

Tenía mucho tiempo que hacía la oración de manera fría, sin emocionarme tanto por ella y sin «sentir» el amor de Dios en mí. Siempre me ha costado comprender su amor, escuchaba que era incondicional, eterno, que nos quería en nuestra totalidad, pero todas estas frases no terminaba de comprenderlas a fondo.
Vivimos en una realidad en la que el amor está deformado, corrompido. El mundo busca venganza, lo cómodo, lo más fácil. Es muy común querer siempre al mejor amigo, pero no luchamos por aquel al que le vemos primero los defectos, e incluso existen posibilidades de caer en la crítica sin ni siquiera tomarnos el trabajo de conocer bien a los demás.
El amor que nos ofrece el mundo no es un amor auténtico. Por ejemplo las películas muestran un amor muy alejado de la realidad, y esto provoca que exista una deformación en nuestro concepto de amor, porque lo que se muestra es un amor «fácil» y en el fondo, egoísta.
El amor de Dios lo supera todo
Lo que Dios nos quiere dar es un amor real, uno que rompe todos los esquemas mundanos. Un amor que va contracorriente, un amor solo para valientes porque exige en su totalidad el salir de uno mismo.
Al estar deformado el concepto de amor en el mundo, es muy fácil que atribuyamos este concepto de amor falso que nos proporciona el mundo al amor de Dios. Y por eso nuestra imagen de Él se deforma, caemos en el engaño de pensar que si nos equivocamos o si no lo sentimos cerca, Dios probablemente se ha cansado de nosotros.
Yo tenía un concepto así de Dios, me preguntaba qué sucedía con mi relación con Él y por qué si yo me esforzaba en luchar por Él no podía sentir su amor. Hasta que un día estando en el carro escuché la canción «Mírame» de Melendi y la percibí como si fuera Dios dirigiéndose a cada uno de nosotros.
«Mírame, soy el mismo hombre del que te enamoraste»
Con el tiempo el enamoramiento de una pareja termina y es cuando comienza el verdadero sacrificio del amor. Percibimos mucho más fácil los defectos, sabemos cuándo el otro no nos mira con ternura, nos damos cuenta de detalles que siempre estuvieron ahí pero que tal vez no veíamos antes.
Todo esto puede convertirse en una carga y al cansarnos de los defectos o los obstáculos, aparece el famoso pretexto de: «has cambiado mucho, ya no eres el mismo(a) de antes». Dejando ir a esa persona que al comienzo pensamos que era la adecuada para nosotros.
Esto mismo nos puede pasar en el trato con Dios. Al principio, cuando descubrimos su grandeza todo es bello y maravilloso, pero cuando nos damos cuenta que su amistad exige también sacrificio, experimentaremos momentos de sequedad espiritual. Nos atormentan las dudas y sobre todo nos llega la tentación de la pereza y de querer abandonar la oración.
Pero Dios nos dice lo contrario, nos hace ver que Él no es alguien que se cansa de nosotros y que su trato hacia cada uno no es indiferente, al contrario, Dios busca decirnos que Él siempre será pleno en su ser. Que ninguna circunstancia posible hará que su amor por nosotros disminuya.
«Mírame, si lo haces te juro que destrozarás mi rol de tipo duro»
Estamos tentados a pensar que Dios es justiciero, que es alguien que nos está observando fijamente a cada uno esperando a que fallemos. Viendo detenidamente lo que hacemos bien y lo que hacemos mal, y esto puede producir cierto temor al dirigirnos a Él.
Pero en realidad es algo que la sociedad ha idealizado y muchas imágenes suelen representarlo como alguien muy imponente. Que es lejano, que se encuentra en una nube viendo a cada ser humano vivir su vida. Pero es aquí donde Dios nos recuerda que el diálogo con Él es de lo más sencillo.
Que Él se ha hecho hombre y nos ha facilitado el trato que podemos darle. Nos hace ver que cuando entablamos una relación con Él, rompemos todos los esquemas de justiciero que le hemos atribuido. Nos damos cuenta que podemos conocer su bondad, ternura, misericordia y alegría en un trato personal e íntimo si así lo deseamos.
Que no es un Dios que está siempre esperando que cada acto sea perfecto, sino uno que está metido en nuestro mundo. Sí, así como lo estás leyendo, está dentro de tu mundo, de tu realidad, está vivo en cada sagrario que existe en la Tierra.
Nos recuerda que Él es perfecto Dios y perfecto Hombre, que siente, llora, ríe, escucha y nos acompaña en todo momento.
«El amor siempre nos viene envuelto de regalo y como niños le arrancamos rápido el papel»
«…al principio no dejamos ni un segundo de jugar, pero luego siempre acaba en el desván y entre polvo y polvo solo, soledad». Así como el regalo nuevo nos sentimos cuando sabemos que Dios nos ama, se vuelve fácil hacer la oración, ir a misa, leer un libro espiritual.
Pero cuando pasa el tiempo y los años podemos «acostumbrarnos» a este amor y nos comienza a costar más trabajo, más sacrificio. Y si no somos capaces de hacernos conscientes de que la entrega a Dios exige salir de nosotros mismos, podemos dejar a Dios a un lado y darle su lugar «cuando tenga ganas de rezar».
«Soy el hombre que al final siempre te espera»
Es imponente la idea de que Jesús siempre nos espera, sin importar el lugar, lo que hayamos hecho, el momento, tu contexto, situación. Él siempre está esperándote, y con esto se refiere a la eternidad, te ha pensado eternamente y quiere que estés a su lado.
Porque sin importar tu situación Él siempre quiso, quiere y querrá estar contigo. Está sediento, deseoso de ti, porque es un Dios loco de amor, uno al que jamás se le escaparás un segundo de la mente, porque existes en su eterno pensamiento.
Porque es alguien que en tu pena ya te espera para que seas consolado. En tus alegrías ya te espera para alegrarse contigo y en tus caídas te espera para cubrirte de besos, abrazos y llenarte de su infinita misericordia.
«Si dejamos de vestirnos de rutina nuestros besos no podrán envejecer»
Esta frase me gustaría cambiarla por: «si dejamos de vestirnos de rutina nuestras comuniones no podrán envejecer». Esto porque podemos caer en el error de pensar que recibir a Cristo en la Eucaristía se puede volver rutinario. Lo recibo, rezo un poco y listo y ¡no!
Debemos salir de esta rutina, debemos ver siempre la manera de emocionarnos ante cada comunión, porque cada una es exclusivamente única, un encuentro distinto con el Señor vivo.
Así como en cada relación amorosa siempre se buscan detalles para salir de lo ordinario, igual debe ser con Jesús. No nos acostumbraremos a recibirlo con el corazón endurecido, recibámoslo con calidez en nuestra alma, con amor profundo, con eterna ternura.
Si esta canción te gustó y también te sentiste identificado, háznoslo saber en los comentarios. ¡Dinos cuál fue la frase que más te gustó de «Mírame»!
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