

Presentamos a continuación un poema de Charles Bukowski (1920-1994). Si bien es siempre fundamental, en el análisis de cualquier poema, diferenciar al poeta y al hablante, es decir, al artista real que realizó la obra literaria y al yo poético que da la voz en el mundo interno del poema, en esta obra de Bukowski el lector que conozca su vida podría realizar una fundamentada suposición: Bukowski está hablando verdaderamente de él. Este poeta tuvo una vida agitada y públicamente desarreglada. Se le solía encontrar alcoholizado y empleaba siempre un lenguaje grotesco. Maltrataba a sus parejas y tenía una vida nocturna que lo llevaba a realizar acciones escandalosas como caminar desnudo por la calle e insultar a los viandantes. La mayoría de sus poemas tratan de la vida bohemia y nocturna y presentan un tono grotesco y agresivo. Fue uno de los principales representantes del estilo literario llamado «realismo sucio» y su obra está enmarcada en el decadentismo americano y el nihilismo. Sin embargo, el poema que presentamos es diferente, muestra una luz particular y tiene muchas características que nos pueden hacer reflexionar sobre nuestra vida interior.
Como podemos ver, el poema es sumamente claro y sencillo, pero en su simpleza acarrea gran profundidad y dramatismo. Todos los versos giran en torno al primero, que se repite en varios momentos para acentuar su centralidad: «Hay un pájaro azul en mi corazón que quiere salir». Si bien nunca se explica a qué se hace referencia con la imagen del pájaro azul, se puede pretender hacer un esbozo de él a partir de sus referencias, es decir, desde cómo actúan los demás elementos en relación a él.
El hablante percibe la presencia de un pájaro azul que canta en su corazón y quiere salir, pero él teme que eso ocurra porque peligrarían su vida social y su rol en el mundo. El pájaro es oculto y secreto. Nadie sabe de él porque su cautiverio está perfectamente controlado. Sin embargo, por la noche, cuando no hay amenazas de que sea descubierto por nadie, la relación con él cambia. Se le permite salir un rato, como imagen de un momento de libertad, autenticidad y desahogo, pero se lo guarda nuevamente y duerme junto a su dueño, que escucha su canto conmovedor en un momento ritual de aquel tierno pacto secreto.
¿Qué es ese pájaro azul? La imagen detona un mundo de asociaciones: la libertad, por el vuelo; la bondad, por la dulzura; el amor, por la ternura; la dulzura, por el canto; la paz, por el azul. Se podría interpretar que Bukowski encarcelaba a su hombre bueno y le impedía que arruine la seguridad que le daba el disfraz de hombre rudo y malo. ¿Qué podemos reflexionar a partir del poema? Muchas veces también tenemos miedo de ser buenos. Escuchamos en nuestra conciencia el canto de nuestro corazón que nos pide dar lo mejor de nosotros, pero realidades como el temor a la vulnerabilidad, el peso del compromiso que exige el testimonio y otras dificultades nos impiden ser libres. Desde un plano simbólico se puede establecer una relación sugerente con nuestra vida espiritual. Como cristianos participamos de la vida divina por el Espíritu Santo que ha sido derramado sobre nosotros y que habita en nuestros corazones. Y este Espíritu de amor ha sido representado en la tradición como una paloma blanca, otro tipo de ave. Podríamos imaginar entonces, en la línea de la interpretación simbólica, que las mociones espirituales y los dones que recibimos del Espíritu Santo son esos deseos que tiene Dios de manifestar su amor en el mundo a través de nosotros. El amor quiere salir y hacerse vida, pero muchas veces tenemos miedo de vivirlo y guardamos un pacto secreto con el bien que nos mantiene seguros de tener buenos deseos, pero no terminamos de hacerlos realidad y nos quedamos finalmente aprisionados y enjaulados como el pájaro azul. Que este poema nos impulse a rebelarnos contra cualquier razón que nos impida ser libres para amar porque todos anhelamos volar y para eso nos ha liberado el Señor Jesús.
“…el ser humano puede experimentar la auténtica felicidad únicamente en la propia interioridad. Dios sigue siendo por tanto el bien supremo al que tiende cada ser humano, aun sin saberlo» (S.S. Benedicto XVI – Audiencia general, 12 de marzo de 2008)
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