

Esta semana me preguntaron: «Padre ¿Qué responsabilidad tienen los periodistas cuando manipulan o no dicen la verdad o dan a conocer la vida privada de las personas?, ¿es pecado el sensacionalismo?, ¿cómo deben reparar el daño que han causado?»
Transmitir la verdad es un deber que nos concierne a todos. Pero tienen una responsabilidad mayor sobre este asunto aquellos que trabajan en los medios de comunicación social, los periodistas. Es normal que a nadie le guste que le mientan o que se mienta sobre él o su familia, y menos aun que esa mentira sea difundida en medios de comunicación masiva.
Esto puede responder al anhelo que tiene todo ser humano a su buena honra y el deseo natural por la verdad. Un criterio con el que comenzaría esta reflexión y que nos debe acompañar siempre es: «no hagas a otro lo que no te gustaría que te hagan a ti».
El Catecismo de la Iglesia Católica, desarrolla muy bien esta pregunta y la enmarca en el octavo mandamiento. Ahí se nos dan los criterios necesarios para discernir cuándo se puede estar faltando a la verdad.
Para responder voy a copiar algunos textos de este importante documento, pues creo que van a iluminar las interrogantes que se plantean. Y aunque los periodistas son quienes deben prestarle más atención a este tema, aplica también para todos.
1. La intención con la que se difunde un hecho
Una de las cosas que nos recuerda el Catecismo es aquello que dice el apóstol, que como cristianos hemos de rechazar toda malicia y todo engaño, hipocresía, envidias y toda clase de maledicencias (1P 2,1).
Por lo tanto, quizás lo primero es analizar cuál es nuestra intención a la hora de publicar una noticia o difundir algo. Esto exige una sincera revisión de nuestras intenciones porque la motivación puede verse afectada por alguna actitud que no sea del todo sana.
Luego analizar si aquello, afecta la buena honra de los otros y si lo que voy a decir es algo cierto. Es bueno mencionar que la mentira cobra una culpa mayor dependiendo: de lo que se dice, quién la dice y los efectos que esta causa (los periodistas la tienen complicada). Ya sea por el cargo que desempeño o por la difusión que soy capaz de hacer de la misma.
2. El daño que podemos causar
Por ejemplo, no es lo mismo contar algo a un amigo, que publicarlo en un medio masivo de comunicación o en las redes sociales. Me parece importante también resaltar aquello que el Catecismo nos dice sobre la reputación de las personas.
Miremos lo que nos indica sobre aquellas acciones que puedan causarle un daño injusto a cualquiera:
— Se hace culpable de juicio temerario el que, incluso tácitamente, admite como verdadero, sin tener para ello fundamento suficiente, un defecto moral del prójimo.
— De maledicencia el que, sin razón objetivamente válida, manifiesta los defectos y las faltas de otros a personas que los ignoran.
— De calumnia el que, mediante palabras contrarias a la verdad, daña la reputación de otros y da ocasión a juicios falsos al respecto a ellas.
Queda claro para todos, que los medios de comunicación social, desempeñan un papel importantísimo en la difusión de la información, la promoción cultural y la formación. Por lo tanto, no se trata de no informar, sino de hacerlo con la prudencia necesaria, y con los criterios que hemos mencionado, para así cuidar la buena fama y el buen nombre de las
personas.
Se trata de evitar la ligereza al hablar, porque lo que está en juego es muy valioso, y puede hacer mucho daño. Por lo tanto: «El recto ejercicio de este derecho exige que, en cuanto a su contenido, la comunicación sea siempre verdadera e íntegra, salvadas la justicia y la caridad; además, en cuanto al modo, ha de ser honesta y conveniente, es decir debe respetar escrupulosamente las leyes morales, los derechos legítimos y la dignidad del hombre, tanto en la búsqueda de la noticia como en su divulgación». (Concilio Vaticano II, Inter mirifica, 5)
3. Caridad, justicia, honestidad y recta intención
Creo que los documentos que he citado nos hablan del sano equilibrio en el manejo de la información que se publica. Por otro lado, la persona tiene todo el derecho de guardar reserva de cosas que son personales y pertenecen a su intimidad. Por lo tanto, el sensacionalismo que se define como la acción por la cual se produce, sensación, emoción o impresión, por medio de la información que se da, en algunos casos, deformando la verdad o exagerando cosas, o buscando simplemente despertar el morbo, frente a un acontecimiento determinado, es también contrario a las buenas costumbres y a la construcción de una sociedad sana.
En algunos casos la intención que mueve esta acción, responde a criterios económicos, sin importar el daño que se pueda hacer con una información que no corresponde a la verdad o una información que es privada.
Y por último recordemos que todo aquel que daña la buena honra de alguien o la reputación, tiene el deber moral de reparar el daño que ha hecho a esa persona (no hace falta ser periodista para lastimar a otra persona con lo que se comparte). Ayuda mucho la empatía, de la cual se habla tanto hoy, de ponerse en los zapatos del otro y evitar cualquier afirmación o juicio que dañe la buena reputación de las personas, unida a la caridad.
Me parece que la labor de los periodistas es valiosa y no es sencilla, pues deben hilar muy fino teniendo en cuenta estos elementos de caridad, justicia, recta intención, honestidad y sobre todo un gran amor a la verdad que es el mismo Dios. Los medios de comunicación y las redes sociales tienen mucho poder, debemos ser rectos y responsables al usarlas. Recordar que si somos fieles a Él, seremos siempre fieles a la verdad.
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