

El autor de esta meditación es el sacerdote Gaetano Piccolo, s.j; profesor de la Universidad Gregoriana de Roma y responsable de la sección cultura de la provincia italiana de la Compañía de Jesús. Con mucha gentileza ha aceptado participar en Catholic-Link a través de la publicación de esta Lectio Divina.
Evangelio (Mc 10, 35-45)
Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, se acercaron a Jesús y le dijeron: «Maestro, queremos que nos concedas lo que te vamos a pedir». El les respondió: «¿Qué quieren que haga por ustedes?». Ellos le dijeron: «Concédenos sentarnos uno a tu derecha y el otro a tu izquierda, cuando estés en tu gloria». Jesús les dijo: «No saben lo que piden. ¿Pueden beber el cáliz que yo beberé y recibir el bautismo que yo recibiré?». «Podemos», le respondieron. Entonces Jesús agregó: «Ustedes beberán el cáliz que yo beberé y recibirán el mismo bautismo que yo. En cuanto a sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí concederlo, sino que esos puestos son para quienes han sido destinados». Los otros diez, que habían oído a Santiago y a Juan, se indignaron contra ellos. Jesús los llamó y les dijo: «Ustedes saben que aquellos a quienes se considera gobernantes, dominan a las naciones como si fueran sus dueños, y los poderosos les hacen sentir su autoridad. Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero, que se haga servidor de todos. Porque el mismo Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud».
[dropcap]D[/dropcap]esde pequeños se alimenta en nosotros una sed de poder, anhelamos todos con convertirnos en el Rey de Camelot o en princesas prisioneras en una torre o dormidas en el bosque en espera del Príncipe azul. Aparentemente las fantasías desaparecen, pero en realidad siguen sepultadas bajo las cenizas y siguen orientando secretamente nuestras opciones y nuestros sentimientos.
Una vez más la educación no nos ayuda ni tampoco el escenario sin piedad de la política y de las instituciones: del tráfico a los colegas de trabajo, del grupo parroquial a las disputas de partido, es toda una carrera por prevaricar al otro para ser los primeros.
A medida que crecemos, la mirada sobre los demás pasa a ser cada vez más confusa: los demás nos parecen cada vez más como adversarios, rivales o competidores. Aparte de los casos extremos de delirio, donde la vida se alimenta en el gusto de aplastar la cabeza del otro, en los casos ordinarios la vida es vivida como como una eterna competencia que nos deja con la frustración de sentir que nunca llegamos: la sed de poder es terrible, porque continua a autoalimentarse, dejándonos cada vez más sedientos, con la ilusión de que la próxima fuente pueda quitarnos la sed. Pero los pozos del poder están envenenados, encienden la sed en vez de extinguirla, por eso la única solución es buscar otras fuentes donde ir a beber.



También los discípulos de Jesús, ayer como hoy, están sedientos de poder: delante de las palabras de Jesús que les confía su angustia ante las perspectivas de muerte que se hacen cada vez más concretas, una vez más los discípulos proyectan su futuro, preocupándose de quién debe sustituir al maestro cuando ya no esté más.
Cualquier vacío en el poder, o la perspectiva de un vacío en el poder, genera una carrera a la sustitución, es siempre una posible oportunidad para dar tregua a la propia sed. Santiago y Juan reivindican un privilegio suyo, quizá porque fueron los primeros en ser llamados por Jesús, quizá porque ostentan una posible parentela con Jesús, o quizá sólo por su carácter impetuoso, visto que no por casualidad son llamados «hijos del trueno». Santiago y Juan no se dejan intimidar por las condiciones planteadas por Jesús, confían en sus fuerzas, están absolutamente seguros de su capacidad (le respondieron: «Lo podemos»).
Jesús evoca de hecho dos imágenes del Antiguo Testamento muy provocadoras y en algunos sentidos violentas: el cáliz que no sólo es el cáliz de gloria, pero también el cáliz de la amargura y de la ira de Dios, es una imagen que evoca venganza y muerte, no por nada es sobre el cáliz que Jesús pronuncia una de las bendiciones durante la última cena, sustituyendo su sangre al sangre del cordero, ofreciéndose a sí mismo como rescate, es decir, como precio, para la liberación de los hombres esclavizados por la muerte. Jesús es efectivamente el goel, es decir, según el Antiguo Testamento, quien librera, salva, paga el rescate.
Así también el bautismo, es decir, literalmente: inmersión, no es sólo el gesto de la renovación de la vida, es además la imagen de quién es arrastrado por las aguas del mal, precisamente porque se ha sumergido libremente en ellas. Jesús es aquél que se deja sumergir para ser arrasado por las aguas de nuestro mal, las aguas de muerte de las que el Padre lo sacará fuera, mostrándolo vencedor sobre la muerte.
Si la gloria de Cristo es la cruz, entonces es significativo que en ese momento a la derecha y a la izquierda de Jesús no se sentaran Santiago y Juan, mas dos pecadores, los dos ladrones, dos hombres condenados y justiciados. Junto a Jesús, en su gloria, están sentados los condenados y los excluidos de cada tiempo, los que no hemos considerado dignos de aproximarse a Él. Junto a Jesús están sentados aquellos que no tienen «mérito».
Nuestra sed encuentra paz cuando no es más sed de poder, sino sed de servicio: en la Biblia en efecto no está solo la sed de Santiago y de Juan, existe también la sed de la cierva que desea ardientemente el agua, quizá porque los ciervos, según una vieja tradición, comían serpientes venenosas que liberaban un veneno que inflamaba las vísceras del ciervo, creándole una fuerte necesidad de beber. Por esta razón, en la iconografía el ciervo se ha convertido símbolo del creyente que busca el agua de Cristo porque se ha alimentado del pecado.
Pero en el Evangelio existe también la sed de la mujer Samaritana que busca un sentido a su vida, un sentido que pueda apagar su sed de afecto. Pero sobre todo existe la sed de Jesús, que no solo se hace mendigo de palabra y de relación ante una mujer desconocida y extranjera, pero que mientras está sobre la cruz confiesa su sed por la salvación de todos los hombres. Y Jesús continúa teniendo sed en cada pequeño, en cada último que pide de beber aunque sea un vaso de agua fresca. Pero a veces tengo la impresión de que en nombre de nuestras ideas, como Iglesia, somos tentados a negar incluso eso.
Estamos condenados a la locura de la quemazón desde cuando continuamos a beber de los pozos envenenados del poder. La vida tiene sentido sólo cuando es gastada para alguien o para algo. La vida pasa a ser obsesión cuando se ha concentrado solamente en la propia sed. No por casualidad un hombre como Bonhoeffer, pastor protestante ejecutado por los nazis, uno que había puesto la vida de su gente antes de la suya, podrá decir: «Sólo quien vive para los demás vive responsablemente, o sea, vive».
Preguntas para el análisis personal:
¿De qué tienes sed?
¿Cuanto espacio tiene en tu vida la búsqueda de poder?
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