

En la entrega pasada, reflexionamos en las tres primeras estaciones del Vía Crucis. Hoy pasaremos a las siguientes con el corazón dispuesto y el alma sedienta de amor. Hagamos que esta Cuaresma sea involvidable. ¡Empecemos!
4. Cuarta estación: Jesús se encuentra con su madre
María, la más pura y hermosa entre todas las mujeres. Su corazón tierno y maternal te acogió en su vientre, cuido tus pasos, veló tu sueño y alimentó tu cuerpo con el suyo.
María, tu primer discípula. Un corazón unido al tuyo por toda la eternidad. La elegida, tu madre y que ahora también es mía.
La Inmaculada Concepción, corazón puro y sin pecado. ¿Cómo poder entender tanda maldad en el mundo? Están matando a su Hijo, sus ojos se encuentran con los tuyos, Señor.
Tu dorso está en carne viva. Esa frente que tantas veces acarició y besó, ensangrentada, atravesada por las espinas. María, tu corazón se ha quebrado y el de tu hijo al verte también, y aún así, te consuela.
El viejo Simeón tenía razón, tu corazón ha sido atravesado. Señor, yo también me he encontrado con mi madre. Lamento tanto las lágrimas derramadas por esos ojos dulces.
Quisiera nunca haberla hecho llorar, pero soy tan débil. ¡Cuántas veces me he olvidado de ella! Y ella, sin embargo, nunca me ha abandonado. María, madre nuestra, camina su propio calvario. Vamos Señor, con María, caminemos juntos.
5. Quinta estación: El Cirineo ayuda al Señor a llevar la cruz
La Cruz pesa. El Cirineo es esa imagen que nos recuerda a todos los cristianos el motivo de nuestra misión: servir a los demás y a través de este servicio amarte a ti Señor.
A ti que durante toda nuestra vida has estado cargando con el peso de nuestros pecados. A ti Señor, que también tienes sed de nosotros.
Que tu amor es tan grande que, en este momento de dolor, y siempre, necesitas que volvamos a ti. Que ayudemos a cargar con esa cruz que casi rompe tu espalda.
Quiero ser ese Cirineo Señor. Quiero poder dejarlo todo y aunque me cueste, escoger estar a tu lado y cargar con mi cruz.
Ya no sé si soy yo quien te ayudo o eres tú el que me llevas. A tu lado la cruz pesa, pero la carga se hace ligera. ¡Vamos Señor!, caminemos juntos.
6. Sexta estación: La Verónica enjuga el rostro del Señor
«Tu rostro buscaré Señor, no me ocultes tu rostro» ¡grito como aquel Salmista, que te busca desesperadamente! Pareces tan lejano, Señor.
Tan ausente a veces y yo te necesito. Y, sin saberlo yo, ahí estás tú, en cada rostro doliente. En todo aquel que sufre, incluso en aquellos que desprecio o frente a los que soy indiferente.
La Verónica, se acerca y con ese corazón compasivo que te ama, hace un gesto que nos acompañará toda la vida. Enjuga tu rostro. Un pequeño alivio en semejante viaje Señor.
Y tú, ¿cómo respondes? Quedándote con ella y dejando como señal tu rostro impreso no solo en aquel pedazo de tela. Tu rostro se quedó impreso en su alma.
¿Cómo podría ser yo tu Verónica?, ¿cómo podría yo también aliviar el dolor de otros, aliviar tu dolor Señor? Quiero verte en los demás, no me escondas tu rostro, Señor.
Ayúdame a superar mi miedo al dolor, mi miedo a ver cara a cara la miseria de lo humano y poder ofrecer mis manos para enjugar los rostros de aquellos que necesitan un descanso en el camino. ¡Vamos, Señor! Caminemos juntos.
Que estas reflexiones del Vía Crucis que venimos compartiendo contigo estos viernes de Cuaresma, puedan servir para acercar un poco más tu corazón al sacrificio de amor divino que Nuestro Señor hizo por cada uno de nosotros. ¡Hasta el siguiente viernes!
Te dejo aquí algunos recursos que estoy segura te servirán mucho:
Ebook gratuito: «40 días con Jesús»
Infografía: El Vía Crucis y mi vida
0 comentarios