Como siempre, inicié este año sin idea de qué propósitos hacer. La verdad es que nunca he hecho una lista, siempre escucho «Otra vez no lo cumplí», y me da la sensación de que o no nos conocemos bien o nos proponemos cosas poco relevantes, cosas que al final no caben en nuestra vida real.

1. Hay un propósito que no falla

Cuando veía terminar el año pasado me daba cuenta que me sentía como separada de Dios. Como si entre mis contactos para organizar las fiestas, los intercambios, las cenas y los regalos… el contacto que dice «Dios», se hubiera quedado hasta abajo.

Si hay algo que este año quise proponerme fue: orar. ¿No es una pérdida de tiempo orar? «A ver, dime qué haces en tu día que no te da tiempo de orar» —me dijo mi acompañante espiritual—. «Bueno, creo que me da pena orar mientras todos trabajan o resuelven cosas importantes» —le respondí—.

«¿Pero no es eso la vida de fe? ¿Ser ridículos frente a las formas de resolver del mundo? ¿No se resuelve mejor todo cuando oramos?». Que no despreciemos el tiempo de orar, ese diálogo con quien conoce todo a la perfección, nos ama, nos escucha, nos consuela y nos aconseja mejor que nadie.

2. Orar ordena nuestras prioridades

Un día llegué a casa, me quité los zapatos y me acosté. Sentí muchas ganas de contarle a Dios lo que me pasaba y discutir con Él hacia dónde quería dirigir mis proyectos. Pero por otro lado mi cabeza me decía «Oye, ya estás muy gorda…¿qué vas a hacer?».

A veces dentro de nuestro espíritu batallan dos voces: la que nos quiere llevar hacia lo profundo, a escuchar nuestros sueños, a responder a las verdaderas preguntas de nuestro corazón …y la que nos enseña modos de gustar más a los demás si cambiáramos de ropa, de amigos, de chistes, de peso, llevándonos a lo superficial.

No están peleados el éxito, la salud y la belleza, con ser buenos hijos de Dios. Pero si es lo único que buscamos, le van quitando de a pocos su lugar a Dios…perderemos más de lo que ganamos. Si deseas encontrar nuevas y mejores formas de orar, te recomiendo el curso online: «Crecer en la vida de oración». ¡Es buenísimo!

3. Orar nos da luz en lo que nosotros solo vemos oscuridad

Puede ser una relación, un proyecto, un sueño o una herida lo que nos quita el sueño. Le damos vueltas queriendo encontrar cómo calmar el ansia de resolverlo o el dolor de que va mal. En la oración Dios nos ayuda a mirar lo que sucede con menos ansia y más claridad. Es justo eso lo que pasa cuando nos entregamos a Él con confianza.

Nos da una mano para no ahogarnos en lo que nos parece un mar de problemas, a vivirlo sin amargura y con más esperanza y paciencia. Los propósitos pueden ser buenos pero si intentamos alcanzar lo que sea que queramos por nuestras fuerzas, en pocos días estaremos exhaustos o decepcionados de nosotros mismos y de los demás.

4. «Busca primero el Reino de Dios y por añadidura lo demás se te dará»

¿Te suena? Orar para dejar de controlar y que Él sea el que controle. Queremos cambiar algo de nosotros o algo de los demás, de nuestra vida, de nuestro camino. Queremos cambiar de carrera, de pareja, de comunidad… Y lo más difícil: queremos cambiarnos y no encontramos cómo, intentamos todo por mucho o poco tiempo y no vemos resultados. ¡Pues a orar!

¿Qué medidas tomar? Dejarnos guiar por Él. Que Él haga y deshaga, ponga o quite, pare o avance. Porque ¿Quién por preocuparse aumenta un día a su vida? Porque planes tendremos muchos, metas y objetivos…pero pidámosle la gracia de poder cumplir lo que queremos, antes de culparnos por no lograrlo.

Hay que dejarle a Él tomar el ritmo, dejar que vaya transformando a su tiempo y a su modo. Él irá poniendo los medios para que sea como tiene que ser. Si quieres llevar una carga más liviana, ¡ora! Como reza el santo: «En fin: dame tu amor y tu gracia, que con esto me basta».