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Catholic-link.com – Le hérisson (El erizo) es una película francesa, basada en la novela La elegancia del erizo de Muriel Barbery, que cuestiona la aproximación y los juicios que muchas veces podemos hacer de los demás sin conocerlos bien. La cinta, dirigida por Mona Achache, nos introduce a través de los ojos de Paloma, una observadora niña de 11 años, en la vida de los acomodados inquilinos de un edificio de apartamentos. Aunque quizás demasiado precoces para una niña de su edad, sus observaciones retratan con agudeza la superficialidad y vanidad de las personas que la rodean. Con la ayuda de una vieja cámara empezará a filmar y reflexionar sobre muchas de las actitudes que ve a su alrededor y cuestionará el aparente sinsentido de la vida.

Pronto le llamará la atención, de modo especial, Renée, la conserje del edificio, quizás porque en ella encuentra un alma gemela en su descontento por el mundo. Renée es una mujer ya entrada en años, ligeramente obesa y de aspecto desaliñado, a quien nadie presta atención y que en apariencia se limita a cumplir con las simples exigencias de su oficio. Renée, sin embargo, oculta un misterio: es una ávida lectora, culta y con gran sensibilidad artística. Ella es, precisamente, como un erizo: cómoda con un aspecto tosco que no es sino una fachada cuyo único fin es ocultar y proteger un interior lleno de sensibilidad e inquietudes.

Paloma percibirá, como nadie, la gran diferencia existente entre Renée y el resto de los inquilinos. Lo hará con la ayuda de Kakuro Ozu, un señor japonés recién mudado a uno de los lujosos apartamentos. Ozu, con una mentalidad mucho más pausada y observadora, descubrirá el interior de Renée, y con la misma sensibilidad, sabrá ayudarla a salir de sí. Es un espíritu cultivado y fino para los detalles y, sobre todo, para penetrar las barreras de lo evidente y saber tocar con delicadeza lo más profundo del alma de Renée.

Quedará claro, entonces, como la tosca imagen proyectada por Renée no es otra cosa que una barrera construida por ella misma, que poco a poco será derribada a punta de cariño, paciencia y aprecio. En el camino ella misma irá aprendiendo a apreciarse a sí misma, a valorarse, y a reflejar en su trato y apariencia su propia belleza interior. Resulta particularmente interesante notar cómo en la medida que es capaz de aceptar esta belleza interior —y valorarla— será también capaz de amar y entregarse a otro.

La película se vuelve así una hermosa lección de cómo el amor y la dedicación sanan rupturas profundas en la persona, y que el recto amor a uno mismo es fundamental para lograr amar a los demás. Nos recuerda, también, lo vano que es juzgar —como tantas veces lo hacemos— a los demás por su aspecto exterior. Toda persona es un auténtico misterio, y esconde una belleza interior incluso cuando su apariencia nos disuade de un encuentro más profundo. Saber ver más allá de la superficie es, en todo sentido, una virtud que nos hace más humanos y, al mismo tiempo, ayuda a quienes nos rodean a tomar contacto con su propia humanidad.

Le hérisson encierra una lección más en su desconcertante final. No poseemos todo el tiempo del mundo para alcanzar lo que buscamos, y esperar demasiado para salir de nosotros mismos, o para ayudar al prójimo, puede frustrar nuestros anhelos y buenos deseos. En todo caso, cuando llegue el fin de nuestra vida, quiera Dios que la muerte nos encuentre avanzando hacia el bien y el amor. «Lo que importa no es el hecho de morir o cuándo mueres. Lo que importa es qué estabas haciendo en ese preciso momento», reflexiona Paloma al concluir la cinta. Caminar en la dirección correcta, aunque sea en el último instante de nuestra vida, puede hacer toda la diferencia en la eternidad.