

El Espíritu Santo derrama sus dones por todas partes. Por ende, siendo el Pueblo de Dios, hemos sido llamados a alcanzar un firme y perfecto propósito en nuestras vidas: la santidad. Pero, ¿cómo podemos estar dentro de estos nuevos santos? El Papa Francisco, en la encíclica Gaudete et Exultate, nos propone tres cosas muy importantes.
La primera, vivir teniendo a Cristo como máximo ejemplo, buscando, aún en nuestras imperfecciones y caídas, agradar al Señor. La segunda, por supuesto, tomarnos de la Mano de María, nuestra Madre protectora, y rogarle que, a ejemplo suyo, podamos alcanzar esta gran meta. Y, la tercera, dejarnos rodear, guiar y conducir por los llamados “amigos de Dios”, los santos. Ellos están en la presencia de Dios y aún mantienen con nosotros lazos de amor y comunión para ayudarnos a llegar también.
Y no necesariamente tenemos que pensar en aquellos ya beatificados o canonizados, consideremos también a “los santos de al lado”. La Voluntad de Dios es santificar y salvar a los hombres,… ¡a todos! Por esto, la santidad se puede encontrar en cualquier rincón de Su Pueblo.
Reflexiona ahora sobre los padres que crían con tanto amor a sus hijos, en los enfermos que entregan sus vidas a Dios, en las religiosas que siguen sirviendo al pobre a pesar de sus propias carencias… Esta es la santidad de la puerta de al lado, dice el mismo Papa Francisco; representa a aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios.
Es por esto que, con motivo de la reciente beatificación de Carlo Acutis, un joven laico con profunda devoción por la Eucaristía y por la Virgen María, conviene conocer a algunos otros jóvenes que, aun en su corta vida, han logrado dejarnos un ejemplo de profunda fe, por lo que muchos creyentes esperan con ansias su beatificación.
Te compartimos un poco más sobre sus vidas:
Montse Grases
Podría decirse que Montse vivió como cualquier otra chica de su edad, pero con una marcada diferencia: ella estaba llena de Dios. Encontró a Jesús en la normalidad de lo cotidiano y entregó su vida para servirlo. Nació en 1941, en España, le gustaban los deportes, la música y la danza; incluso llegó a actuar en algunas obras de teatro. Sus allegados la describían como una mujer espontánea que luchaba por dominarse y ser amable y generosa con todos.
Desde pequeña, sus padres le enseñaron a orar por los demás, por lo que, con el tiempo, esto se convirtió en un signo en su vida: se olvidó de sí misma para entregarse al servicio de otros.
En la adolescencia se acercó al Opus Dei por invitación de su madre y ahí tuvo una importante formación cristiana. Al pasar el tiempo, decidió unirse por completo a esta institución y puso en primer plano la contemplación de la vida de Jesús, la piedad Eucarística y la devoción a la Virgen.
A los 16 años fue diagnosticada con cáncer de fémur, a lo que ella reaccionó con una gran paz, esperando la Voluntad de Dios, según relataron sus allegados. Murió un Jueves Santo, poco antes de cumplir 18 años.
«Pienso que si soy fiel a lo que Dios me pide cada día, Él me dará su gracia. Estoy dispuesta a todo porque vale la pena». Estas palabras resumen su vida, una joven fielmente enamorada de Dios.
En el 2016 el Papa Francisco aprobó el decreto de la Congregación de las Causas de los Santos por el que se declara que Montse ha vivido las virtudes en grado heroico y se reconoce su fama de santidad.
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Gianluca Firetti
Nació en 1994 y fue un joven italiano con una vida de profunda fe, inspiradora armonía y clara caridad. Se desempeñaba como perito agrario y futbolista, cuando a los 18 años los médicos le descubrieron un tumor en la rodilla.
Desde el momento en que supo la gravedad de su padecimiento, Gian se preocupó por rodearse de gente que lo ayudara a hacer del resto de su vida una preparación para una muerte en santidad. Fue así que, de la mano de un sacerdote que lo acompañó en todo el proceso, escribió un libro donde cuenta cómo sus luchas y su grata amistad con Dios lo convirtieron en un gigante. Contagió a todos los que lo conocieron de “su enfermedad más grande” (como él lo llamaba): el amor.
Aprendió, de la mano de la fe, a mirar la muerte con la esperanza de una eternidad a lado de Dios y entregó su vida para lograrlo; él abrió su corazón a Dios. Murió feliz y agradecido porque la muerte no lo tomó por sorpresa.
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Chiara Corbella Petrillo
Chiara nació en Roma en 1984 y creció en una familia que le inculcó la fe católica desde muy niña. Gracias a su madre María Anselma, desde los 5 años Chiara fue parte de una comunidad de la Renovación Carismática. En esta, aprendió a hablar con Jesús como a un amigo y lo amó profundamente.
Se casó en 2008 y tuvo una pequeña que falleció al poco tiempo de nacida por anencefalia. Unos meses después de este suceso, Chiara resultó embarazada de nuevo. Pero, al pequeño en el vientre se le diagnóstico una grave malformación visceral en la pelvis por lo que también murió poco tiempo después de nacer.
«El Señor ha querido darnos unos hijos especiales, pero nos ha pedido acompañarlos solo hasta sus nacimientos, nos ha permitido abrazarlos, bautizarlos y ponerlos en las manos del Padre con una serenidad y gozo sorprendente», dejó escrito.
Quedó embaraza por tercera ocasión y, una semana después de haberse dado cuenta, Chiara nota una lesión sobre su lengua que resultó ser un tumor.
Es así que enfrenta, durante el embarazo, una intervención para tratar el cáncer de su lengua. Pero decide posponer las curas para no hacer daño a su hijo en gestación.
«Para la mayoría de los médicos – escribe Chiara – Francesco (su hijo) era sólo un feto de siete meses. Y la que tenía que ser salvada era yo. Pero yo no tenía ninguna intención de poner en riesgo la vida de Francesco en base a unas estadísticas nada seguras …»
Cuando nace Francesco ella continúa con su tratamiento pero el tumor ya se había extendido, afectando los nodos linfáticos, el pulmón, el hígado y su ojo derecho.
En las semana siguientes, Chiara se preparó para el encuentro con Su amado Esposo, sostenida por los Sacramentos y una fuerte fidelidad a Dios.
Murió el 13 de junio de 2012, después de haberles dicho “Te quiero” a todos y cada uno de sus parientes y amigos.
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Alberto Marvelli
Nació en Italia en 1918, como parte de una familia cristiana en la que continuamente practicaban actividades caritativas, catequistas y sociales. Participó en el Oratorio Salesiano y en la Acción Católica, donde maduró su fe y reafirmó su propósito: «Mi programa de vida se resume en una palabra: santidad».
Alberto rezaba con recogimiento, enseñaba la catequesis con convicción y demostró un celo apostólico ejemplar. Poseía un carácter fuerte, decidido, voluntarioso y generoso, además de un gran sentido por la justicia y la moral. Además, le encantaba practicar tenis, fútbol y natación.
Cuando terminó sus estudios universitarios en ingeniería mecánica, entró al ejército. Pero, poco después, decidió dejarlo tras condenar la guerra italiana con lucidez y firmeza. Entonces, Alberto volvió a su casa y descubrió su misión: transformarse en obrero de la caridad.
Después de cada bombardeo, Alberto era el primero en ayudar a los heridos y asistir a los moribundos. Además, distribuía cuanto tenía a los más necesitados. Incluso cuenta la historia que en ocasiones llegaba a su casa sin zapatos, porque se los había regalado a alguien de mayor necesidad.
Al pasar el tiempo, fundó una universidad popular, abrió un comedor para pobres y los invitaba a misa para rezar con ellos. Se dice que su actividad a favor de todos no conocía descanso; la Eucaristía era su fuerza.
En 1946, mientras se dirigía a un mitin electoral, uno de los candidatos lo atropella y le provoca la muerte. Tenía sólo 28 años.
También se cuenta que toda Italia lloró su muerte. Hoy, se le reconoce por resaltar el compromiso apostólico de los laicos en la transformación cristiana de la sociedad.
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¡Tú puedes ser el próximo santo!
¿Notaste algo en común? Claro, una fiel entrega a Cristo, pero, otra cosa… ¡todos eran laicos! Todos serán, con el favor de Dios, santos “de la puerta de al lado”. ¡Qué maravilloso ejemplo nos han dejado! Así que, hermano y hermana, no dudes ni por un segundo que has sido llamado a la santidad (como llamó a Chiara o a Alberto) y que Dios te espera en Su Gloria con los brazos abierto. Cada uno por su camino y a su modo, pero fieles en la misma meta. La santidad está en las ocupaciones ordinarias, volviéndolas extraordinarias.
Hermano, hermana, deja que la gracia de tu Bautismo de frutos en tu camino y opta por Dios, a cada instante. Él lo es todo y, siéndolo todo, te ama y te espera en Su Morada.
Oro por ti.
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