Este sencillo video, más allá de las situaciones tan divertidas (y reales) que presenta, nos puede ayudar para iniciar una conversación o una plática en un curso de novios o de parejas de recién casados. 

El tema que trataremos brevemente, es el de los fines del matrimonio católico: el bien de los esposos y la procreación y cuidado de la prole. Muchas veces cuando en libros, manuales o folletos leemos sobre estos fines, nos encontramos con definiciones teóricas bastante completas pero que no terminamos de entender y mucho menos ver la forma en que estos fines se van dando en el transcurso de la vida matrimonial.

Cuando estamos en esa etapa previa al matrimonio, por lo general la ilusión es grande. Imaginamos una vida color de rosa. No vemos las horas de estar juntos para siempre, los primeros meses juntos, son intensos y de pronto nos sorprende la llegada del primer hijo. Y digo nos sorprende porque el evento es tan enorme, que por más advertidos que estemos, la experiencia sobrepasa las expectativas la mayoría de veces.

El bien de los esposos y los hijos

Desde las primeras etapas el embarazo va cambiando la dinámica de pareja. Los eventos hormonales y físicos que sufre la mujer, en muchos casos producen cambios en la conducta totalmente inesperados: antojos rarísimos y a horas bastante inapropiadas. 

El humor fluctúa, tanto así que ni siquiera una misma se comprende. El cuerpo… bueno para qué hablar del cuerpo si pareciera que sufriera una metamorfosis y no me refiero específicamente a engordar. Nuestros órganos se mueven de lugar, hay zonas con mayor irrigación sanguínea que otras y se vuelven más sensibles, nuestras neuronas se llenan de químicos nuevos.

Con todo esto podemos olvidarnos las cosas, nos cansamos mucho, nos da muchísimo sueño. De pronto queremos ordenar todo, lloramos por nada, nos frustramos con facilidad y la lista puede continuar para siempre.

A todo esto, el esposo, espectador de primera fila y cómplice causal del evento pareciera que no comprende nada. Los amigos y la familia aconsejan: «tienes que tener paciencia», dicen los más tiernos.

Los fatalistas solo hacen una mueca que pareciera que implicara que el camino de la felicidad acaba de terminar y el calvario llamado matrimonio empieza. Es de temer que te encuentres (y además hagas caso) a este último grupo, lo cierto es que siempre hay alguno pesimista por ahí.

El matrimonio se trata de hacer el bien

El video me resulta muy simpático y útil porque de una manera muy divertida demuestra que si tenemos presente que el matrimonio se trata de hacernos bien, mejores personas el uno al otro, de amarnos y hacer feliz al otro. Esta experiencia nueva y gigante de la espera de un hijo, no solo hará que nuestro amor crezca más. Sino que vayamos entendiendo un poco mejor la hondura de nuestra unión.

Los fines del matrimonio van unidos. El bien de los esposos y la generación y cuidado de la prole. Son dos cosas que se viven al mismo tiempo. Juntos, y en el embarazo esto se hace palpable. Necesitamos ser más empáticos que nunca, ponernos en los zapatos del otro y saber que lo que estamos experimentando repercutirá en esa persona que llevamos cuidando en el vientre. Producto de nuestro amor. 

La empatía y la comprensión deben ser mutuas. Cada uno desde el lugar que le toque. Los esposos, por ejemplo, tratar de imaginar los cambios que el cuerpo de su mujer está sufriendo.

Entender que lleva a tu hijo en el vientre y que, aunque no lo puedas cuidar directamente, con cuidar y atender a su madre ya haces muchísimo. Suele suceder que las embarazadas estamos naturalmente centradas en nosotras mismas. Es como si fuéramos unas extrañas en nuestro propio cuerpo y cuesta adaptarse un poco.

Pero también es importante mirar hacia afuera. Tratar de entender lo que nuestro esposo está viviendo; su esposa ha cambiado. Buscar oportunidades para estar juntos, para hablar de esta nueva experiencia y encontrar caminos para entenderse mejor y disfrutar de esta etapa.

Si el embarazo se vive juntos, se comparte, se sueña y se cuida; cuando el hijo nace la dinámica resulta más calmada, pues ya estamos acostumbrados a compartirlo todo. A buscar puntos de encuentro y mirar juntos hacia el mismo lado. 

Recordemos que la complementariedad entre un hombre y una mujer no tiene que ver con lo que a cada uno le falta. La complementariedad enriquece la unión justo en lo que son distintos. La unión se vuelve fecunda, cuando ambos buscan el hacerse bien, en verdad y en amor.

«Los fines del matrimonio son, por su misma naturaleza y no por la voluntad de los contrayentes ni por la ley, el bien de los cónyuges y la generación y educación de la prole.

Estos fines se dan íntimamente relacionados y coordinados entre sí, y no es posible separarlos, porque no habría plena entrega y búsqueda del bien del cónyuge si se excluye su potencial paternidad o maternidad.

Los fines están esencialmente presentes en el vínculo de todo matrimonio verdadero, aunque en la vida matrimonial se alcancen en mayor o menor medida: por eso, el matrimonio es válido si los contrayentes no excluyen positivamente estos fines al casarse, aunque luego no se obtengan efectivamente». (CIC c. 1055 §1; Catecismo de la Iglesia Católica n. 2363)