón. No se trata de reprimir los deseos, sino de encaminarlos hacia el bien, hacia lo que nos hará verdaderamente felices.
Dicho esto, podríamos ahondar en esta realidad de lo que anhela nuestro corazón. Y un elemento clave que nos dio el Señor Jesús es descubrir donde está puesto nuestro corazón, porque detrás de eso irá mi vida. «Donde está tu tesoro ahí estará tu corazón» (Mt. 6,21).
3. ¿Cuál es mi tesoro?
Poniéndolo en otras palabras, ¿que deseo con todo mi corazón? Lo que considero como valioso será la guía mediante la cual encaminaré mi vida. Por ejemplo, si deseo ganar una competencia deportiva, pondré todo lo necesario para lograrlo.
Si lo que quiero es llegar a ser un profesional competente, lo que haga estará encaminado a ello, o si quiero ser santo buscaré con todo mi corazón seguir el ejemplo de Jesús. Y no necesariamente estos objetivos son opuestos, los distintos deseos que nos planteamos responden a planos diferentes de la vida.
Podría ser que quiera ser santo y a la vez ser un gran tenista, ser un gran científico o llegar a la luna y ser un excelente cristiano. Recordemos que en medio de lo cotidiano es donde nos hacemos santos. Así que no importa si eres arquitecto o profesor, ¡también puedes ser santo!
Para todos es obvio que no basta con desear las cosas. Ojalá fuera tan fácil y sencillo como que al soplar las velas de la torta y pedir nuestros deseos estos se realizaran.
4. Desea, y desea en grande, pero también actúa
Para que las cosas sucedan hay que esforzarse, luchar y ser constantes. Realmente ponerle alma, corazón y vida. Es un camino de esfuerzo personal.
Y sin embargo, habrán cosas que no dependerán de nosotros, sino de Dios. Hay situaciones duras y difíciles que escapan de nuestras manos, que no dependen de nuestro control.
Cuando esto pasa es necesario ponernos en las manos de Dios y confiar en su misericordia, tal como nos enseñó Jesús en el Huerto de los olivos: «Padre si es posible que pase este cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la tuya» (Lc 22,42).
El Señor nos entiende, sabe que lo que queremos decir es: «Dios mío tú sabes que deseo esto, pero si es tu voluntad que se cumpla y si no, dame fuerzas para aceptar lo que tú quieres».
Qué lindo es reconocer que todos deseamos cosas buenas, recordando que necesitamos poner todo nuestro esfuerzo e ilusión en que se cumplan. Pidámosle a Dios que podamos encaminar todos nuestros deseos hacia el bien y luchar por apartarnos del mal.
Dato curioso
Me quedé pensando ¿de dónde viene la tradición de soplar velas? Entonces estuve investigando y me encontré con que esta tradición se remonta a los antiguos griegos, que a menudo quemaban velas como ofrendas a sus muchos dioses y diosas.
Para los antiguos griegos, poner velas en un pastel era una forma especial de rendir homenaje a la diosa griega de la luna, Artemisa, hornearon pasteles redondos para simbolizar la luna.
Viendo todo esto en clave cristiana, es obvio que nuestros deseos no irán a la diosa griega de la luna la próxima vez que soplemos las velas 😂 nuestros deseos hay que confiárselos a Dios, únicamente a Él, para que los ilumine con su luz y amor nos guíe en cada paso.
¡Piensa bien tu próximo deseo y que Dios te bendiga!
DESEO QUE MIS PADRES ABUELOS Y HERMANA ESTEN EN PAZ EN EL CIELO AMEN