

Cuando la querida Directora de contenidos de Catholic Link me asigna temas para que escriba, muchas veces estoy con muchísimas ganas de hacerlo sobre lo que me pide, y el artículo «se escribe solo» (Más bien lo escribe el Espíritu Santo). Pero cuando hay temas polémicos, o difíciles, me tomo un tiempo más para reflexionar y para pedirle al Espíritu Santo que me ilumine. Que me permita decir lo que Dios quiere que diga, sin herir a nadie, y tratando de aportar una visión de fe sobre el tema asignado.
Con el video que comparto hoy, sin embargo, estaba con una sensación doble: por un lado quería escribirlo «rápido», y por otro lado quería rezar y meditar sobre la hermosa acción de caridad que realizan en la asociación «Los Inocentes de María». Organización nacida en Jalisco hace 13 años. Su primera misión fue llevar 20 cenas de Navidad a zonas marginales, pero hoy hacen muchísimas obras de caridad corporal, una de las cuales se retrata en este video.
Las obras de caridad según el Catecismo
«Son acciones caritativas mediante las cuales ayudamos a nuestro prójimo en sus necesidades corporales y espirituales. Instruir, aconsejar, consolar, confortar, son obras espirituales de misericordia, como también lo son perdonar y sufrir con paciencia. Las obras de misericordia corporales consisten especialmente en dar de comer al hambriento, dar techo a quien no lo tiene, vestir al desnudo, visitar a los enfermos y a los presos, enterrar a los muertos. Entre estas obras, la limosna hecha a los pobres es uno de los principales testimonios de la caridad fraterna; es también una práctica de justicia que agrada a Dios». — Catecismo de la Iglesia Católica, 2447.
Las obras de misericordia corporal, o las obras de caridad material, son las acciones de caridad que se dirigen al cuerpo, es decir que ayudan materialmente a las personas en necesidad. Jesús hacía muchas obras de caridad dirigidas al cuerpo, y Él, siendo Dios podía hacer muchas mejores cosas que las que hacemos nosotros, como resucitar a los muertos, devolver la vista a los ciegos, o el oído a los sordos. Pero estoy seguro que Nuestro Señor mira esta obra de caridad que hacen nuestros hermanos mexicanos con exquisita ternura y se enorgullece de que se llegue a tal extremo de caridad.
Una obra llena de amor
Esta agrupación de cristianos, como cuenta el video, se dedica a recoger a aquellos niños que son abortados y abandonados en la vía pública, y darles una sepultura digna. Parece una cosa sencilla, y parece una cosa «innecesaria», pero ya veremos que no, que no es nada sencillo, y muchísimo menos innecesaria.
En primer lugar, no es una cuestión sencilla: recoger los cuerpecitos fríos y darles una sepultura digna no debe ser nada sencillo. A mí, que me tocó enterrar a mi hija mayor fallecida al día siguiente de nacer, me costaba entender cómo harían los empleados de las casas fúnebres para ponerle la mortaja a un bebé. Cuando la vida es todo potencia, cuando el que enterramos podría haber soñado y crecido para ser feliz, nos cuesta entender que la vida se haya ido tan pronto. Si no tuviéramos el consuelo de saber que en el cielo serán infinitamente más felices que todo lo que podrían haber sido en la tierra, la carga del dolor sería insoportable.
Pero a estos niños nadie los soñó. Nadie los quiso. Nadie pensó que podrían haber tenido una vida. Son los más pobres entre los pobres, los más despreciados entre los despreciados. Son aquellos que son tan pobres que no tienen ni un nombre, ni una sepultura, ni un registro de su paso por esta vida. Como dice el video, son los niños que no existen. Y por eso esta obra de caridad tiene tanto de especial, por eso nos apela a lo más profundo del corazón y nos conmueve: porque estos niños, que fueron rechazados, que fueron abortados y abandonados sus cuerpecitos, de pronto toman una entidad enorme frente a nuestras conciencias adormiladas.
Recordaba el pasaje del Evangelio de San Marcos cuando Jesús le dice a su anfitrión: «Cuando des una comida o una cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos; no sea que ellos te inviten a su vez y tengas ya tu recompensa. Cuando des un banquete, llama a los pobres, a los lisiados, a los cojos, a los ciegos; y serás dichoso, porque no te pueden corresponder, pues se te recompensará en la resurrección de los justos».Si esta no es una obra de caridad excepcionalmente grande, excepcionalmente rica y excepcionalmente recompensada, yo ya no sé qué puede ser una obra de caridad excepcional.
Parece una obra de caridad innecesaria, pero es todo lo contrario
Parece una obra de caridad «innecesaria», casi un lujo en esta época en la que hay tanta miseria, tanta necesidad y tantos pobres frente a nosotros. Y sin embargo, como dice el video, es una obra de caridad que nos interpela: ver esos cuerpecitos despreciados, esa miseria absoluta, de no tener nombre, ni sepultura digna, ni nadie que rece por nosotros, es la desposesión más grave que existe. Y esta obra de misericordia los pone de nuevo en un lugar, les da una identidad, los pone a la vista, no con el objeto de condenar a nadie, ni de acusar a nadie. Sino sencillamente de que quede un recuerdo de sus vidas, por breves y aparentemente «inútiles» que hayan parecido en primera instancia.
Sin embargo, estos hermanos mexicanos hacen muchas otras obras de caridad, dan de comer al hambriento, y tienen otras obras de apostolado realmente elogiables, pero más «comunes». Esta obra de caridad atípica tiene el siguiente objetivo: ahora estos niños tienen nombre. Tienen un lugar en la tierra, dejaron de ser invisibles, y comenzaron a existir. No solo comenzaron a existir, sino que, como dice el video, las personas sensibles que les dan sepultura los tratan como si fueran hijos propios. Y confiando en la misericordia infinita de nuestro Dios, estoy seguro de que esos niños, cuyos bautismos desean aquellos que les dan una sepultura digna, están mirando cara a cara a Dios. Contándole a Él sobre ese amor con el que esas personas que no los conocen, pero que los amaron sin condiciones, sin preguntar, sin condenar a nadie, los acogieron.
Y casi con la misma certeza pienso que esos niños interceden también por sus madres y padres. Por que Dios tenga misericordia de ellos, por la terrible decisión que tomaron. Y estoy seguro de que sus corazones heridos podrán algún día ver una luz de esperanza, por la intercesión de estos pobres niños que ahora son seguramente ricos de toda riqueza, tanta que tienen compasión de sus padres que los despreciaron.
El aborto es una realidad
Una realidad durísima. Y muchas personas que trabajan en apostolados provida tienen tendencia a juzgar con liviandad a quienes abortan, especialmente a las mujeres que abortan. Llamándolas «asesinas», y otros insultos, sin conocer la razón que las llevó a tener que tomar esa terrible decisión y la carga de la cruz que les espera por el resto de sus vidas. El aborto es un pecado abominable, y los abortistas, es decir aquellos que cometen el aborto, aquellos que abandonan a una mujer en necesidad, aquellos que se desentienden de la problemática, que impulsan a la mujer a abortar, probablemente sean quienes paguen por ese crimen, en esta vida y (Dios se apiade de sus almas) probablemente tal vez también en la otra.
Este sencillo pero importantísimo apostolado pone el acento donde hay que ponerlo: en los más débiles, en los más desposeídos, en aquellos que no tienen absolutamente nada, ni una vida, ni un nombre, ni una tumba digna. Y la importancia del apostolado es que al mismo tiempo que les devuelve la dignidad de hijos de Dios que todos les negamos, nos interpela, con una mirada dura y descarnada a hacernos cargo. Dios, en nuestro juicio, seguramente nos pregunte, como a Caín: «¿Dónde está tu hermano? Su sangre clama a Mí desde el suelo» (Gn 4, 9-10). Estos hermanos de Jalisco tienen una respuesta a esa pregunta, y la respuesta es hermosa de verdad.
¿Qué hacemos nosotros por las personas en necesidad extrema?
Este video nos interpela también en este sentido. ¿Donamos dinero a las organizaciones que se dedican a esto? Y si no podemos con nuestro dinero ni con nuestro tiempo, ¿Rezamos por estos apóstoles de la caridad? Cualquier cosa que hagamos, por pequeña que parezca, es una enormidad. Recuerdo el elogio de Nuestro Señor a la viuda que donó sus dos dracmas, y me pregunto: ¿Puse yo mis dos dracmas de oración, donación o trabajo apostólico?
Que Dios nuestro Señor, en nuestro juicio particular nos diga: «Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver» Y luego «Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo». (Mt 25, 34-36, 40)
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