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«Stand by me» es una hermosa y nostálgica ­–al menos para los adultos– producción basada en un cuento de Stephen King. La película transcurre como un flashback donde el personaje principal, un escritor llamado Gordie, recuerda un lejano verano de 1959 cuando tenía doce años. Enterados de la muerte de otro niño cuyo cuerpo aún no ha sido hallado, Gordie y sus tres amigos más cercanos –Chris, Teddy y Vern– van en búsqueda del niño desaparecido en un recorrido que, en muchos sentidos, les va abriendo ventanas hacia la madurez.

El film, precisamente, se ha considerado en muchas ocasiones como una de las mejores representaciones de aquel último momento de la infancia. Muchos de los diálogos de los jóvenes protagonistas recuerdan el mundo imaginativo de la niñez, con sus propias preocupaciones e ilusiones, no siempre firmemente ancladas en la realidad. En medio de las diversas situaciones que los protagonistas atraviesan, sin embargo, se van percibiendo también los desafíos que el crecimiento y la madurez van a suponer de modo inevitable para cada uno de ellos.

La amistad aparece entonces como uno de los temas explorados con fuerza en la película. Gordie y Chris son mejores amigos, y en ellos la amistad se expresa en códigos cuya fuerza está en la lealtad a la palabra, en la apertura franca y sincera, sin dobleces. Se sostendrán mutuamente, viviendo este apoyo como una exigencia natural e incondicional de la amistad. Cada uno tendrá momentos de inseguridad y miedo ante el futuro, dudando de sus propias capacidades y talentos, y descubrirá fuerza y motivación en la amistad y compañía mutua.

En uno de los diálogos más interesantes de la película Chris le dirá a Gordie: «Es como si Dios te ha dado algo, todas estas historias que puedes crear. Y El dice: “Eso es lo que te he dado. Trata de no perderlo”. Los chicos pierden todo a menos que haya alguien que cuide de ellos. Y si tus padres no lo hacen, entonces deberé hacerlo yo». La auténtica amistad, precisamente, supone invitación a crecer, a asumir la vida y a desplegar con rectitud los talentos recibidos. No es solo un cálido sentimiento de seguridad, sino compromiso con el bien mayor del amigo, incluso cuando ello suponga cuestionarlo y alentarlo a emprender mayores retos.

Entre los chicos que protagonizan Stand by me no hay miedo de llorar delante del otro, ni hay angustia en mostrarse frágil o débil. Hay lugar para la alegría y la broma, así como ocasión para el diálogo más profundo. Hay espacio para la aventura y el aprender de los errores. Hay manifestación de solidaridad y compromiso, donde no importan tanto las palabras sino los gestos y actitudes que revelan una fraterna atención al amigo.

La bondad, la ilusión, la solidaridad del grupo de chicos contrasta con las relaciones que se evidencian entre los jóvenes mayores que aparecen en la historia. Estas son agresivas y violentas, llenas de desconfianza y superficialidad. «Nunca tuve amigos como los que tenía a los doce años» dirá un Gordie adulto ya convertido en escritor, y quizás sea ocasión de reflexión señalar que esa frase no tiene que ser necesariamente cierta. La amistad ciertamente es un desafío, pero no tiene porqué ser posible solo en la infancia. Por el contrario la amistad puede y debe hacerse más profunda y abrir mayores horizontes de compromiso con la madurez y la edad.

Es interesante notar que si bien Stand by me gira en torno a un grupo de niños, la temática de la muerte flota constantemente alrededor de la trama. El recorrido del joven grupo se inicia como búsqueda de un niño muerto, y nos enteramos también que el hermano mayor de Gordie ha muerto pocos meses antes en un trágico accidente. Los recuerdos del hermano aparecen con frecuencia precisamente cuando el fin de la vida es quizás lo último en lo que un niño piensa.

No es, pues, casualidad que como marco de aquel paso hacia la adultez aparezca la muerte como un horizonte cada vez más cercano. No tiene porqué ser un horizonte opresivo, puesto que la muerte es tan parte de la vida como la vida misma. De hecho, el encuentro con una realidad que se comprende cada vez mejor es –o debería ser– una señal de madurez. Esa misma comprensión, sin embargo, no debe significar ni una actitud cínica y desilusionada ante la existencia ni pérdida de vista de lo esencial, como sucede tantas veces cuando el ritmo frenético del mundo de hoy y muchos de sus falsos valores nos obnubilan.

No se trata, por tanto, de permanecer siempre en la niñez. Pocas cosas, quizás, tan penosas como un adulto infantil. La respuesta está en aquel “ser como niños”, donde la ilusión y el realismo, la pureza y la comprensión, el deseo de aventura y la responsabilidad, se abrazan para recorrer un camino maduro que no le teme a las dificultades ni a la muerte porque las ignora, sino porque las enmarca en el carácter transitorio de un peregrinar terreno. Stand by me es capaz de recordarnos todo esto, resaltando la amistad auténtica como uno de los mayores dones que podemos recibir en la vida. Así, quien en el caminar encuentra un amigo, encuentra realmente un tesoro.