yo confieso

No son pocas las películas, sobre todo en tiempos más recientes, que denigran a la Iglesia Católica y sobre todo a los sacerdotes. No hay duda de que católicos incoherentes, así como sacerdotes indignos de su misión, los hay. La realidad no es, sin embargo, como la televisión muchas veces nos la parece mostrar. Yo confieso, dirigida en los años ’50 por Alfred Hitchcock, no solo es la historia de un sacerdote fiel a su identidad y misión, sino también una historia de intriga y misterio que cuestiona los juicios que hacemos sobre las personas pues ocurre que, muchas veces, incluso a partir de hechos verdaderos se llega a conclusiones equivocadas.

La historia se inicia con un asesinato y la confesión de un arrepentido y atemorizado asesino al p. Michael Logan, un joven sacerdote de una parroquia en Quebec. El p. Logan será incriminado luego por el mismo asesino, y aun conociendo la identidad del asesino, el sacerdote no lo revelará por ser fiel al sacramento de la confesión. Resulta interesante notar como quienes vemos el film, sabiendo también de la inocencia del p. Logan, participamos con fuerza del drama interior y la injusticia que sufre el sacerdote, así como de la incapacidad —por ser fiel a sus compromisos— de iluminar a los investigadores para resolver el crimen.

La trama no es tan sencilla, pues incluye también a una antigua amiga del Padre, de quien estaba enamorado antes de ser sacerdote, que añade un manto turbio a los sucesos. A los ojos del detective que encabeza la investigación todas las pistas van sumando en una dirección. Se van confirmando la veracidad de cada uno de los hechos pero las conclusiones no logran desentrañar la complejidad de la situación y terminan llevando al p. Logan ante el juzgado. Quizás una de las escenas más hermosas de esta película es un primer plano de una estatua de Cristo cargando la cruz camino al Calvario, y en el fondo el sacerdote caminando, solitario, asumiendo las consecuencias de la fidelidad a su Señor y a su ministerio, viviendo su propia crucifixión.

Mientras tanto el asesino, al principio arrepentido, se ve cada vez más sujeto de una espiral de mal. Irá perdiendo la dignidad y procurará encubrir mejor su delito, dejando sin problemas que un inocente sea condenado. No deja de ser iluminador percibir el mal cobrando cada vez más fuerza en el interior de este pobre hombre, hasta llegar a destruirlo, pero no sin antes recibir el perdón final del mismo p. Logan.

A diferencia de la obra de teatro en la que está basada la película —donde el sacerdote es juzgado y sentenciado a muerte— el sacerdote será hallado “no culpable” por el tribunal, más no así por la opinión pública que ya lo había condenado. Saliendo del juzgado será sometido a la humillación pública, que precederá sin embargo al desenlace de la trama y al conocimiento de la verdad.

Yo confieso, a la par que una historia bien construida y contada, es un gran homenaje al valor y fidelidad de muchos sacerdotes, cuyo ejemplo no podemos perder de vista en un mundo de tanta incoherencia incluso al interior de la Iglesia. Es, también, un intenso tributo al sacramento de la confesión, quizás incomprensible a los ojos del mundo, pero lleno de grandeza y misericordia. La escena final, las últimas palabras de este film, serán un “te perdono” con el que el p. Logan absuelve a quien tanto mal le ha hecho y, al mismo tiempo, le abre al ladrón y asesino arrepentido —segundos antes de que este muera— las puertas de la misericordia y la entrada al cielo.