La masacre de la ciudad china de Nankín fue uno de los episodios más atroces del siglo XX. Se calcula que entre 200 y 300 mil hombres, mujeres y niños fueron asesinados entre diciembre de 1937 y febrero de 1938 por tropas imperiales japonesas.

Zhang Yimou ­–famoso por películas como Hero y por la dirección de la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de Beijing– explora en esta cinta aquel dramático episodio de la historia de su país. Lo absurdo y lo insensato de la guerra, y de sus terribles consecuencias, quedan vívidamente representadas en las primeras escenas de la película.

*Advertencia: alrededor del minuto 83 de película hay una escena excesivamente violenta que recomendamos evitar.

La terrible destrucción de la ciudad no es, sin embargo, el tema de la película, sino el trasfondo para comprender realidades más profundas de la existencia humana. En este plano que subyace destaca, aunque no precisamente por su virtud, John Miller –protagonizado por Christian Bale–, un cínico y egocéntrico personaje, cuyo oficio es ser sepulturero. Llega así, en medio de tiroteos y explosiones, a la Catedral de Nankin, donde acaba de fallecer el sacerdote. Ahí encuentra, refugiadas y atemorizadas, a un grupo de niñas chinas de un internado católico. Poco después, huyendo de la masacre, llegarán también pidiendo refugio un grupo de prostitutas.

Difícil pensar grupos más dispares que hallan cobijo dentro de los muros de la iglesia. Las primeras preocupaciones de Miller serán buscar supuestas riquezas custodiadas en la semi destruida iglesia, ante el pavor de las pequeñas estudiantes y la indiferencia, e incluso desprecio, de las prostitutas.

Todo cambiará, sin embargo, con la irrupción de las tropas japonesas en la iglesia. Miller se verá entonces en una difícil encrucijada. Su condición de extranjero lo protege, pero su indiferencia sería la muerte para las pequeñas estudiantes así como para las prostitutas. Empieza entonces un duro recorrido que concluirá con un compromiso por salvarlas y que tendrá su momento culmen de rodillas frente al altar de la iglesia. No será el único que deba dar de sí. También las prostitutas hallarán un modo de vivir una auténtica entrega, elevándose de la bajeza y degradación que suponía su condición.

«No importa qué guerras o desastres ocurran en la historia –decía el director Zhang Yimou acerca de este film–, lo que envuelve estos tiempos son el amor, la salvación y la humanidad. Espero que ello se perciba en esta historia. La naturaleza humana, el amor, el sacrificio, esto es lo verdaderamente eterno (…) La interrogante que subyace en esta historia es cómo el espíritu humano se expresa en la guerra».

¿Qué puede florecer en la guerra? En medio de la maldad y la violencia siempre puede haber lugar en el corazón del hombre para la virtud y el heroísmo. La auténtica libertad, nos enseña está película, no es encadenada por circunstancias externas, y la persona puede ser libre, cuando opta por el bien y el amor, incluso rodeado de violencia y maldad.

«Las flores de la guerra» es una película cruda pero llena de belleza y sentido.  Es, en un sentido, un canto de esperanza para el corazón humano, que incluso herido por el mal puede hallar espacio para vencer al egoísmo y optar por el bien y el sacrificio. Enseña también a no desesperar de la condición humana, capaz de tanta destrucción y violencia, pero también de entrega y abnegación extraordinarias. Se nos recuerda al mismo tiempo  aprender a no juzgar por lo externo. Son a veces los más pecadores quienes descubren con mayor fuerza la necesidad del amor y la misericordia, y se hacen así capaces de ponerse de rodillas y, entrando en sí mismos, recorrer el sendero de todos los hijos pródigos de la humanidad.