Hay historias que se repiten innumerables veces en las películas. Si están bien contadas, sin embargo, vale la pena que nos las narren una y otra vez. «The magic of Belle Isle» es una de esas películas cuyo guion hemos visto en otros lugares: Un adulto sumido en la desesperanza, que forja una amistad con un pequeño inquieto y al mismo tiempo necesitado de alguien que lo ayude a madurar. En el camino ambos personajes van cambiando y encontrando apoyo uno en el otro, volviéndose mejores personas y enseñándonos una vez más que no hay camino más humanizante –y de mayor sanación– que el de la entrega a los demás.

Más allá de que sea una historia familiar, hay un ángulo muy particular por el que vale la pena ver esta película. En ella Monte Wildhorn, protagonizado por Morgan Freeman, es un escritor otrora famoso pero cuyos últimos años se encuentran sumidos en la desesperanza. Confinado a una silla de ruedas después de un accidente, ha abandonado su vocación para entregarse al alcohol, profesión “extremadamente demandante” como nos confiesa. Finnegan O’Neill, por otro lado, es una pequeña llena de vida y, sobre todo, con ganas de aprender a contar historias. Observará al inicio con curiosidad a su nuevo vecino, y al enterarse de que es un escritor, le propondrá un trato que cambiará la vida de ambos.

Hay un aspecto de ese encuentro entre los dos personajes que hace esta película distinta y bella: nos recuerda aquel talento tan poderoso que tiene toda persona: la imaginación. «Nunca dejes de buscar aquello que no está ahí», le explica Monte a Finn, invitándola a procurar tener siempre una mirada inquisitiva sobre la realidad. ¿No es esta quizás una gran lección para nuestro tiempo, acostumbrado a la superficialidad y a buscar un perpetuo entretenimiento que nos adormece el cerebro y, particularmente, la imaginación?

Acostumbrados al impacto de lo visual, esta película, con su historia tierna y sana, nos sumerge en la fuerza de las palabras y su infinita capacidad para despertar asombro. En la relación que surge entre el autor que ha perdido las ganas de crear, y la pequeña que ansía encontrar las palabras para adentrarse en el infinito, encontramos una fuente de esperanza y de alegría por ese don que todos –en mayor o menor medida– tenemos: la creatividad.

Ciertamente «The magic of Belle Isle» es una historia predecible. Sin duda tiene un final feliz y un drama representado de modo muy sencillo. Aun así resulta una película muy esperanzadora y, sobre todo, muy humana. La isla donde se desarrolla la historia no tiene, al final, nada de mágica. La magia, en todo caso, descansa sobre aquella creatura asombrosa que es el ser humano y su infinita capacidad de crear historias y asombrarnos con ellas. Es, sin lugar a dudas, también camino de libertad y de enriquecimiento interior, que es también enriquecimiento para los demás.