Tim Burton es, sin lugar a dudas, uno de los directores más simbólicos de fines del siglo XX y principios de este que corre. Su firma característica en los films, todos y cada uno de los que dirigió y produjo, es la tendencia a lo extraño y grotesco. Entre los títulos que se encuentran en su CV podemos encontrar: «The Nightmare Before Christmass», «Edward Scissorhands» y «Big Fish» por mencionar algunos, pero una de sus películas que tiene un contenido muy rico para discutir es la última entrega de la saga de Alicia en el País de las Maravillas: «Alicia a través del espejo» (Alice Through the Looking Glass en su idioma original).

Una vez más nos encontramos con Alicia Kingsleigh, un poco más grande (porque, obviamente, el tiempo pasa). Después de pasar 3 años en una expedición por China, Alicia regresa a Londres para enterarse que su ex-novio, Hamish, asumió el mandato de la compañía de su padre y la obliga a elegir entre el barco de su padre y la casa de su familia. Antes de que Alicia pueda tomar una decisión tiene que madurar un par de cosas y ¿qué mejor que un buen viaje al País de las Maravillas para lograrlo? En «la tierra de sus sueños», Alicia, se entera que el Sombrerero Loco está agonizando y que salvar a su familia, muerta en el pasado, es la única cura para salvarlo. Para lograrlo va a conocer a la personificación del tiempo.

La película es tremendamente ilustrativa. Plantea muchos temas que nadie puede ignorar, como por ejemplo: el tiempo como algo que se nos regala, la relación con nuestros familiares y la conciencia de que no hay tiempo como el presente. Estos son los principales puntos para tener en cuenta después (o antes) de ver la película:

1. El tiempo como regalo

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Muchas veces uno está a las corridas, no tiene «tiempo que perder». Asumimos que el tiempo es algo nuestro que nosotros donamos libremente. Nos adueñamos de eso que se nos da todos los días y olvidamos que ese tiempo del que disponemos como si nosotros nos lo hubiéramos ganado es, en realidad, un regalo de Dios. «Solía creer que el tiempo era un ladrón. Que me robaba todo lo que amo. Pero… ahora entiendo que siempre das antes de quitar. Y cada día es un regalo. Cada hora, cada minuto, cada segundo», le dice Alicia al tiempo. Tremenda frase: «Solía creer que el tiempo era un ladrón». ¿Cuántas veces se nos habrá pasado por la cabeza que alguien o algo nos «robó un minuto de nuestro tiempo»? ¿O que, «el tiempo se nos fue de las manos»? Como humanos, tendemos a adueñarnos de las cosas que no son nuestras. Es bueno tomar conciencia que las cosas son un don que recibimos. Que cada vez que abrimos los ojos se nos regaló un día más en la Tierra y que no podemos encapricharnos, pues ese tiempo que se nos dio, tarde o temprano, se acaba.

«El hombre no puede ni hacer ni retener un instante de tiempo; todo el tiempo es un puro regalo» (C.S Lewis).

2. El valor del tiempo: el pasado

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«Cada cosa en su tiempo y espacio». Muchas veces escuchamos esa frase. Esta película le da una nueva definición a este famoso dicho… o lo reafirma de manera magistral. «Jovencita, no puedes cambiar el pasado, aunque te diré algo: puedes aprender algo de él». Lo que sucedió en el pasado, quedó en el pasado. No es algo que tenemos que olvidar, tan solo dejarlo donde pertenece, en su tiempo (pasado) y su espacio.

3. El valor del tiempo: el presente

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Aferrarse al pasado para intentar cambiarlo es un error. Es, de hecho, una tentación, ya que Dios nos llama a vivir en el presente. «Porque el presente es el punto en el que el tiempo coincide con la eternidad» dice Lewis y tiene razón. El pasado, como dice el Sr. Tiempo en la película, tiene una función pedagógica: tenemos que aprender de sus ejemplos y sus contraejemplos qué es lo que tenemos que hacer y qué hemos de evitar. Un error del pasado no puede evitarse, sino enmendarse. El tiempo no es determinista, no nos obliga a seguir un curso fijo, que se decide en base a nuestra acciones, sino que podemos moldear lo que pasa, podemos arreglar nuestros errores.

El presente también tiene un valor increíble. Cada uno puede ser santo y feliz hoy. No ayer ni mañana, sino hoy. Hay que tomar las oportunidades diarias que Dios nos da para lograr esa santidad diaria. «¿Qué tengo que hacer para ser santa padre?», –preguntaba Teresita de Lisieux a su guía espiritual– «Haga bien la cama hermana» le respondía el sacerdote. El presente es ese momento para hacer las cosas bien, las pequeñas cosas: lavar la cocina, tender la cama, sonreír a quien no esté de buen humor, etc.

4. El valor del perdón

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Es increíble lo subestimado que es el poder del perdón. ¡Cuántos conflictos por todo el mundo se solucionarían si cada uno de nosotros lográsemos mirar dentro nuestro y reconocer la culpa propia y arrepentirnos sinceramente ante aquel/aquella a quien dañamos! En la película, la Reina Blanca y la Reina de Corazones, son el retrato de esto. Un problema en el pasado que, como se menciona en el punto anterior, no se puede cambiar, es solucionado por un simple: «Lo lamento mucho. Si todavía no es tarde ¿puedes perdonarme?». Pedir perdón y perdonar no es, como muchas veces se define, olvidar lo sucedido. Es mucho más que eso. El olvido es tan solo una parte. Perdonar es curar esa herida que se produjo en el pasado. Perdonar es decir: «acepto tu error y aprecio que lo reconozcas, olvidemos el asunto y volvamos a la comunión fraterna». En una parte del Evangelio, Jesús dice: «Si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar, te acuerdas de que un hermano tuyo tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda». Necesitamos de la reconciliación, no solo de Dios en el sacramento de la confesión, sino también de nuestros hermanos, amigos y prójimos del día a día. Jesús es ejemplo de aquel que perdona. A Él tenemos que imitar, para poder decir en nuestra oración diaria: «perdona nuestras ofensas así como nosotros perdonamos a quienes nos ofenden».