

Los miedos siempre nos acompañan, pero cada nuevo año es un regalo, cada mes, cada semana, cada día, es una nueva oportunidad. ¡Quiero vivirlo al máximo y ser feliz! Por eso, este año lo entrego a Dios en forma de cuaderno en blanco, para que Él sea el autor de una historia de vida y amor, y yo sea el lápiz del que se sirva como instrumento.
Y en medio de tantos propósitos, ideas, sueños y metas por cumplir, no dejan de aparecer algunos miedos. Por eso quiero hablar de tres miedos con los que seguramente tú también puedas sentirte identificado. Lo bueno de todo esto es que no importa el tamaño de nuestros miedos ¡Dios siempre está con nosotros y nos ayuda a vencerlos!
1. Miedo a lo desconocido
Toda persona anhela vivir, amar y ser amado, ser feliz. Sin embargo, a veces nos aferramos a un trabajo o relación que no nos hace felices. Donde estamos supuestamente «cómodos», hay cosas que incluso nos roban esa luz que llevamos dentro, por el miedo al vacío que surgirá cuando demos el salto a empezar de nuevo.
Sin embargo, gracias a la fe que nos transmitió Jesucristo (enseñándonos que Dios, amor y Padre, nos quiere y nos cuida), ese vacío se llena con el todo de su presencia divina. Y esta presencia de amor, en el interior de nuestro corazón, es la luz que nos guía.
Este año quiero caminar siguiendo esa luz, sin miedo a lo desconocido. Y si en algún momento me alcanza la oscuridad, encenderé la linterna de la fe que Dios me ha regalado para guiarme. «Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no anda en tinieblas, sino que tendrá luz de vida» (Jn 8,12).
2. Miedo al fracaso
¿Qué es el éxito? Un resultado feliz. ¿Y el fracaso? Un resultado no deseado. Por tanto, el éxito y el fracaso son subjetivos, dependen de lo que cada persona considere com felicidad, como acierto o fallo. Por tanto, si después de varios años en un determinado trabajo o relación de noviazgo, logramos un ascenso o nos casamos, diremos que alcanzamos lo que queríamos. Cumplir este anhelo nos hace felices.
En caso contrario, aunque a los ojos de la sociedad haya avanzado profesional o personalmente, la misma situación será un fracaso. Si no amo lo que hago ni soy feliz, si no amo ni soy capaz de hacer feliz a mi pareja, fracasaré. De ahí la importancia de descubrir los verdaderos anhelos que Dios ha puesto en mi corazón para que sea feliz y los pueda seguir.
Después he de poner manos a la obra, para que se hagan realidad, disfrutando del camino, y confiando en su realización, porque «Para Dios todo es posible» (Mt 19,26).
3. Miedo al que dirán
Si nuestras decisiones las tomamos conforme a lo que se espera de nosotros o a la aprobación externa, terminaríamos siendo personas inseguras e indecisas, simplemente no seríamos nosotros mismos. Dice el dicho: «Para gustos, los colores».
Las personas, conforme a su forma de ver las cosas, unos dicen «a» y otros «b». Ya lo decía Jesús sobre la generación presente «Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dicen: tiene un demonio. Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: ahí tenéis a un comilón y borracho, amigo de publicanos y pecadores. Pero la sabiduría se ha acreditado por sus obras» (Mt 11, 18-19).
Quiero decidir conforme a lo que me ha dicho Dios que es la verdad, a través de su hijo Jesús que es su Palabra, y a imitación de nuestra Madre, la Virgen María. Pediré consejo de ser necesario, pero decidiré fiándome de mi intuición y siendo responsable de mi decisión. «Si permanecéis en mi palabra (…), conoceréis la verdad, y la verdad los hará libres» (Juan 8,32).
El miedo al qué dirán puede intimidarnos, pero si vamos de la mano de Dios ¿Qué no podremos hacer o alcanzar?
Alas que siempre nos impulsan a vencer miedos
Confianza en Dios, en mí, y en las personas. Y mucho amor. Si Dios es nuestro creador, también es capaz de crear el mejor proyecto personal o profesional para nosotros. Dios es nuestro Creador, nuestro Padre, y quien mejor nos conoce, por tanto, Él es quien mejor sabe lo que nos hará felices (qué vocación, qué persona, qué trabajo…).
Para quienes sabemos esto, queremos ante todo hacer la voluntad de Dios y antes de decidir rezamos: «¿Qué quieres de mí? ¿Dónde me sueñas? Hágase en mí según tu Palabra». Queremos vivir el sueño de amor que Dios ha sembrado con una semilla en nuestro corazón.
Esa semilla es todo verdadero anhelo que despierta vida en nuestro interior. Ese anhelo es una confirmación de que se hará realidad si yo pongo los medios: si quiero y creo. Ahora bien, Dios ha escrito una historia de amor para cada uno de nosotros, pero al mismo tiempo nos ha hecho libres para hacerla realidad.
Para ello es necesario regar esa semilla con nuestra fe en Él, y con confianza en mí y en el prójimo, donde Él también habita, abandonarnos en su amor. La consciencia de saberse hijos de Dios, es el «click» que transforma nuestro corazón ansioso por el futuro, en el corazón sencillo y entusiasmado de un niño al que su padre le ha prometido un regalo.
Ese niño esta dispuesto a hacer lo que sea e ir a donde le mande su padre, sabiendo que todo irá bien y sus esfuerzos se verán recompensados con creces. «El que cree en el Hijo tiene vida eterna» (Juan 3, 35). Qué tus miedos no te detengan, que tus miedos no te impidan llegar a donde quieras, que tus miedos no sean más grandes que tú. ¡Confía!
Artículo elaborado por Leonor Gómez Recio.
0 comentarios