En la historia de la Iglesia, el clero regular, es decir, las comunidades que deciden vivir dándose una determinada regla que rige sus prácticas religiosas han sido algo así como el pulmón del cuerpo eclesiástico.

La Iglesia, aunque santa, ha tenido necesidad de corrección en todas las épocas. La subordinación a los poderes temporales, la mundanización de algunos de sus miembros o el estancamiento de la piedad han sido algunos de los problemas que la nave de Pedro ha traslucido en el período medieval.

Es en estos desafíos donde las órdenes religiosas han contribuido a revivificar a la Iglesia, a rejuvenecerla en cada época, a reactivar la espiritualidad, a desempolvar la fe y reencauzarla al encuentro de su esposo: Jesucristo.

1. Orden de san Benito

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Los benedictinos recibieron su nombre en honor a san Benito, su fundador, nacido en Nursia en 480. Su regla proponía una vida centrada en tres virtudes principales: taciturnidad, humildad y obediencia. La orden se caracterizaba por una estricta observancia del Oficio Divino, con una división del día en siete momentos para la alabanza a Dios. Además, alternaba el tiempo entre trabajo manual -y de allí la célebre frase «ora et labora»- y la Lectio Divina o meditación de las Sagradas Escrituras; y fue conocida -y aún lo es- por la hospitalidad con que reciben a los huéspedes.

Gracias a la nueva regla de san Benito los siglos que median entre su muerte en 547 y el siglo XII fueron llamados los «siglos benedictinos». Su orden contribuyó tanto a nivel continental como insular en diversos campos: espiritual, litúrgico, artístico, intelectual, administrativo y económico.

2. Orden de Cluny

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Fue fundada en 910 por Guillermo El Piadoso, duque de Aquitania y conde de Maçon. En aquella ocasión donó su dominio de Cluny -de allí el nombre de la orden- para que se estableciera un monasterio benedictino y se defendiera el patrimonio monástico contra las intervenciones de los laicos que frecuentemente se lo apropiaban. Su regla era la benedictina pero según las prescripciones hechas por Benito de Aniane e impregnada de las ideas de los grandes abades que precedieron la orden. Replicaron la división de actividades diarias estipuladas por san Benito, pero el oficio litúrgico y la oración ocupó gran parte de la vida monástica. Todos los monjes eran sacerdotes, vestían un hábito negro –por lo que recibieron el nombre «monjes negros»– y en su alimentación se abstuvieron de carne hasta el siglo XIV.

La espiritualidad cluniacense se caracterizó por el recogimiento que se realizaba en el Oficio Divino, la oración y el silencio. Los cluniacenses hicieron del oficio coral una especie de oración perpetua. El segundo elemento fue la acción caritativa, que abrió el monasterio al mundo, con una escuela donde se recibía a alumnos no destinados a la profesión monacal.

La piedad de Cluny produjo un renacimiento litúrgico que contribuyó al desarrollo del arte románico. De igual forma, la búsqueda de independencia del poder civil traspasó los confines del monacato, convirtiéndose en la precursora de la reforma del clero e influyendo en la futura emancipación de la Iglesia frente a las intervenciones del emperador del Sacro Imperio Romano Germánico.

3. Orden de los Cartujos

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La cualidad especial de esta regla establecida por san Bruno en 1084 fue la forma en que sintetizó el anhelo de una vida eremítica y la estabilidad monástica. El monje cartujo era un contemplativo que vivía en soledad, oraba, leía, reflexionaba, copiaba manuscritos y se entregaba a tareas manuales. Su vida espiritual se sostenía en la ruptura con la sociedad y la renuncia del mundo, buscando el silencio, la introspección y la oración.

Era asistido por otro tipo de religiosos laicos llamados conversos que vivían en común y tenían como función realizar los trabajos necesarios para la subsistencia de toda la comunidad. La regla de san Bruno fue muy importante en la renovación del eremitismo de los siglos XI y XII.

4. Orden del Císter

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Fue fundada por Roberto de Molesme en 1098, quien instaló un monasterio en Citeaux. Aunque los principales lineamientos de la orden fueron establecidos por Estaban Harding. Los cistercienses desarrollaron una vida monástica centrada en la regla de San Benito pero ponían un énfasis especial en la vida en común, de lo que se derivaban sus actividades diarias. El monje, que vestía un hábito blanco, convivía con hermanos conversos que se encargaban de las necesidades materiales.

En lo espiritual se buscó una piedad austera que se reflejó en la liturgia y se proyectó a las iglesias. La huida del mundo, la voluntad de una pobreza extrema, el trabajo rural, el silencio y la penitencia; formaron parte de su propuesta de vida cristiana.

La Orden del Císter renovó el ardor monástico y sus aspiraciones espirituales buscaron una restauración completa del cenobitismo. El monasterio cisterciense fue una escuela de espiritualidad práctica en común. Su éxito se refleja en la existencia de 700 abadías hacia el final del siglo XIII.

5. Orden de los frailes predicadores

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Se los conoce popularmente como dominicos por su creador, santo Domingo de Guzmán quien estableció la regla en 1215. La originalidad de la orden fue la mezcla de oración y predicación, de acción y contemplación. Dentro del convento, el dominico enseñaba, meditaba y perfeccionaba sus conocimientos mediante una importante formación intelectual; en el exterior, predicaba en la ciudad y seguía los cursos en la universidad.

En sus actividades diarias se encontraba la recitación del Oficio Divino, la oración y el estudio. Los frailes no podían poseer nada, vivían de la limosna y las donaciones. Sus votos eran obediencia, pobreza y castidad. El camino espiritual propuesto por santo Domingo se basaba en la penitencia, mediante la renuncia de los placeres y el despojo de bienes materiales; el régimen cenobítico, que estipulaba la asistencia mutua y la oración comunitaria; y la acción y el servicio a través de la predicación, la dirección espiritual y la enseñanza.

6. Orden de los frailes menores

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La orden fundada por san Francisco de Asís y aprobada por la Iglesia en 1209 es la más conocida del Medioevo. Sus miembros se dividen entre laicos y clérigos. La actividad cotidiana gira en torno al Convento y el exterior. En el interior se recita el Oficio Divino, si es clérigo, o se dicen oraciones en cada hora litúrgica si es laico. En el exterior se desarrolla la acción predicadora y caritativa, predominantemente en la atención de los enfermos.

El monje franciscano, al igual que el dominico, pronuncia votos de pobreza, castidad y obediencia. No tiene posesiones, trabaja para ganar el alimento o mendiga.

La espiritualidad franciscana se basa en la humildad, es decir, en la voluntad de someterse a las autoridades establecidas, sin pretender jugar un papel deliberado, sin aportar ni lucha ni discordia. La pobreza es el núcleo de la práctica de San Francisco, y pretende dominar la realidad humana y participar por entero en el amor divino. El resultado es la mística del amor y la alegría que brotan de la pobreza y la renuncia, y del gozo de contemplar la belleza de la creación como expresión de la belleza de Dios.

El nacimiento de las dos primeras órdenes mendicantes estuvo incentivada por las necesidades de la Iglesia de su momento: la herejía y la necesidad de atender las poblaciones urbanas. Emprendieron la evangelización de las poblaciones no cristianas en las regiones del Oriente islámico, el Magreb, Europa oriental y territorios mongoles. Por otro lado, renovaron el sentido de la confesión, que dejó de ser un medio de obtener la absolución de los pecados y se convirtió en un método de perfeccionamiento espiritual. Finalmente, desarrollaron una importante labor educativa en centros universitarios aportando grandes profesores, sabios doctores e importantes letrados.

Como complemento al post te dejamos una infografía con lemas que nos inspiraron estas órdenes religiosas:

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Si quieres profundizar en estos temas puedes consultar las siguientes obras:

José Sánchez Herrero. “Historia de la Iglesia”. Tomo II: Edad Media.

Joseph Lortz. “Historia de la Iglesia”. Tomo I.