

Hace unos días, tras la muerte del Papa Benedicto XVI, estuve con un amigo que me preguntó si se podía hacer una novena a una persona que aún no ha sido declarada santa. Eso me llevó a hacerme muchas preguntas. Principalmente, me acordé de las promesas de la Virgen a las personas que llevan el escapulario y se han consagrado a su Inmaculado Corazón.
También me hizo pensar en las indulgencias plenarias y las promesas de Dios para quienes las piden por ellos mismos y por las almas de sus familiares. También pensé en el Sacramento de la Penitencia y en el de la Unción de los enfermos.
Promesas desde el Cielo
Recuerda la promesa que le hizo la Virgen al Papa Juan XXIII. Ella se le apareció y le prometió que sacaría del purgatorio -el sábado después de la muerte- a aquel que muriera con el escapulario. Sus palabras fueron estas: «Yo, Madre de misericordia, libraré del purgatorio y llevaré al cielo, el sábado después de la muerte, a cuantos mueran vistiendo mi escapulario».
Es verdad que no podemos decir con certeza que Benedicto XVI ya está en el Cielo. Tampoco podemos decir que ya sea santo… aunque algunos lo piensen. La verdad es que el único que conoce a perfección el corazón del Papa emérito Benedicto es Dios.
Nosotros, por ahora, podemos seguir pidiendo a Dios por su eterno descanso. Y rezar para que, si es su Voluntad, los milagros que solo Dios hace y confirman la llegada al Cielo de los Santos se den. Para poder afirmar con certeza que Benedicto XVI ha llegado a la presencia de Dios y puede, con la unión de todos los santos, interceder por la Iglesia y nosotros.
La propuesta que te hago para estos nueve días son pequeñas lecturas de cada una de las tres encíclicas de Benedicto XVI seguidas de una reflexión. Tú puedes añadir las oraciones que quieras (Padrenuestro, Ave María y Gloria). Lo que es importante es meditar las palabras de las encíclicas, que son sencillas y a la vez muy profundas.
Día 1. Dios es Amor
La primera encíclica del Papa se llama de esta manera. En ella Benedicto XVI nos recuerda las palabras del Evangelio de san Juan. Dios es amor y podemos encontrarnos con el amor de Dios en todo lo que nos rodea.
«Hemos creído en el amor de Dios: así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva» (Deus Caritas est, 1).
Pensemos en esto por un minuto. Nosotros, los cristianos, seguimos a una Persona. Una Persona con la que deseamos tener una relación de amor, porque Él mismo se ha dado a conocer.
Caigamos en cuenta de que no seguimos una doctrina o unas leyes; seguimos al Dios vivo. Al que se ha hecho hombre por nosotros y Aquel que nos quiere enamorar. Quien quiere tener una relación con nosotros.
Día 2. Jesucristo es el amor de Dios encarnado
Un gran amor de Benedicto XVI era Jesús de Nazaret. Por eso escribió una preciosa obra de la vida de Jesús que vale la pena que leas. Pero, además de ser un personaje histórico, Jesús permanece con nosotros. Cumple su promesa en la Eucaristía.
«La Eucaristía nos adentra en el acto oblativo de Jesús. No recibimos solamente de modo pasivo el Logos encarnado, sino que nos implicamos en la dinámica de su entrega. La imagen de las nupcias entre Dios e Israel se hace realidad de un modo antes inconcebible: lo que antes era estar frente a Dios, se transforma ahora en unión por la participación en la entrega de Jesús, en su cuerpo y su sangre. La ”mística” del Sacramento, que se basa en el abajamiento de Dios hacia nosotros, tiene otra dimensión de gran alcance y que lleva mucho más alto de lo que cualquier elevación mística del hombre podría alcanzar» (Deus Caritas est, 13).
Hoy tomémonos el tiempo de agradecer a Dios por tan alto don. Él mismo se da, se entrega a nosotros para alimentarnos con su cuerpo y darnos una vida nueva.
Benedicto XVI vivió unido a Jesús en esa mística sacramental en la que dos se hacen uno en el Amor, en la Caridad.
Día 3. Amor, regalo y tarea
El amor que Dios es y se nos ha dado en Jesús, por medio del bautismo —en el que morimos a la vida del pecado y nacemos a la vida de la gracia— tiende a salir, a crecer y a darse a los que nos rodean.
«”Nos apremia el amor de Cristo”. La conciencia de que, en Él, Dios mismo se ha entregado por nosotros hasta la muerte, tiene que llevarnos a vivir no ya para nosotros mismos, sino para Él y, con Él, para los demás. Quien ama a Cristo ama a la Iglesia y quiere que esta sea cada vez más expresión e instrumento del amor que proviene de Él» (Deus Caritas est, 33).
Hoy dejemos a Dios entrar hasta lo más profundo de nuestro corazón. Pidámosle que nos ayude a ver cómo y a quién podemos servir y amar.
Reconozcamos que nuestra vida no es solo para nosotros, sino que es un regalo que se nos da para entregar. Pidamos a Dios que tenga en cuenta la entrega generosa de Benedicto XVI de toda su vida al servicio de Él y de Su Iglesia.
Día 4. La esperanza se nos ha sido dada en Cristo
Benedicto XVI nos recuerda que la verdadera esperanza nos la ha comunicado Dios encarnado. Jesús nos ha abierto las puertas del Cielo. Nos ha dado la posibilidad de reencontrarnos con Él para siempre en el Cielo, de llegar a nuestra verdadera patria, de la que fuimos expulsados por el pecado y adonde volveremos por la gracia.
«El Evangelio no es solamente una comunicación de cosas que se pueden saber, sino una comunicación que comporta hechos y cambia la vida. La puerta oscura del tiempo, del futuro, ha sido abierta de par en par. Quien tiene esperanza vive de otra manera; se le ha dado una vida nueva» (Spe Salvi, 2).
Pidamos a Dios que lo podamos ver, que derrame el don de la esperanza en nuestros corazones. Para que, creyendo en su Palabra, esperemos ese reencuentro que Él mismo nos ha prometido y dado en Cristo.
Día 5. La fe es la sustancia de la esperanza (Spe Salvi 10)
La fe es la que hace posible la esperanza. Si creemos en las promesas de Dios, en su Palabra, esperamos con confianza que lleguen a plenitud.
Él nos ha prometido permanecer en medio de nosotros y nos ha prometido la vida eterna junto a Él en el Cielo. Si creemos que Él no puede mentirse ni mentirnos porque es la mismísima Verdad, ¿cómo vamos a desconfiar de que Él vendrá con gloria a juzgar a vivos y a muertos para llevarnos a la gloria definitiva?
«Sería el momento del sumergirse en el océano del amor infinito, en el cual el tiempo –el antes y el después– ya no existe. Podemos únicamente tratar de pensar que este momento es la vida en sentido pleno, sumergirse siempre de nuevo en la inmensidad del ser, a la vez que estamos desbordados simplemente por la alegría. En el Evangelio de Juan, Jesús lo expresa así: “Volveré a veros y se alegrará vuestro corazón y nadie os quitará vuestra alegría” (16,22). Tenemos que pensar en esta línea si queremos entender el objetivo de la esperanza cristiana, qué es lo que esperamos de la fe, de nuestro ser con Cristo» (Spe Salvi, 12).
Hoy pidamos a Dios que Benedicto XVI tenga alegre su corazón por haber encontrado a quien que tanto esperó en vida.
Día 6. No nos salvamos solos
La fe es un don que se vive con los demás. Somos seres en relación y en esas relaciones crecemos para ser quienes hemos sido llamados a ser —santos como Él y el Padre son Santos—. El amor es relación y es el Amor quien nos salva.
No es la ciencia la que redime al hombre. El hombre es redimido por el amor. Eso es válido incluso en el ámbito puramente intramundano. Cuando uno experimenta un gran amor en su vida, se trata de un momento de “redención” que da un nuevo sentido a su existencia. Pero muy pronto se da cuenta también de que el amor que se le ha dado, por sí solo, no soluciona el problema de su vida. Es un amor frágil. Puede ser destruido por la muerte. El ser humano necesita un amor incondicionado. Necesita esa certeza que le hace decir: “Ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Rm 8,38-39)» (Spe Salvi, 26).
Pidamos a Dios que abra nuestro corazón para que amemos con el amor que Él mismo nos da, para que el mundo sea transformado por el fuego purificador que todo lo transforma.
Día 7. Amar a alguien es querer su bien
Pensemos en esto un momento. Amar a alguien no es ser su fan, no es ser cómplice. Amar a alguien de verdad es querer su bien y ¿cuál es el máximo bien que podemos desear para aquellos que amamos?
Que se encuentren con el Amor personificado, con Dios mismo, que los ama mucho más de lo que nosotros mismos podemos amarlos.
«El hombre ha sido creado para una gran realidad, para Dios mismo, para ser colmado por Él. Pero su corazón es demasiado pequeño para la gran realidad que se le entrega. Tiene que ser ensanchado. “Dios, retardando [su don], ensancha el deseo; con el deseo, ensancha el alma y, ensanchándola, la hace capaz [de su don]”. Agustín se refiere a san Pablo, el cual dice de sí mismo que vive lanzado hacia lo que está por delante (cf. Flp 3,13). Después usa una imagen muy bella para describir este proceso de ensanchamiento y preparación del corazón humano. “Imagínate que Dios quiere llenarte de miel [símbolo de la ternura y la bondad de Dios]; si estás lleno de vinagre, ¿dónde pondrás la miel?” El vaso, es decir el corazón, tiene que ser antes ensanchado y luego purificado: liberado del vinagre y de su sabor» (Spe Salvi, 33).
Pensemos hoy en qué es lo que tiene nuestro corazón: ¿vinagre o miel? Pidamos a Dios que nos dé un corazón nuevo, un corazón como el suyo para que palpitemos al unísono.
Día 8. Verdad y caridad, un mismo Dios
Jesucristo se ha revelado como «Verdad, Camino y Vida» y nos ha dicho que Dios es Amor. Dios es Verdad y es Amor, ¿qué significa esto para nosotros?
«Solo en la verdad resplandece la caridad y puede ser vivida auténticamente. La verdad es luz que da sentido y valor a la caridad. (…) Sin verdad, la caridad cae en mero sentimentalismo. El amor se convierte en un envoltorio vacío que se rellena arbitrariamente. Este es el riesgo fatal del amor en una cultura sin verdad. Es presa fácil de las emociones y las opiniones contingentes de los sujetos, una palabra de la que se abusa y que se distorsiona, terminando por significar lo contrario. La verdad libera a la caridad de la estrechez de una emotividad que la priva de contenidos relacionales y sociales, así como de un fideísmo que mutila su horizonte humano y universal» (Caritas in veritate, 3).
Pidamos a Dios que nos dé el deseo de buscar la Verdad con la razón y un corazón inmerso en la caridad de Dios para que, unidas la verdad y el amor, seamos capaces de comunicar a Dios a todos los que nos rodean.
Día 9. Oración, unión con Dios y confianza en su Palabra
Para ser felices, llegar al Cielo y contemplar a Dios, debemos querer verlo, conocerlo, desear que se haga presente en nuestras vidas, aquí y ahora. Si amamos a Dios con todo nuestro corazón cambiará nuestra vida ahora.
Amarlo significa tener una relación con Él. Esa es la relación que cambiará el mundo.
«El desarrollo necesita cristianos con los brazos levantados hacia Dios en oración, cristianos conscientes de que el amor lleno de verdad, caritas in veritate, del que procede el auténtico desarrollo, no es el resultado de nuestro esfuerzo sino un don. Por ello, también en los momentos más difíciles y complejos, además de actuar con sensatez, hemos de volvernos ante todo a su amor. El desarrollo conlleva atención a la vida espiritual, tener en cuenta seriamente la experiencia de fe en Dios, de fraternidad espiritual en Cristo, de confianza en la Providencia y en la Misericordia divina, de amor y perdón, de renuncia a uno mismo, de acogida del prójimo, de justicia y de paz» (Caritas in veritate, 79).
Confía, confía en que Dios te está escuchando. Él sabe mejor que nosotros lo que necesitamos. Es un Padre bueno, escucha nuestras oraciones y nos da según Su voluntad, que es perfecta y que desea, más que cualquier cosa, que lleguemos al Cielo y que vivamos la fiesta eterna.
En la que nos encontraremos todos los que hemos abierto la puerta y le hemos dejado entrar a la cena de nuestros deseos y pasiones. Si lo hemos dejado ser el invitado principal de cada una de nuestras acciones y le hemos dado todo lo que somos y tenemos.
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Me ha encantado!