

«El Señor de las Moscas» (1990) es, sin lugar a dudas, la obra más conocida del escritor inglés y Premio Nobel de Literatura William Golding. Aunque no por primera vez, en 1990 fue adaptada en una película que recoge con bastante cuidado algunos de los temas de fondo más importantes de la novela de Golding.
La película gira en torno a un grupo de muchachos de una escuela militar que, luego de un accidente aéreo, se encuentran aislados en una isla paradisiaca. Poco a poco se van manifestando las distintas actitudes personales y grupales. De hecho, esta película se utiliza muchas veces para analizar los distintos compartimientos en un determinado grupo social.
No es éste, sin embargo, el aspecto más valioso de la producción. Golding señaló en una ocasión que su novela trataba, en el fondo, acerca del problema del mal y como se manifestaba en la sociedad. Esta perspectiva nos ofrece una luz interesante para ver la película, que va mucho más allá de los comportamientos sociales que en ella se expresan.
Los muchachos llegan a una isla virgen, paradisiaca por su belleza. Al inicio su comportamiento es ejemplar y se proponen como meta trabajar en unidad para salir de la isla. Poco a poco, sin embargo, el mal se empieza a hacer presente, y los momentos finales de la película son aterradores por el cambio que se ha obrado en los muchachos. Lejos de la película el proponer el mito del buen salvaje y suponer que el hombre es corrompido por las estructuras sociales. Por el contrario, se advierte que hay algo en el ser humano, incluso en los pequeños e inocentes, que los hace tender al mal. Ni la novela ni la película lo hacen explícito, pero se puede relacionar esta situación con el pecado original, y los terribles efectos que introduce en el hombre y en sus relaciones con los demás.
Precisamente una figura muy importante es la cabeza de un cerdo que los niños clavan en medio de la isla. Con el tiempo, ésta se irá llenando de moscas. Es El Señor de las Moscas, conocida imagen bíblica que representa al diablo. Presente en la isla, aparece como la bestia que va sutilmente sugiriendo el mal para destruir al hombre y la creación de Dios. En la película nunca habla –sí lo hace en la novela–, pero su presencia se deja sentir cada vez más en los acontecimientos que se van desencadenando.
El Papa Pablo VI decía que había que ayudar al hombre para que pasase de salvaje a humano, y de humano, a divino. En El Señor de las Moscas va sucediendo lo inverso. Los muchachos se van haciendo cada vez más salvajes, tanto exterior como interiormente, lo que da pie a fuertes escenas de violencia que pueden ser ocasión de una toma de conciencia de cómo el pecado destruye a la persona y quiebra todas sus relaciones.
El deseo original de escapar de la isla es abandonado. Los muchachos dejan de mirar el horizonte que los lleva a su salvación, y hacen de la isla un refugio y, finalmente, una suerte de prisión. El fuego, logrado por medio de la técnica humana y recurso valioso para la supervivencia, se volverá también en contra de ellos, avanzando implacable para destruir la maravilla que Dios había creado. Se trata, quizás, de una interesante alegoría de lo que puede ser la técnica y su uso para el bien o para el mal.
El Señor de las Moscas es una película que impacta por estos y otros temas de fondo que aborda. Puede ser ocasión para una catequesis valiosa sobre el mal, el demonio, el pecado y sus efectos en el hombre y la sociedad. No es una película agradable, ni es tampoco para niños. Con una adecuada orientación, sin embargo, jóvenes y adultos pueden sacar mucho fruto de esta producción.
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