Dolor. Que palabra tan fea. Y, sin embargo, nuestra Madre del Cielo tiene una advocación con este nombre. Jesús tuvo que atravesarlo en su plenitud por nosotros. El dolor es algo tan cristiano como el amor. Es parte del camino de santidad de todo hijo de Dios. Es necesario aprender a abrazar nuestra cruz, para así entrar con ella en la gloria del Señor.

Temas como el dolor, la muerte, el sufrir y tener miedo; son algunos que, en líneas generales, la gente quiere evitar. Con cierto genio y una narrativa que te mantiene atrapado hasta la última línea de diálogo en la película, el director de «Lo imposible», Juan Antonio Bayona, cuenta una nueva historia basada en la novela «A Monster Calls» de Patrick Ness («Un monstruo viene a verme»). En ella, Conor O’Malley (interpretado por Lewis MacDougall) es un chico «muy grande para ser un niño y muy chico para ser un adulto», que está viviendo, junto con su abuela (Sigourney Weaver) una de las situaciones más difíciles que a todo el mundo le llega tarde o temprano: la muerte de su madre, Lizzie (Felicity Jones).

La película es extremadamente profunda, con un Monstruo (Liam Neeson) que todos conocen, pero pocos quieren mencionar: el de la realidad. Estos son los puntos que pueden ser tema de debate después de ver la película:

1. La verdad libera

Hay veces que decir la verdad es mucho más duro que una mentira. «Los humanos son bestias complicadas. Se creen mentiras reconfortantes, aunque saben la dolorosa realidad que hizo esas mentiras necesarias», le dice el monstruo a Conor. ¿Cuántas veces te pasó que sabías la verdad detrás de algo que te sucedía, pero no querías verlo porque la mentira que te armaste era mucho más cómoda? Jesús nos enseña que la verdad nos hará libres. Y es porque, al mentir (o mentirse) uno se vuelve esclavo de su mentira. «Debes decir la verdad o nunca dejarás este lugar», afirma el monstruo. Tal es la fuerza de la libertad humana que, para bien o para mal, termina sacando esa mentira de la oscuridad a la luz. No es fácil andarse con la verdad. No es fácil decirla. Como dice el monstruo, hay gente que preferiría morir antes de decir una verdad. Hoy en día se inventó la expresión “esta es mi verdad”, para poder vivir en paz. Es como si los humanos nos convertimos en quienes deciden qué es verdad y qué no. Nosotros no somos poseedores de la verdad, sino conocedores. Podemos conocerla, pero no adueñarnos de ella.

2. La fuerza de la fe

«Un hombre de fe sin fe. Creer es la mitad de la cura. Creer en la cura, creer en el futuro que te espera. Tu fe es preciosa, por eso tienes que tener cuidado en qué y en quién crees». Otra vez, palabras del monstruo. La fe, como nos enseña Cristo, tiene la fuerza para mover montañas. No podemos poner nuestra fe en cosas finitas porque, valga la redundancia, son finitas. Una vez que conozcan su final, nuestra fe en ellas caduca al mismo tiempo. El hombre tiene sed de infinito, siempre anhela por más. Es por eso que es necesario depositar la fe en algo (y en Alguien, como señala el monstruo) que no conozca fin. ¿Qué pasa cuando la fe se aplica en los lugares equivocados? Hay ejemplos: si se deposita la fe en el dinero, se cae en la avaricia, porque siempre se va a querer más. Si se deposita la fe en el poder, se cae en una codicia enceguecedora al entorno en el que se vive. Y así sucesivamente. La fe es un regalo que Dios nos da para que hagamos un buen y fructífero uso de ella. En nosotros está la libertad de usarlo. Aprovéchalo al máximo, no lo desperdicies.

3. El dolor

Nadie puede negar que, en el mundo, en cada rincón, existe el dolor. Todo ser humano, en algún momento de su vida tuvo que enfrentar una situación dolorosa, que le pesaba. Y en ese momento de dolor, uno quiere un punto final, la luz al final del túnel. Uno quiere ver la calma después de la tormenta. «Apenas estabas deseando por un fin del dolor, tu propio dolor. Ese es el deseo más humano que hay». Y es bastante cierto. Jesús mismo pedía que, de ser posible, el dolor pase. Pero, también es cierto que, porque Dios se lo pidió, abrazó su cruz. Nadie disfruta del momento de dolor. Son tormentas en la vida de uno, que todos quieren que pasen. Pero la vida de un cristiano tiene que ser imagen de la vida de Cristo. Eso significa que en nuestro camino va a haber cruces, pero va a haber resurrección también. No hay Viernes Santo sin Resurrección, así como no hay Sábado Santo sin Pasión y Muerte. Si en algún momento te encuentras en una situación difícil como la de Conor, recuerda que las batallas más duras se ganan de rodillas. Dios siempre está ahí. Como dijo C.S.Lewis: «Dios nos susurra en nuestros placeres, nos habla en nuestra conciencia, pero grita en nuestro dolor; el dolor es su megáfono para despertar a un mundo sordo».

4. El poder de los sueños

Una vez, en una de esas conversaciones del día a día que uno tiene, comenté que no sueño casi nunca. Y una psicóloga, presente en la conversación me dijo: «sí sueñas, todos siempre soñamos». Los sueños son una instancia en la que Dios habla. Así les habló a miles de profetas. Así le habló a San José y así le hablo a Constantino, por mencionar algunos ejemplos históricos. Soñar no necesariamente significa ausentarse de la realidad para huir a una mejor construida por uno mismo. Soñar puede ser plasmar ese deseo profundo que yace en tu corazón en una imagen que te va a incentivar a llevar a cabo ese deseo que, sin lugar a dudas, Dios plantó en tu corazón. Es así como cada uno descubre la vocación a la que está convocado. Es así como cada uno recorre ese camino de santidad al que está llamado a recorrer. En la película, los sueños son centrales. ¿Por qué? Bueno pues, la tendrás que ver para averiguarlo 😉