mujeres santas

La palabra «mártir» viene del griego (μάρτυρος) y significa “testigo”. Un mártir es justamente eso: ¡Un testigo de Dios! Alguien que no ha podido callar lo que ha visto y oído, aunque ello le cueste la vida entera.  Hay montones de mártires muy conocidos, como san Pedro, san Pablo, san Juan Bautista, san Maximiliano Kolbe… por mencionar algunos. Pero hoy quiero hablarte de dos mujeres santas que tal vez no conoces.

Hay algunos mártires no tan conocidos como los que te cité arriba. Ese es el caso de las dos mujeres santas a las que me refería: Perpetua y Felicidad.

Ambas fueron mártires de la Iglesia Primitiva, pero su testimonio es tan impactante que, como toda historia santa, es vigente incluso a día de hoy.

¿Te interesa conocer su historia? A continuación te la cuento.

Todo comienza con un edicto

Esta historia comienza en el Imperio Romano, año 203 d.c. 

Gobierna en este tiempo el emperador Septimio Severo (145 – 211), quien el año anterior ha publicado un edicto que declara oficialmente la persecución militar contra toda persona practicante del cristianismo, tanto pública como privadamente. 

En los territorios del Sur del Imperio Romano, en la ciudad de Cartago, hay una mujer de familia rica y aristocrática, llamada Perpetua, de 22 años de edad. Es madre de un niñito de pocos meses y durante los hechos de esta historia se encuentra en los últimos meses de su segundo embarazo.

Gracias a Sáturo, un cardenal cercano a la familia, Perpetua se había convertido al cristianismo y, junto a ella, todos sus esclavos: Revocato, Saturnino, Segundo y Felicidad. 

Llega entonces el fatídico día: mientras se encontraban todos celebrando una reunión religiosa en la casa de Perpetua, llegan los oficiales del emperador, los capturan a todos y los llevan como prisioneros a espera de juicio por su traición al culto religioso romano.

«Danos valor para sufrir y luchar»

Perpetua escribía en su diario todo lo que les iba ocurriendo, dejando uno de los documentos más venerados por la iglesia primitiva y en la historia de los martirios, conocido como la «Passio Perpetuae et Felicitatis» («La Pasión de Perpetua y Felicidad»). Es este el texto literario cristiano escrito por una mujer más antiguo de toda la historia. 

Nos cuenta esta mártir en su diario: «Me parecía morir de calor y de asfixia y sufría por no poder tener junto a mí al niño que era tan de pocos meses y que me necesitaba mucho. Yo lo que más le pedía a Dios era que nos concediera un gran valor para ser capaces de sufrir y luchar por nuestra santa religión».

Dos diáconos, al día siguiente, pagan a los soldados romanos para que pasasen a los prisioneros a otra celda, de modo que la madre pudiera amamantar a su hijo y pudiera, a su vez, estar en un sitio más airado. 

Perpetua, a su vez, tuvo varias visiones durante su estadía en prisión, las cuales transcribió a su diario. La noche anterior al juicio le fue revelado que tendrían que todos ellos atravesar un largo camino, una escalera plagada de sufrimientos, pero que al final de dicha senda les esperaría la felicidad eterna en el Reino de los Cielos. Dijo esto Perpetua a sus compañeros y se sintieron todos más decididos que nunca a dar su vida en el nombre de Jesús. 

El juicio y las últimas horas

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Al día siguiente de la visión tuvo lugar el juicio, que declaró unánimemente culpables a todos los prisioneros, condenando a los hombres (Revocato, Saturnino y Segundo) a morir desmembrados por las fieras el día de la fiesta del emperador, y a las mujeres (Perpetua y Felicidad) a ser amarradas para luego ser brutalmente asesinadas por una vaca furiosa. 

La muerte se retrasó por el embarazo de Perpetua, quien dio a luz en prisión a una hermosa niña, la cual fue dada a una cristiana que la crió bajo la misma religión por la que fue martirizada su madre. 

Se les permitió a los condenados tener una última cena: ellos eligieron la Eucaristía, administrada por dos diáconos. Por esto, se encuentran sus nombres muy presentes en la liturgia de la Eucaristía.

Estaban todos en sus últimas horas, si bien aterrados, inefablemente felices de poder derramar su sangre por su santa religión. 

Dos mujeres santas y mártires… un testimonio vigente

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Así pues, se los llevó al sitio de su martirio. Se deseó, con ánimo de entretenimiento, vestir a los hombres con las ropas de los sacerdotes paganos y a las mujeres con las ropas de las sacerdotisas. Sin embargo, Perpetua y sus compañeros se opusieron con fervor y no lograron colocarles tales prendas. 

Revocato, Saturnino y Segundo murieron entonces de la forma decretada. También el cardenal Sáturo fue martirizado, habiéndose entregado por voluntad propia y habiendo convertido previamente a un soldado romano llamado Pudente, prediciéndole que no moriría a manos del oso feroz que le tenían destinado (efectivamente así sucedió y tuvieron que utilizar un leopardo, el cual finalmente acabó por asesinarle). 

Por otro lado, Perpetua y Felicidad, aún luego de ser cornadas sin piedad por el animal, fueron traídas nuevamente al lugar para que les fueran cortadas sus cabezas, ya que Perpetua (como volviendo de un éxtasis) exclamó: «¿Dónde se encuentra aquella vaca que supuestamente nos iba a asesinar?». 

Trajeron entonces al verdugo. Felicidad murió al momento, con un corte limpio, pero no fue así con Perpetua: ¡El verdugo erró el golpe! La golpeó donde no debía, dejándola viva en una oleada de dolor. 

Sin embargo, aun en ese momento, Perpetua persistió: ¡Extendió aún más su cabeza y le indicó el lugar exacto en donde debía pegarle el machetazo! Entonces el verdugo la asesinó, habiendo ella hasta el último segundo abrazado el martirio con toda su voluntad. 

En tiempos de tanta desacralización como los nuestros, estas dos santas nos otorgan no solo un modelo de lo que realmente significa ser una mujer virtuosa (siendo ellas patronas de las madres y de las embarazadas).

También dan testimonio de lo que significa en última instancia ser un santo: estar dispuestos a ser apresados, juzgados, humillados y corneados. Estar dispuestos a perder la cabeza (tanto simbólica como literalmente) en el nombre de Cristo. 

Preguntas para el apostolado

Puedes compartir esta historia con tus alumnos de catequesis, en una convivencia o retiro. Luego, pueden meditar en las siguientes preguntas y responderlas en silencio o compartirlas en grupo.

¿Vivo mi fe intensamente, aunque eso me pueda dar vergüenza o generar algún «inconveniente»?

– A veces parece fácil decir que estamos dispuestos a hacer cosas grandes por Dios… pero, ¿estoy dispuesto a hacer sacrificios pequeños por Él?

– ¿Me animo a defender mi fe? ¿Cómo? ¿Cuándo?

– ¿Soy consciente de la importancia de formarme y aprender la doctrina, para luego poder compartirla y defenderla?

– Además de ser coherente con lo que creo, como hicieron las santas mujeres Perpetua y Felicidad, ¿ayudo a otras personas a ser fieles y consecuentes con su fe?

– Cuando voy a comulgar… ¿Realmente entiendo el verdadero valor de la Eucaristía? ¿Estoy dispuesto a también convertirla en mi «última cena», recibiéndola con esa delicadeza cada vez que me acerco a Ella?

Rezar con dos mujeres santas

Te dejamos ahora esta oración para que puedas pedirles a estas grandes santas la gracia de perseverar hasta el final en el camino de tu Cruz:

¡Perpetua! ¡Felicidad! Nombres gloriosos y proféticos,

que vienen como dos estrellas brillantes de marzo,

saliendo sobre nosotros sus rayos de luz y vida.

Oh, Dios, movidas por tu amor,

vencieron los tormentos y la muerte

y superaron la furia del perseguidor.

Concédenos, por su intercesión,

crecer siempre en ese mismo amor divino.

Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo

que contigo y el Espíritu Santo vive y reina en unidad,

y es Dios, por los siglos de los siglos.

Amén.

¡Santas Perpetua y Felicidad, rueguen por nosotros!

Artículo elaborado por Thiago Rodríguez