

La película transcurre con una lentitud a la que la gran mayoría de las personas, gracias a Hollywood, están desacostumbradas. La parsimonia con que suceden los pocos acontecimientos de esta película están sin embargo imbuidos de gran profundidad. Las tomas se van sucediendo una tras otra con paciencia, con el mismo tono meditativo y contemplativo con los cuales el anciano sacerdote afronta su existencia. De hecho su única ocupación en esta postrera etapa de su vida se reduce a responder la correspondencia que recibe.
Cuestiona también, en esa misma línea, la seriedad con la que el P. Jacob asume su apostolado epistolar. Cada carta es una persona, digna de ser escuchada con profunda atención y reverencia. Sus respuestas son precedidas con un acto de recogimiento y oración, y no se nos debe escapar el profundo valor sobrenatural que puede alcanzar un hecho tan sencillo como son escribir unas breves líneas cuando este acto es realizado desde una perspectiva de fe.
El testimonio del Padre Jacob significará un desequilibrante cuestionamiento para Leila. Resulta impactante observar cómo el egoísmo y la desconfianza le cierran a una persona físicamente sana cualquier posibilidad de encuentro, mientras que, ciego y limitado por la vejez, el Padre Jacob no deja de abrir las puertas a las almas que reclaman su consejo y oración. En la vida del Padre Jacob no parece haber excusa ni limitación para intentar hacer el bien y continuar entregándose a las personas atribuladas.
No deja de impresionar cuánto del drama humano ha sabido condensar Klaus Härö, director de Cartas al Padre Jacob, en poco más de setenta minutos. «Durante mucho tiempo había querido hacer un film que presentase la fe de una manera cálida y genuina» señalaba al respecto de su propia obra. «Quería hablar de nosotros, las personas comunes, que nos encontramos necesitados de misericordia y perdón por nuestras deficiencias, y de la esperanza y el respeto por la vida, aunque ésta no siempre sea lo que esperábamos».
Cartas al Padre Jacob requiere, para entenderla, de la misma aproximación contemplativa y paciente que sabe descubrir en lo sencillo realidades trascendentes. Nos enseña así que el tiempo no es valioso en sí mismo. Su valor se descubre en cuanto es espacio para la acción de Dios, y en ese sentido la cinta quizás nos acerca un poco a la mirada que puede tener Dios sobre muchos de los acontecimientos de nuestra vida cotidiana. ¡Qué batallas y luchas se desenvuelven cotidianamente en los corazones humanos y qué ecos de eternidad pueden tener nuestras acciones!
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