

Después de acompañar a nuestra esposa durante la vida intrauterina de nuestros hijos, los hombres nos preparamos para protagonizar la más grande de las aventuras, la más emocionante de las empresas que podemos emprender: la de convertirnos en padres. La maternidad es un don enorme, el don de poder dar la vida es sin duda un monumental privilegio de las mujeres; pero el don de la paternidad ocupada y presente, es un don igualmente monumental para los hombres. El Padre José Kentenich, fundador del Movimiento de Schoenstatt lo dice así:
[su_quote]Sin profundas vivencias filiales naturales en relación con un padre real o espiritual, normalmente es extraordinariamente difícil adquirir la correspondiente vivencia religiosa, la vivencia sobrenatural de la paternidad, la correspondiente imagen de Dios Padre.[/su_quote]
He ahí la importancia de la paternidad presente: configuramos la Imagen de Dios para nuestros hijos, y para ello tendremos que constituirnos nosotros mismos como una imagen de Dios Padre, como dice Nuestro Señor en Mt. 5,48: «Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto» Por eso es importantísimo que veamos algunas pistas sobre esta etapa de la paternidad, de nuevo de la mano de nuestros amigos de Papá 2.0.
¡El parto! ¡cuántos miedos! ¡cuántas incertidumbres! Y generalmente nos sentimos muy inútiles, como indica la viñeta. Si bien podemos hacer el ridículo, tenemos que ser conscientes que nuestra esposa confía y se apoya en nosotros para ayudarla, sostenerla y confortarla en su duro trance. ¡Antes de ir al parto, encomendemos a nuestra esposa a su ángel de la guarda y a María Santísima!
Esta es la recompensa más grande de la paternidad: de pronto pasamos a ser el centro de la vida de nuestro hijo o hija. Es en ese momento en el que muchos hombres advierten con plenitud la maravilla del matrimonio. A partir de aquí comienza nuestra enorme tarea. Tenemos que pedir al Espíritu Santo los dones que está deseoso de darnos: Sabiduría, Entendimiento, Consejo, Fortaleza Ciencia, Piedad y Temor de Dios, ¡para ser perfectos como nuestro Padre es Perfecto!
Y volver a la rutina ¡pero una rutina que cambia y se renueva todos los días! De pronto nos hacemos responsables de otra vida y tenemos que actuar con ella como la Divina Providencia. Comenzamos a saber de cólicos, de preparar biberones a las 4 de la mañana, de tamaños de pañales… ¡Y todos esos temas nos parecen divertidísimos! Lo que sorprende y asusta a nuestros amigos solteros o que no han sido bendecidos con el don de la paternidad.
¡Y muchas veces se toman la libertad de decirlo! ¡seamos condescendientes con los pobres! ¡no saben de todas las bendiciones de la paternidad! ¡no saben que podemos pasar dos horas solamente mirando a nuestro hijo en total estado de éxtasis! (Probablemente así sea como nos mira Dios Nuestro Padre a nosotros).
Cuando los niños comienzan a crecer, muchas veces nos sorprenden algunas reacciones que no comprendemos. Esta escena, exactamente igual, nos pasó con nuestro segundo hijo, y con mi esposa reflexionábamos: «Así debe pensar Dios de nosotros cada vez que rechazamos los regalos de Su Gracia y vamos tras las envolturas de las cosas caducas». ¡Inculquemos en nuestros hijos el sabor por las cosas eternas!
Con la paternidad surgen deleites que nunca hubiésemos creído posibles. El descubrimiento de la paternidad presente es que cada día que pasamos con nuestros hijos es un gozo concreto. Comenzamos a atesorar cada historia en la que somos los protagonistas principales. Como decíamos en la entrega anterior de esta galería, seremos el primer Superhéroe de nuestro hijo varón y el primer amor de nuestra hija mujer.
¡Dios Padre nos trata del mismo modo! Permite que suframos ¡pero por nuestro bien! Muchas veces no comprendemos el sufrimiento en la vida, y nos duele mucho más el sufrimiento de nuestros hijos. He escuchado a cientos de Padres diciendo: «Me gustaría sufrir en su lugar para que él deje de sufrir». He ahí el Misterio de Amor de la Redención: ¡Dios Padre permitió que sufriera su propio hijo para que nosotros podamos recuperar su amistad!
Bueno ¡no me imagino a Dios Padre compitiendo con la Virgen María por nuestra preferencia! ¡Pero sí estoy seguro de que Dios espera nuestras oraciones como nosotros esperamos la primera palabra de nuestro hijo o hija! Desde el embarazo comencemos a rezar las oraciones infantiles, y hagámoslo todas las noches desde que los niños son recién nacidos. ¡Además, el Ángel de la Guarda vela el sueño de nuestros hijos realmente!
¡No perdamos oportunidad de jugar con nuestros hijos! Tirarnos al piso para jugar a su altura nos hace más humildes y ¡disfrutaremos de nuevo como niños! Al mismo tiempo, nuestros hijos verán en nosotros alguien en quien pueden confiar, alguien con quien quieren compartir momentos especiales. ¡Y luego les pasará lo mismo con Dios!
¿Le damos de comer a nuestros hijos? ¡Muchas veces come el piso, la ropa, los muebles… y parece que el niño no come nada! Pero cada uno de estos momentos nos parecen los momentos más dulces y divertidos de la infancia de nuestros niños. Del mismo modo, Dios derrama sobre nosotros sus bendiciones ¡aunque muchas veces nosotros las rechazamos o no las sabemos recibir como corresponde!
Energía, ¡Mucha energía! La paternidad está llena de gratificaciones, ¡Pero eso no significa que no requiera trabajo, paciencia y energía; toneladas y toneladas de energía! Los papás rejuvenecemos con cada nacimiento de nuestros hijos. Y, sabiendo que debemos ser la Imagen de Dios Padre para nuestros hijos, tenemos que poner toda nuestra energía en ser buenos hijos de Dios. Como dice San Agustín, tenemos que hacer lo que podemos, y pedir por lo que no podemos, sabiendo que no somos omnipotentes, y que nosotros seguimos siendo hijos de un Dios amoroso que tiene contados nuestros cabellos y se ocupa de cada día de nuestras vidas.
La paternidad es un trabajo de toda la vida. Hace pocos meses falleció mi padre. Para morirse esperó a que estuviéramos sus doce hijos alrededor de su lecho de muerte. Cuando estuvo seguro de que estábamos los doce junto a él, que estábamos unidos y que estábamos bien y rezando por él, entonces sí, pudo dar por concluida su labor en esta tierra e ir a disfrutar de los gozos que Dios Padre le tenía preparados desde toda la eternidad.
¡Pidamos a Dios Padre que nos permita ser un buen ejemplo para nuestros hijos! ¡Pidamos al Espíritu Santo que derrame sus dones para permitirnos cumplir cabalmente lo que Dios espera de nosotros! ¡Pidamos a la Sagrada Familia que bendiga abundantemente a nuestra familia, para que nuestros hijos puedan crecer «en sabiduría, en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres» (Lc. 2, 52).
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