

El histórico viernes, 27 de marzo de 2020, millones de personas participaron desde sus casas, a través de las redes sociales y medios de comunicación, de la extraordinaria bendición «Urbi et Orbi» que fue impartida por el papa Francisco.
Todo el ritual, las imágenes y las palabras del santo Padre Francisco serán recordadas para toda la historia. Fotos, frases que ya están estampadas en las retinas, memoria y espíritu de los millones de personas que han presenciado este acto litúrgico.
El tiempo rezando delante de la Virgen, que tanta devoción le tienen los romanos. La oración delante del crucifijo al que se le atribuyen el fin de la peste en 1522, y terminando con la bendición con el Santísimo Sacramento. La presencia real de Cristo en la hostia que estaba en la custodia sobre el altar.
Quisiera hacer algunas reflexiones en torno a las palabras del papa Francisco y compartirles el video completo de este gran momento en caso de que no hayan podido presenciarlo o deseen repetirlo. El documento de la homilía completa también lo encuentran aquí.
Toda la humanidad atraviesa unida esta tempestad
Creo que el Evangelio elegido para la reflexión espiritual del santo Padre Francisco no ha podido ser más oportuno. La barca de los Apóstoles que estaba a punto de naufragar a causa de la tempestad, mientras Jesús dormía pacíficamente, pareciendo no importarle la situación.
El pasaje pueden encontrarlo en los tres Evangelios sinópticos (Mt 8, 23 – 27 / Lc 8, 22 – 25 / Mc 4, 35 – 41). También nosotros estamos, ahora, dentro de esa barca. Atravesando una fortísima tempestad, que nos tiene agarrados a todos como una gran familia, como humanidad.
No es algo ajeno, que sucede en algún país lejano o en otro continente. Ha cobrado la vida de miles de personas alrededor del mundo. Está al acecho de nuestras casas, si es que ya no tenemos alguien infectado dentro de nuestro mismo hogar.
La capacidad sanitaria en varios países ya está llegando al límite de sus capacidades. No quedan suficientes respiradores, camas de UCI´s, mascarillas. Las olas son fuertes, el viento no respeta a nadie, y nos estamos hundiendo.
Tiempo para meditar qué estoy haciendo con mi vida
Ya han pasado semanas, y es imposible que alguien, todavía, no se haya puesto a pensar qué está haciendo con su vida, cómo está viviendo o qué sentido le está dando a su existencia. A estas «alturas del partido», se han caído las máscaras del dinero, del poder o la búsqueda de placer a toda costa.
La pandemia nos remite a lo esencial. La vulnerabilidad, la experiencia de fragilidad y limitación, nos hace topar con nuestra real condición de simples mortales. Nadie tiene la vida comprada, la muerte está «a la vuelta de la esquina». Es un tiempo en el que nos preguntamos: ¿qué quiere decirle Dios a la humanidad?, ¿qué me quiere decir a mí, en particular?
La actitud cristiana frente a la tempestad
El papa Francisco empieza sus palabras ayudándonos a recordar nuestra fraternidad universal. Estamos perdidos, pero no estamos solos. En primer lugar, estamos todos juntos en esto. Luego el papa, con unas breves, pero fortalecidas palabras, dice que en esta tempestad vemos dos actitudes.
La de los apóstoles, que reflejan nuestro miedo, angustia y tantas reacciones adversas, y que no nos cuesta entender. Pero luego, está la actitud de Jesús, que es muy difícil de entender para nosotros. Pedro, despertándolo, le pregunta: «¿No te importa?» ¿No le importa a Dios lo que nos está pasando como humanidad?
La situación en la que estamos es de mucho sufrimiento. Yo diría que estamos atravesando un «duelo» universal. El dolor y sufrimiento —de distinta índole— van haciendo que habite en nuestros corazones esa experiencia de vacío y sinsentido, que nos yerre y quema profundamente.
Pareciera como si a Jesús no le importara nuestra situación. Les pregunto a los que son padres: ¿Cómo se sentirían ustedes, si uno de sus hijos les preguntara si no les importa su dolor o sufrimiento? Es como una daga en el corazón, de reproche y que duda del amor que les tienen.
Jesús les pregunta entonces a los apóstoles —y lo repite el papa Francisco varias veces a lo largo de su reflexión—: «¿Por qué tienen miedo? ¿No tienen fe?», preguntémonos también cada uno de nosotros esto. Cuando miramos las cruces y el sufrimientos en nuestra vida, ¿qué pienso de Dios?, ¿cuántas veces le reprochamos, diciendo que no se interesa, que nos ha olvidado, o incluso, permite el mal, porque ya no nos escucha?
Este es el momento «adecuado» para que el Señor despierte en nuestras vidas. El Señor aparece dormido en la tempestad, y muchísimas veces está «dormido» también en nuestras vidas. ¿Habrá que decirle «despierta Señor»?
Diría yo a cada uno de los lectores: «Despiértate, tú que duermes, abre tus ojos, y date cuenta de que el Señor está a tu lado, cogiéndote de la mano». Solo cuando pedimos su ayuda, reconocemos nuestra situación de vulnerabilidad, de total fragilidad. Su gracia tiene cómo penetrar nuestros corazones, y hacerse presente en nuestras vidas (1 Coríntios 12, 9 – 10).
Descubramos las cosas importantes de la vida
Vamos donde Él, convertíos, volved al Señor de corazón (2 Coríntios 5, 20). Es un tiempo de prueba, y no para hacer juicios. Separa lo necesario de lo que no lo es en tu vida. Remítete a lo esencial. Restablece el rumbo de tu vida y toma conciencia de qué actitudes tienes que cambiar.
Renueva o recupera la vida del espíritu. Deja las máscaras, las cosas materiales. No busques las apariencias de las pasarelas de moda, los shows de este mundo consumista y hedonista. Escribamos una nueva historia y miremos aquellos que, con su servicio silencioso, están forjando la base de nuestra sociedad: los médicos, enfermeras, equipos sanitarios, policías, profesores, políticos, sacerdotes y consagrados.
Vivamos la esperanza que nos da el Señor
Es el tiempo para vivir la esperanza. No nos dejemos llevar por el pánico o el miedo. La fe nos da la certeza que Jesús ya venció el pecado y la muerte de este mundo, de nuestros corazones. Él es quien calma la tempestad que estamos atravesando.
Él es quien nos da la verdadera esperanza (Romanos 5, 3 – 5). No es un optimismo ingenuo, ni tampoco un negativismo resignado. Es la actitud serena, de quien descubre que en medio de toda esta situación, tiene un puerto seguro, está en la barca de la Iglesia, que está hecha del madero de la cruz, donde murió el Señor.
Esa es nuestra esperanza. Si permanecemos en esta barca, entonces podemos estar tranquilos, pues el Señor mismo nos ha dicho que estará con nosotros hasta el final de los tiempos. No nos tiene abandonados. Él se preocupa por nosotros.
Sin esa fe y esperanza, nos hundimos, no somos autosuficientes. Invitemos al Señor a la barca de nuestra cuarentena, de nuestras vidas, de nuestras casas y familias. Trae, Señor, la serenidad que tanto deseo. Dinos Tú, a nosotros: «¡Despiértate, tú que duermes! Y déjame entrar en tu vida».
No tengamos miedo. El Señor ha resucitado, y vamos a vivirlo una vez más en la proximidad de esta Pascua. Reaviva tu fe, no dejes que se apague la llama de Cristo en tu corazón ¿Por qué tener miedo si el Señor ya ha resucitado? Recordemos las palabras del papa Francisco durante esta hermosa homilía, hoy y siempre.
«Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén» (Mateo 28, 19 – 20).
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