ben hur

Ben Hur es un clásico como los hay pocos. Aun hoy en día nos impresionan la grandiosidad de sus escenarios, la épica batalla naval, o la impactante carrera de cuadrigas que han quedado grabadas en la historia del cine. Ben Hur impresiona más, sin embargo, por una historia que es, en un sentido, la historia de todo ser humano en búsqueda.

La vida de Judá Ben Hur parece ser al inicio la de un nuevo Job en sus desventuras, o quizás la del veterotestamentario José, cuya existencia en sus giros inesperados se termina entendiendo bien solo a la luz de una mano providente que lo va conduciendo por sendas insospechadas pero llenas de un sentido más alto.

En ese recorrido que lo lleva de la nobleza a la esclavitud de las galeras, de la servidumbre a la libertad como hijo adoptivo de un acaudalado romano, del triunfo y la aclamación al sufrimiento y desesperación por sus seres queridos, nos encontramos con otra persona que parece acompañarlo desde lejos: Jesús el Cristo. No en vano la novela de Lew Wallace que dio origen a esta adaptación cinematográfica lleva como subtítulo “Una historia de Cristo”, ni es casualidad que la película empieza con el nacimiento del Señor Jesús en Belén y concluye con un hermoso amanecer como trasfondo a un primer plano de tres cruces ya vacías. Cuántas veces, como le sucedió a Ben Hur, pasamos al lado de Cristo sin saber que está ahí acompañándonos, y no lo vemos a nuestro lado por tener la mirada centrada en intereses egoístas o mezquinos por más justos que nos parezcan en un primer momento.

Pocas escenas, quizás, tan memorables en el cine como el rostro de Charlton Heston —representando a un encadenado y sediento Ben Hur al inicio de la película— transformándose ante la mirada de un generoso extraño que apiadándose de él le da de beber. Aquel hombre joven, que le toca la mano y le transmite fuerzas para que soporte sus desgracias, que lo protege con una mirada poderosa de un inmisericorde soldado romano, no es otro que Jesús, cuyo rostro nunca vemos, pero que nos toca igual mirándonos a través del efecto de su mirada en Ben Hur.

 

A primera vista la historia de Ben Hur no es otra que la de un hombre sediento de venganza. Por debajo, sin embargo, vamos comprendiendo que a esa sed de vengar le subyace otra más profunda que no se calma con el odio. Al retornar a su Palestina natal tras años de esclavitud empieza a escuchar de un joven rabí que proclama que el perdón es grande y que el amor es más fuerte que el odio. No comprenderá el mensaje, y ensimismado en sus propias amarguras perderá la ocasión de escuchar la prédica de aquel “hombre que es más que un hombre”.

Ya en el colmo de su desesperanza, buscando la sanación física de su madre y hermana, buscará a Aquel cuya presencia lo ha acompañado, sin saberlo, a lo largo de toda su vida. Sus miradas se volverán a encontrar en medio de la Pasión, y será él, Ben Hur, quien esta vez le dará un poco de agua para ayudar a Dios hecho Hombre en su Vía Crucis. Serán apenas unos sorbos de agua que logra alcanzarle, pero en ese pequeño esfuerzo cruza nuevamente sus ojos con los de Dios. Con Ben Hur nos sentimos bajo esa mirada comprendidos, amados, conocidos hasta lo profundo de nuestras grandezas y fragilidades, e invitados a reconocer el inmenso amor de Dios por nosotros.

Los ojos de Ben Hur, llenos de odio, son purificados por la mirada llena de amor de aquel rabí, a quien luego escuchará, a los pies de la cruz sobre la que pende, perdonar a quienes le han hecho mal. Entonces comprenderá dónde realmente se sacia la sed que lo atormenta, y en esa conversión y apertura a la fe, entenderá que su vida ha sido sostenida en todo momento por Dios, quien lo ha guiado por senderos insospechados al encuentro de Jesús y de la infinidad de su amor.