niños en la iglesia

¿Te has puesto a pensar cómo observan los niños una Iglesia? (Como templo / construcción / espacio público). Me parece que de forma no muy distinta a una oficina pública o una sala de conciertos de ópera, o un sobrio museo. En ese espacio hay cosas que no comprenden, no los dejan moverse, hacer ruido o ser ellos mismos.

No se puede comer o tomar agua, ¡y que se diga de dormirse! Son forzados a participar en ceremonias de por lo menos una hora en donde no les hablan a ellos y, además, son regañados o mirados de reojo si su conducta no es la esperada.

Sí, a mí tampoco me gustaría ir a un lugar así y, sin embargo, esperamos que lo disfruten, participen, entiendan y amen a quien vamos a celebrar y a acompañar en las misas, durante un rosario o una hora santa.

Te invito a observar el siguiente vídeo de IKEA. Me parece que ese anuncio ejemplifica muy bien lo que hoy nos pasa en la Iglesia. Todos estamos muy ocupados en seguir haciendo lo que siempre hemos hecho, sin mirar si funciona o no.

Todos muy ocupados en nuestros intereses personales y preocupaciones, todos con mucha prisa, sin mirar a los otros, sin darnos cuenta de que una pizca de calma, apertura al asombro, curiosidad, alegría, creatividad e inocencia pueden hacernos regresar a la mesa y entrar en comunión, en la Iglesia y en nuestra casa.

Sin duda, permitir que los niños sean niños alimentaría nuestra experiencia de la fe y nutriría nuestro servicio. Tendríamos una Iglesia más humana y alegre.

Los niños en la Iglesia

A nosotros, como Iglesia, nos hace falta hablar el lenguaje de los niños. En mi reflexión pienso que se debe al desconocimiento de recursos y capacitación adecuada en padres, catequistas y sacerdotes para acompañar a los niños en su formación en la fe. Aunque también muchos de los manuales para el trabajo en la pastoral de la familia o infancia tienen objetivos obsoletos, esta ecuación tiene como resultado que los niños acaben aburridos o poco interesados.

Estamos pidiéndole a los niños que atiendan con interés a cosas que nosotros mismos no mostramos de manera interesante y con las que no nos comprometemos. Nuestro reto es reconocer a los niños en su realidad y ofrecerles experiencias dentro de la Iglesia que no estén separadas de su vida, quitando obstáculos para que Jesús pueda salir a su encuentro y ellos puedan reconocerlo.

Necesitamos aceptar y dar espacio en la iglesia para la alegría y la curiosidad, características de la infancia, además de aceptar que muchas de las actividades que ofrecemos a los niños para «acercarlos» a Dios están llenas, enfermas de solemnidad y de esfuerzos mecánicos como la repetición.

Un lugar de acogida

¿Qué pasaría si abriéramos paso al juego? ¿Qué pasaría si incorporamos la voz de los niños en las actividades que planeamos? ¿Qué pasaría si los niños vieran que en la Iglesia hay vida, hay un Jesús resucitado?

Me gusta pensar en una frase de Luis Pescetti, un profesor de música y cantautor dedicado a la infancia, de origen argentino: «Los chicos son detectores de entusiasmo… no sigan a los tutores aburridos de lo que enseñan».

Cada vez que veo a alguien pidiendo a un niño que deje de ser niño en la iglesia, quiero acercarme y decirle «¡ey! Esto no es todo lo que pasa aquí». De hecho, estoy segura de que Jesús también se hubiera reído contigo por lo que tú has visto.

En una audiencia del 2015, el Papa Francisco dijo algo que me quita un poco de pesar como mamá y catequista. Dijo: «es curioso: Dios no tiene dificultad para hacerse entender por los niños, y los niños no tienen problemas para comprender a Dios». Pienso que Dios llega a pesar de mí.

Sin duda, cuestionarnos sobre nuestra acogida a los niños en la Iglesia es importante. No solo para ellos, sino también para nosotros, los adultos, quienes tenemos mucho que aprender y desaprender. «El que se haga pequeño como este niño, ese será el más grande en el Reino de los Cielos» (Mt 18, 4). Parecernos más a los niños nos acercará a Dios.